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La muerte de una gran ilusión

La muerte de una gran ilusión

Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho


La celebración fue en la finca La Alsacia, propiedad de Alfonso Parra, el dueño de Rápido Tolima, que le puso ese nombre por una región francesa entre las montañas de los Vosgos y el río Rin famosa por sus vinos.

El portón pesado de la entrada tenía arabescos de metal forjado y pátina de un color cobrizo por el tiempo del que colgaban serpentinas de varios colores y avisos recién pintados con la anotación fresca de la frase bienvenidos.

El amplio salón de la casa estaba adornado con festones rojos y bellas mujeres con guirnaldas de colores que bailaban y celebraban con hombres decididos el acontecimiento, con música alegre de guitarras, bandolas, requintos tambores y cornetas, los bambucos, pasillos y guabinas, entre vivas, risas y sonoros aplausos.

El homenajeado era un hombre vivaz, de mirada y movimientos rápidos y respuestas agudas, quien saludaba con una gracia desbordante de energía que denotaba liderazgo. Se trataba de Alberto Santofimio Botero, un político y candidato presidencial joven, con una vida por vivir y un país por conquistar como candidato presidencial.

Sus ademanes eran firmes y precisos e inspiraban un respeto decoroso en medio de una multitud alegre que se sentía un solo ser, una sola esperanza, un solo sueño.

El diálogo y la controversia de las ideas ha sido su costumbre por su elocuencia en sus campañas políticas, donde era alzado en vilo por las marejadas humanas y hablaba horas enteras en varios lugares en un mismo día y en distintas ciudades, sin mostrar asomo de cansancio.

Ha sido un intelectual diríase precoz, muy joven fue Sub-Director y Director de El Cronista por varios años cuando era un periódico regional y columnista semanal del diario El Tiempo, que le formó un reconocimiento que lo impulsó de Representante a la Cámara a los 26 años, Ministro de Justicia a los 33, Senador ininterrumpido durante 30 años y dos veces candidato presidencial y la primera vez a los 40 años.

Su vida fue hecha para las multitudes, las ideas, la poesía, la música y hasta el sacrificio. Admirado por su elocuencia e inteligencia, al punto que algunos gobernantes se aprendían apartes de sus discursos.

“Él nació así”, me dijo alguna vez, su madre doña Clarita, en su casona sentada en una silla Thonet de mimbre.

El odio de un sector de la oligarquía que lo veía seguro presidente de la República y la frase “la patria socialista del mañana”, para un país menos desigual y más justo, le abrió el camino a una persecución constante por parte de los grandes intereses políticos y económicos del país.

Los viejos liberales afirmaban frunciendo el ceño y agitando los brazos con convicción, que desde Gaitán no ha existido un orador de sus capacidades y todavía conservan sus discursos.

Lo mismo expresó el periódico El Tiempo en su narrativa, Época de Oradores, al decir: “Duélale a quien le duela, Alberto Santofimio Botero, es el mejor orador vivo del siglo XX. Edición, de octubre 29 de 1995.

Las gentes que lo conocen dicen que pocos políticos han tenido la fuerza y el poder de la palabra para mover grandes masas con devoción y sobrada facilidad. Por eso, el Nobel García Márquez, en una cena donde estábamos en el restaurante Las Cuatro Estaciones le dijo: “Tú eres el mejor escritor hablado que he visto”.

La oratoria sin par, su capacidad dialéctica y su propuesta de una patria socialista, le infundió miedo a las oligarquías del país que generaron una fuerte reacción en su contra encabezados por los grandes grupos del poder político y económico para atajarlo.

Protagonistas de la época dijeron que se hizo un plan de la siguiente manera:

Buscaron a sus enemigos para que dieran información de la posible corrupción administrativa en el departamento del Tolima, pero no encontraron ninguna anomalía.

Por tal razón, se inventaron ese día 17 de junio fecha de su cumpleaños, donde había aproximadamente 1.000 personas, que los jefes de la mafia habían llegado a la reunión en un helicóptero para una conspiración contra un candidato presidencial al que mataron años después.

La testigo, resultó ser una trabajadora sexual, dijo, que ella se había ubicado en un baño a escuchar a los supuestos visitantes.

