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Palestina entre el hambre y la muerte

Palestina entre el hambre y la muerte

Por: Edgardo Ramírez Polanía


Desde que nació la organización social, una de las expresiones del ser humano ha sido su vocación de guerra, que acompaña a los bajos instintos, las innobles pasiones y las peores condescendencias, que destruyen la sociedad, mediante las decisiones del poder que privilegia el dominio sobre la dignidad, la fuerza sobre la verdad y la muerte sobre la vida.

Lo advirtió con dramatismo existencial Kierkegaard al decir: “Para conocer el peligro del hombre basta con abrirle la boca”. Pero hoy ni siquiera eso es necesario. Basta con observar el silencio de los poderosos ante la tragedia de Palestina para entender el tamaño de la infamia. Gaza no solo es una geografía martirizada; es la metáfora brutal de un mundo que ha perdido su alma para dejar morir a los niños de hambre.

La tragedia que allí se despliega ha desbordado toda comprensión ética. No se trata ya de un conflicto armado convencional entre dos actores enfrentados, sino de un proceso de aniquilación de una población civil atrapada entre el fuego cruzado de una ocupación que ya no se justifica ni con el dolor del Holocausto, ni con los temores de seguridad nacional, ni con la retórica de la lucha contra el terrorismo.

Más de 20.000 niños han sido diagnosticados con desnutrición aguda en tres meses. No hay agua potable. No hay insumos médicos. No hay tregua. Solo bombas, escombros y funerales.

Mientras tanto, las naciones de la tierra, atrapadas en su juego de alianzas estratégicas y cálculos económicos, reaccionan con una lentitud que se confunde con cobardía. Francia, Reino Unido, Irlanda, Colombia, Canadá y Noruega han reconocido la legitimidad del Estado Palestino, pero lo hacen con matices, condiciones y reservas, como si la justicia pudiera parcelarse y la dignidad humana pudiera negociarse.

Estados Unidos con su poder, permanece al lado de Tel Aviv, por querer mantener un aliado incondicional dentro de los países árabes y la defensa de una narrativa geopolítica que aún se niega a asumir que Israel, hoy, no es víctima sino potencia ocupante de los territorios palestinos.

Tel Aviv responde acusando a Occidente de “recompensar a Hamas”, como si los cadáveres bajo los escombros llevaran uniforme, como si detrás de cada rostro infantil destruido por un misil no hubiera una madre, una historia, una existencia. además, Hamas es un movimiento paramilitar, nacionalista e Islámico que solo obedece a sus fundadores.

La realidad es aún más perversa, porque  el proyecto que algunos grupos de poder persiguen es convertir a Palestina en una zona con hoteles de lujo en las playas devastadas del Mediterráneo, con corredores turísticos entre el sur del Líbano y Cisjordania, con infraestructuras levantadas sobre ruinas, como si la sangre pudiera cubrirse con asfalto y dejaran de lanzarse misiles.

Y en el trasfondo del problema aparece Irán, actor clave en la ecuación, que respalda a Palestina no solo por solidaridad con su causa, sino porque ese territorio representa un punto estratégico para su acceso al mar, disuadir a Israel y proyectar su poder sobre Europa oriental mediante misiles de largo alcance de hasta 2,000 Km de distancia.

La guerra ya no se libra solo en los territorios, sino en los símbolos, en los discursos y en los silencios. Y el mayor silencio lo guarda la comunidad internacional, cuyo cinismo ha convertido la ayuda humanitaria en instrumento de chantaje y la neutralidad que es un a forma perversa de la complicidad.

Netanyahu ha decidido utilizar el hambre como táctica de guerra, cerrando el paso a los alimentos, en una estrategia que ni siquiera el derecho internacional más laxo podría tolerar. Pero el mundo calla. O peor aún, justifica. Olvidando que “el amor al dinero es la raíz de todos los males”, como lo advirtió un pensador al decir que el poder sin ética es una forma perversa del espíritu.

La historia será implacable y hará pasar a Netanyahu como un criminal de guerra. Porque no se trata solo de una guerra territorial, sino de una batalla espiritual entre el horror de la indiferencia y la dignidad del otro. Gaza ha pasado de ser un conflicto religioso y político a convertirse en el mayor espejo de nuestras miserias colectivas.

Y no es casual que en esta misma tierra de Palestina, hace más de dos mil años, haya nacido Jesús en Belén, que comenzó a hablar de justicia, de verdad, de compasión y en Jerusalén ciudad que hoy sirve tanto para el turismo religioso como para la propaganda de Estado, donde lo crucificaron por atreverse a denunciar a los poderosos, por enfrentar a los hipócritas que imponían cargas insoportables sobre los hombros de los pobres. Hoy, el territorio se encuentra asediado y sitiado por las armas y el hambre.

Jesucristo no fue asesinado por teólogo, sino por revolucionario ético. Denunció los fraudes del templo, el despotismo de los jefes religiosos-políticos, la indiferencia de los ricos, entre ellos fariseos y saduceos, que percibieron en Jesucristo una persona peligrosa para su poder y para las costumbres religiosas establecidas. Y por eso murió.

Hoy, esa misma tierra en la que caminó está siendo arrasada por los nuevos imperios. Su mensaje, olvidado por muchos de sus propios seguidores, sigue vigente, no hay paz sin justicia, ni justicia sin verdad. Y no hay verdad mientras un niño muera de hambre frente a los ojos bien cerrados del mundo.

No es suficiente que le gente vaya a las iglesias a rezar con camándulas y escuchar las mismas palabras como hacía Ordóñez Maldonado, si no cambiamos nuestra manera de ver el mundo con solidaridad y y respeto por los sentires de los demás y por la vida de los pueblos oprimidos de la tierra.

El dilema está planteado, o seguimos en permanente oposición alimentando el odio y la maquinaria de la guerra con nuestras excusas, o nos atrevemos a construir un nuevo paradigma basado en la comprensión y la compasión, el respeto a la vida y la memoria de los caídos que no eligieron morir.

Sólo así construiremos un mundo mejor donde impere la dignidad y el respeto por los derechos fundamentales de las gentes, de lo contrario continuará la guerra, el hambre y la muerte imperando en nuestro mundo complejo lleno de odio de los aparentadores de la estupidez.

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