Columnistas
La pérdida del poder
Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho
El poder es la capacidad que se tiene para que ocurran los hechos e influir en la voluntad de las personas. La pérdida de esa aptitud es un sentimiento de impotencia que afecta a quien no tiene la capacidad para que otros obedezcan.
La sensación de no tener poder afecta a quien lo ha tenido porque el poder es la manera como se imponen las decisiones a los demás para conseguir los fines que se persiguen. Así ha ocurrido a través de la historia de la humanidad por quienes han ejercido el poder.
Todas las personas buscan el poder en sus distintas manifestaciones con sus modos y habilidades para lograr ejercerlo, que requiere del dominio de las emociones y la adaptación a los nuevos cambios del mundo exterior y no esa vanidad de quienes se consideran poderosos que les resulta a veces subyugante y equívoco.
En el ejercicio del poder, la ira y el orgullo y la repulsa han estado presentes como las más destructivas reacciones del espíritu que atentan contra los planes y estrategias para su ejercicio.
Los poderosos se olvidan de las acciones de Jano, la deidad romana de dos rostros, guardiana de todas las puertas y entradas que mira en todas las direcciones para poder lidiar contra el peligro opositor cualquiera que sea el lugar de donde provenga. Pero a ese ser mítico no se le hace caso. El poder obnubila a quien lo ejerce y evita el análisis de los problemas porque quien lo ejerce cree que sus actos tienen más relación con lo divino que con el mundo natural. Eso le sucede a quien tiene en sus manos esa facultad inmaterial y expedita de hacer algo bueno o malo, según los intereses personales o colectivos.
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El poder es en esencia amoral. Una de las habilidades de quien lo ejerce es aprender a ver sus posibilidades y sus circunstancias conforme a los cambios o situaciones que se presentan, a cambio de ver solamente las conveniencias que van aparejadas con los grandes problemas humanos. Por eso, Bismarck, Talleyrand, sabían que algunas conductas como la observancia de la ley y su cumplimiento son fundamentales en su ejercicio.
Todos los seres humanos tienen dificultades, pero quienes tienen poder resultan con mayores problemas y vigilias que aquellos no lo tienen. Hoy, los altos empleados del sector privado o público y aquellos que aparentan poder y lo confunden con la importancia por poseer bienes costosos, se consideran seres inmateriales y divinos. De lejos pueden producir admiración y de cerca risa. Son seres de un simple recuerdo de una época pasajera que languidece en la realidad de lo mutable e infinito del mundo.
A muchos no les gusta los cambios que proponen nuevos gobiernos. Sin embargo, en las democracias la voluntad popular debe primar sobre los intereses particulares, pero debido a que en el nivel cotidiano el ser humano es hijo de la costumbre, la demasiada innovación resulta traumática y causante de desinformación, como se ha observado en la radio, la televisión colombiana, los periódicos nacionales excepto El Espectador, que son propiedad de los grandes conglomerados económicos que han perdido el poder.
Quienes han detentado el poder en Colombia, se han considerado predestinados para gobernar y cuando lo pierden, atizan la hoguera de los bajos instintos e innobles pasiones para formar el descontento social. Quien tiene o ha tenido el poder en Colombia ha tenido la costumbre de ser narcisista, de sobreestimar la importancia de las razones de los demás y considerar que después que desaparece del escenario político se les debe seguir por su apellido y rendir vasallaje en “las tinieblas de su soledad”.
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La verdadera gloria política que llega después de ejercer esa actividad, ha ocurrido sólo en casos excepcionales en políticos ilustres que han dejado un testimonio de su capacidad y su grandeza en la poesía, la literatura, las ciencias o la composición del arte en el pentagrama de las estrellas.
El poder cuando desaparece de las manos de sus ejecutores, resulta ser un efímero fulgor de un fuego de artificio. Así lo demuestran los cafés donde se reúnen esos seres llenos de senectud tranquila, a dialogar de una época quizá mejor que la actual llena de odios y confrontaciones.
Las historias de la ausencia del poder están plasmadas por algunos escritores del Romanticismo, que señalan las glorias extinguidas del poder en la historia, como un depósito de glorias olvidadas, donde solo permanecen incólume el arte y lo escrito que perforan los siglos.
Una espesa niebla de olvido e indiferencia cae sobre nombres y personas que quedan referidos a simples datos bibliográficos para consultas o monografías.
Es así, como la ausencia del poder atacado por el tiempo se convierte algunas veces en algo pasajero, en un rescoldo de reminiscencias entre amigos y familiares donde el antiguo ser poderoso y admirado, se convierte en un dato, una referencia, una foto. Si Dante hubiera sido tan sólo y exclusivamente el autor de “De monarchia”, y el protegido de los Gibelinos y no el autor de esa sublime obra, su nombre hubiera sido una cita y nada más.
La ausencia del poder político borra algunas veces de manera fácil el nombre de las ejecutorias, donde aparece vertida una visión candorosa de la gloria política. Pero eso no implica que la historia se acomode a sus designios, ni que los resultados de su acción, resulten ser siempre los que se deducen de sus propósitos.
Los jueces que hacen cónclave para elegir Papas de la Fiscalía, constituyen una muestra más de las contradicciones de la justicia y del efímero poder. Los cargos son contingentes y el Yo es permanente mientras vivamos. En si son dos contingencias con diferentes alternativas que deben encaminarse a la búsqueda armónica del progreso y la paz social. Pero, además, entender que el mundo es infinito, inmutable, presente y realista.
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