Opinión
De la formación al despido: La inestabilidad docente en colegios militares
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Por: Andrés Felipe Ipus Roa
*Docente, Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad del Tolima y Especialista en Pedagogía.
La carrera docente: ¿Por dónde iniciar?
Hablar de la carrera docente en Colombia es adentrarse en los sueños de miles de jóvenes que, al graduarse como licenciados, esperan construir un mejor futuro para las generaciones venideras.
Sin embargo, este camino que debería estar pavimentado con oportunidades, parece estar lleno de obstáculos, especialmente para quienes buscan su primer empleo en el aula. En un país como Colombia donde encontrar estabilidad en el sector público es casi como ganarse el baloto, la mayoría de los licenciados se enfrentan a un desafiante mercado laboral privado; el panorama se complica aún más cuando las oportunidades de obtener algo de experiencia se abren en los colegios militares, es decir, los colegios de las fuerzas armadas y de policía. Un ejemplo sería el Colegio Militar Inocencio Chincá de Ibagué en el departamento del Tolima, reconocido por su tradición en disciplina, bandas marciales y logros académicos, pero también, por su cambio de su planta docente durante todo el año de una manera alarmante.
¿Qué sucede realmente tras los muros de instituciones como estas?
Pocos se atreven a denunciar lo que parece ser una práctica recurrente: la explotación laboral de los docentes. ¿Por qué, al cerrar el año 2024, de los 35 profesores contratados en el mes de enero solo 8 continuaban en sus puestos al finalizar el año? Es decir, 27 docentes o renunciaron por algún motivo o simplemente fueron despedidos ¿Es esta una situación aislada o un reflejo de cómo funciona este tipo de instituciones? La realidad es cruda, jornadas que comienzan a las 6:30 de la mañana y terminan a las 5:00 de la tarde, con apenas un salario de 1.700.000, sin horas de descanso entre clases, sin poder salir a comprar botellas de agua para refrescar la palabra por el calor inclemente que hace en el barrio El Salado de Ibagué; porque el salir del salón de clase se puede tipificar como abandono del puesto de trabajo. Los descansos no son para recargar energías, sino para vigilar a los estudiantes. Sí, lo he dicho, vigilar, no es hacer acompañamiento o se está pendiente de situaciones, se vigila, se ordena, se corre, no se discute, recordar que se habla de que son niños, son jóvenes, no militares, aunque estén en un colegio militar, el régimen no se puede comparar a la de un adulto; en pocas palabras, se vigila al estudiantado como si fueran capaces de cometer algún delito. El ambiente laboral, más que colaborativo, parece estar diseñado para desgastar emocional y profesionalmente a los docentes, quienes constantemente sienten que se les “busca la caída”.
El famoso periodo de prueba
Esta situación plantea preguntas urgentes: ¿Dónde está la supervisión estatal frente a estas condiciones laborales? ¿Por qué se permite que instituciones que pregonan la formación en valores y disciplina violen derechos laborales básicos? Y, más importante aún, ¿qué impacto tiene esta precariedad sobre la calidad de la educación que reciben los estudiantes? Si no, es mirar las redes sociales, de páginas de docentes que anuncian oportunidades laborales y la cantidad de veces que el colegio militar busco profesionales durante todo el año, el caso más aterrador que pone los pelos de punta es la de los profesionales que ingresaron para el 26 de enero del 2024, firmaron sus contratos el 1 de febrero y fueron despedidos sin causa justa el 2 de febrero, ¿El motivo? Ninguno; se ampara en la ley porque el código sustantivo del trabajo les permite despedir sin causa justa a un empleado en los primero 60 días, el famoso periodo de prueba.
Es evidente que el sistema educativo colombiano necesita una revisión profunda. Es evidente que los colegios privados y más los colegios militares de Colombia necesitan una urgente intervención del ministerio del Trabajo. La estabilidad laboral no solo es un derecho fundamental de los docentes, sino también una condición necesaria para garantizar una educación de calidad.
Un docente motivado y respaldado puede transformar vidas; uno explotado y desgastado solo intenta sobrevivir. En los colegios militares, donde la estructura organizativa mezcla valores castrenses con la educación, la tensión entre la disciplina y el bienestar de los docentes parece estar alcanzando un punto crítico. Dígame, señor lector ¿Cómo un docente de Ciencias Sociales puede hablar del conflicto armado en Colombia en un colegio Militar? Dígame, señor lector ¿Cómo se le puede enseñar a un joven que un lápiz pesa menos que un fusil y que la guerra no es la solución al conflicto?
Es necesario hacer un llamado a la acción, no solo por parte de los docentes, sino también de los padres de familia, quienes deben exigir rendición de cuentas. La docencia no puede seguir siendo un campo de batalla donde los maestros son desechados con facilidad. Los estudiantes necesitan mentores comprometidos y motivados, no sobrevivientes de un sistema que los asfixia. Entonces, ¿vamos a seguir ignorando esta realidad o daremos un paso adelante para defender la dignidad docente? Es hora de levantar la voz, porque la educación no es solo un trabajo: es el cimiento de nuestra sociedad. Si permitimos que se erosione, ¿qué nos queda como país?
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