Opinión
En Ibagué, el lugar imperdible para conocer amigos
Por: Germán Eduardo Gómez Carvajal
Docente universitario
Antes de hablarles del destino, déjenme contar a modo amigo, una pequeña historia de cómo se hacen amistades que trascienden:
A mí la soledad me sirvió para convertirme en mi mejor amigo. A veces no me caía tan bien pero no había de otra, tenía que aguantarme. Mi mami como la mayoría de madres solteras salía a ganarse la vida, y yo luego del colegio, jugaba a rellenar el día de alguna forma, fue ahí que hice mis mejores amigos a los 8 años.
Encarcelado, por seguridad, mi madre me dejaba encerrado en casa y no había muchas opciones de entretenimiento, ya que el mayor lujo de la época era tener TV Cable, que era como los adultos llamaban a la posibilidad de ver canales de televisión de otras naciones.
En un principio, Magic kids y Cartoon Network (Saben los de los 90 de que hablo), me entretenían bastante, pero con el pasar del tiempo se me volvieron paisaje, cuando las series favoritas retornaban de la nada al episodio uno. Vimos los niños ibaguereños de entonces, la pelea de Gokú contra Freezer, ¡diez veces!, primero nos aprendimos los diálogos, los gestos, las poses de pelea, y los nombres de los planetas de los susodichos, antes de pasar a la pelea contra el oponente siguiente.
Toda una tortura televisiva de la que deserté pronto y tomé otros rumbos, aunque hoy reconozco que esa espera me dio cierto autocontrol y manejo de la frustración.
Luego de huirle a la pantalla, mis amiguitos de la cuadra, en una solidaridad hermosa con el niño encerrado que yo era, jugaban conmigo al Rey Manda. Un juego en el que uno de los niños pide que le traigan algo, “El Rey Manda a que le traigan tres tapas de gaseosa” y los otros niños corrían a traerlas, el primero en entregarlas ganaba y el último perdía.
“El Rey Manda a que le traigan tres piedras del parque”, y lo niños corrían de nuevo. Como era de esperarse, yo siempre era el Rey Manda, inmóvil en la ventana de rejas blancas por la que interactuaba con el mundo.
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Ante la monotonía, el primero en aburrirme fui yo, pero frente a un aburrimiento mayor seguía jugando. Luego los niños por supuesto también se aburrieron y pasé de ser El Rey Manda, a árbitro de fútbol (El primer var de la historia fui yo), a narrar hasta las jugarretas del Escondite, mi intento de juego era describir como otros niños jugaban.
Pero también me cansé, obvio. Sin embargo, un día, como regalo de dios, encontré, un baúl lleno de libros del cual aún no me canso. Fue allí que leí por primera vez el cuento de Lucio el Sucio, un niño que no se bañaba y que le temía al agua. Con ese libro me reí mucho, lo releí muchas veces y hasta empecé a darme cuenta que Lucio el Sucio se parecía y se comportaba como Andrés, uno de los niños con los que jugaba al Rey Manda y que a diario escuchaba llorar cuando intentaba eludir la ducha para ir al colegio y que siempre ganaba, saliendo con lagañas y todo a estudiar, jugar, comer, y finalmente a vivir.
Estaba dentro del Baúl también un cuento con el que aprendí a conquistar y enredar a las chicas ya de adulto. Estaba algo ajado, se llamaba Fonchito y la Luna, y contaba como un niño le había prometido a su amiga a la que amaba, que le bajaría la luna, fue tal la búsqueda de Fonchito que logró bajarla, alineó el platón del tendedero de ropa con la luz lunar y como por arte de magia, la luna estaba encapsulada en el reflejo del agua. Fonchito era un genio y sobre todo galán. Una creación fantástica de Mario Vargas Llosa.
Luego fui creciendo y explorando historias, sentado en el escritorio de mi casa me pegaba unos viajes alucinantes. Empecé a leer los cuentos de Hans Christian Andersen, y me di cuenta que los niños del mundo tenemos las mismas búsquedas, la misma inocencia, la misma facilidad para la risa y el asombro. Y que los adultos pueden ser tan risibles en los libros como en la realidad (Leer el cuento El Emperador).
Luego viajé a Chile a punta de letras con el libro La Araucana y me sollé con Julio Verne y su viaje al centro de la Tierra y su vuelta al Mundo en 80 días, desde ahí he hecho amigos de todas las épocas a los que amo y que quisiera tener con quien poder charlarlos.
Un gusto que se alinea con la apuesta de la Librería Pérgamo, que busca que los hijos del Tolima, experimenten viajar y tener amigos de todas las épocas mediante la literatura. Niños y adultos, pueden ir a pasarla bueno a manos de un libro, porque hay un error en nuestra cultura popular, y es asociar los libros con el tedio o lo aburrido. Quien piensa eso, no ha tenido la oportunidad de encontrarse con un libro que conecte desde lo más profundo de la tinta con su corazón.
El próximo sábado 2 de marzo de 2:00 a 5:00 p.m. estaré en la librería como librero invitado, tal vez pueda contarles historias vividas o leídas, abordar temas que te interesen o guiarte a un encuentro con un amigo de otro lugar del mundo, de otro tiempo, que necesites conocer. Tal vez, no necesitemos recorrer otras latitudes para encontrar en nuestros autores locales, atractivos e interés afines. Allá nos vemos, allá miramos, allá estaremos atentos para recibirte y caminar juntos por un libro que valga la pena.
Nos leemos, apúntense, háganse al tiquete hacía el barrio La Macarena.
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