Columnistas
La política de cultura que el Tolima necesita
Por Santiago González Plazas
*Politólogo, Especialista en Políticas Públicas, Master GEIL, Universidad deMelbourne.
En días recientes, en la ciudad de Ibagué se desarrolló un encuentro convocado por la Gobernación del Tolima y el Ministerio de Cultura para dialogar sobre oportunidades alrededor de las políticas culturales a nivel nacional, departamental y local.
Fue un espacio valioso, no solo por la calidad de la información compartida, sino también porque permitió visibilizar las tensiones, desafíos y posibilidades que enfrenta el sector cultural en el departamento.
De este encuentro surgen tres reflexiones que podrían aportar al debate público en torno al Plan Decenal de Cultura del Tolima que se está construyendo.
La primera reflexión tiene que ver con el posicionamiento que la cultura ha logrado en la agenda nacional, pero también con sus propios límites. Si bien desde el nivel nacional se ha construido una política cultural basada en una potente narrativa que convoca desde las identidades, la creatividad, el sentido colectivo y la construcción de paz, no es clara la existencia de planes de acción ni de presupuestos robustos que sustenten su implementación. Frente a esto, se espera que los trámites legislativos alrededor del proyecto de fortalecimiento de la Ley General de Cultura logren consolidarse como el medio generador de la transformación deseada a nivel nacional.
La segunda reflexión es, paradójicamente, optimista. La ausencia de una capacidad implementadora fuerte desde el nivel nacional abre la puerta para que los territorios asuman el protagonismo. En este caso, se celebra que el Tolima esté avanzando hacia una política cultural propia. Que la gobernadora Adriana Magali Matiz y su equipo lideren la formulación del Plan Decenal es una señal clara de compromiso.
El departamento tiene una riqueza cultural extraordinaria, y son precisamente sus artistas, gestores, comunidades y colectivos quienes tienen mucho que aportar en esta construcción. No se puede dejar pasar esta oportunidad histórica de reconocerse, organizarse y proyectarse desde el ser tolimense.
El tercer punto es quizá el más urgente: no bastará con tener un plan, hay que desde su diseño hacerlo viable, participativo y transformador. Eso implica, en primer lugar, que el Plan Decenal se plantee dentro de los objetivos la dignificación de la actividad cultural. Nadie busca enriquecerse desde el arte y la cultura, pero sí es justo que quienes las ejercen puedan vivir con dignidad.
El Plan puede y debe sentar las bases para ello. En segundo lugar, hay que asegurar su sostenibilidad: la cultura no puede seguir dependiendo de convocatorias esporádicas o de la voluntad ocasional de algunos funcionarios. Debe articularse con sectores como educación, justicia, salud, seguridad, medio ambiente entre otros. Solo así las culturas, las artes y los saberes podrán consolidarse como motor de transformación y desarrollo territorial.
Y, por supuesto, está el tema de la participación. La reducida asistencia de organizaciones sociales al evento departamental debería preocupar. No basta con abrir espacios: hay que formar ciudadanías activas, fortalecer capacidades locales y aspirar a que estos escenarios se conviertan en verdaderos laboratorios de co-creación, donde el desacuerdo sea productivo y el diálogo genuino.
Por último, no se puede obviar el exacerbado contexto de desconfianza que enfrentan los procesos de formulación de políticas públicas en el plano departamental y local. La desesperanza aprendida, producto de décadas de frustraciones, amenaza con convertir incluso los mejores esfuerzos políticos y técnicos en letra muerta.
El Plan Decenal de Cultura del Tolima tiene aquí un desafío y una oportunidad: incorporar mecanismos de rendición de cuentas y control ciudadano. Solo así será posible que esta política se posicione como un referente que contribuye a restablecer la confianza en las instituciones, como parte misma del cambio cultural que se requiere.
El Tolima abraza la oportunidad —y la responsabilidad— de construir una política cultural a la altura de su historia, sus voces y sus sueños. Aprovecharla depende de todos.
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