Los invitados a la celebración, jamás vieron ningún helicóptero, sino nubes viajeras llenas de celajes sobre las cuales cabalgaban sueños y esperanzas para un país mejor.

Esa falacia llegó a Bogotá, allí la dieron por cierta en los mentideros políticos y pasó a los salones de los dos centenarios clubes de la ciudad donde están las familias de los apellidos de siempre que han gobernado al país a su antojo y se propaló la falsa afirmación.

Se comentaba que poderosos políticos ordenaron de manera sigilosa su persecución, primero con afirmaciones negativas en la televisión y posteriormente en el diario El Tiempo, como lo demostró el estudio de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Sabana en el año 2010.

Analistas y comentaristas de esa época afirmaron que se realizaron las siguientes acciones para acabar con la carrera política de Alberto Santofimio Botero:

Desacreditarlo, seguirlo sigilosamente en sus actos, dañarle su imagen a través de los medios de comunicación y montarle un proceso penal.

El Fiscal Luis Camilo Osorio lo investigó y para ello utilizó a Popeye, quien le enviaba cartas en que le decía “estoy firme”. El fiscal comisionado ordenó su detención en Armenia con cámaras de televisión para generar un escándalo nacional, sin ser su juez natural por ser Santofimio Botero en ese momento Senador de la República.

Fue llamado a juicio por la Fiscalía y condenado sin que existiera ninguna prueba, sino el testimonio de un criminal Popeye, que en varias oportunidades había dicho lo contrario, como aparece en el proceso y que se narró en el libro “El Holocausto Judicial contra Santofimio” publicado por el suscrito columnista.

El Juez de primera instancia que condenó a Alberto Santofimio, fue el mismo que absolvió al Teniente Flórez Franco que la Fiscalía señaló como aliado del “Mexicano” y que entregó los carnés oficiales a los sicarios que mataron al candidato presidencial.

Ante ese estropicio jurídico, Alberto Santofimio fue absuelto unánimemente por la Sala Penal del Tribunal Superior de Cundinamarca, que era la última instancia y lo declaró inocente porque no encontró pruebas, ni creíble el testimonio del criminal mitómano “Popeye”.

La sentencia absolutoria fue recurrida mediante un recurso de casación aceptado irregularmente y en la decisión de revocatoria de la absolución, hizo parte el presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia de ese entonces y miembro del cartel de la toga que se encuentra huyendo.

Para decidir ese recurso que no es instancia, el Magistrado ponente quien había sido asistente de la parte civil contra Santofimio, revocó la sentencia absolutoria con base en el falso testimonio de Popeye un criminal quien manifestó en la audiencia haber asesinado personalmente a 300 personas e intervenido en 3.000 homicidios.

Fue encarcelado varios años y los detenidos en el mismo lugar en su mayoría políticos, lo miraban con extrañeza por encontrarse allí dedicado a las expresiones culturales, escribiendo, recitando, enseñando historia, ciencia política y literatura.

Debió entregar su apartamento para recobrar su libertad, fue vilipendiado, pero sus enemigos no han podido acabarlo porque tiene una mente privilegiada y equilibrada para orientar a políticos y gentes que buscan su consejo para que les ayude a señalar su destino.

Permanece saludable y vigoroso, firme en sus convicciones, leyendo y escribiendo libros, rodeado de amigos, hijos, nietos y su leal esposa, Liliana Correa, opinando del pasado y el presente como las mejores maneras que permiten dar correctas opiniones sobre el porvenir.

Algunas gentes de pueblos y ciudades, de las riberas de los ríos y de las cintas polvorientas de los caminos de su Tolima, decían con el dejo de sus costumbres y el desconsuelo de los oprimidos, que se había muerto una gran ilusión.

Está breve reseña de un acontecimiento en que todavía existen sus protagonistas, resume un momento de la vida de este hombre de una extraña capacidad en la oratoria que las gentes decían que iba a ser presidente de la República y que fue condenado injustamente como consta en el proceso penal en el que participé con su defensor el doctor Jorge Arenas Salazar.

Ojalá, esos trágicos y tristes episodios generados por el odio, no se vuelvan a repetir, para que no se cometan asesinatos de candidatos presidenciales, ni terribles injusticias contra inocentes, que son las más perversas formas de barbarie contra la vida, la libertad y la sociedad.

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