Historias
Resistencia y resiliencia en las calles de Ibagué: la historia de Miguel Pastrana
—Yo a pesar de todo no me achicopalo, salgo con amor al negocio —dice Miguel mientras entrega un encendedor a un cliente que acaba de comprarle un cigarrillo—. Yo hago reír al uno y al otro, mantengo el ambiente, ¡Hey! Chicles, cigarrillos, galletas, maní. Le tengo Bon bon bum pa´ que lo chupe, Yogueta pa´ que se le agrande la jeta, Pirulito pa´ que no se le agrande el chiquito. Desde que podía caminar he sido así, gracias a eso me he ganado muchas amistades por ahí.
Sentado frente a la panadería Donato, Miguel Pastrana ajusta los dulces y cigarrillos en un pequeño soporte. Tiene 55 años y trabaja desde hace más de 40 años como vendedor ambulante. Desafortunadamente un disparo en su columna mientras trabajaba como vendedor frente a una discoteca, causó la pérdida de su movilidad para caminar. La silla de ruedas que lo acompaña desde hace 13 años se ha convertido en su herramienta de trabajo y su compañera inseparable. Con una sonrisa carismática, Miguel saluda a los transeúntes, muchos de los cuales son ya conocidos clientes. Su humor es su arma más potente; con chistes y bromas, logra atraer a la gente, haciendo de cada venta una conversación amena.
La noche envuelve la calle frente a la panadería, y el sonido
—Desde la edad de 15, 16 años me dicen Calao —dice mientras simula organizar su mercancía—. Así me conoce todo el mundo. A veces me buscan preguntando, “¿por acá vive un señor que trabaja en un puesto ambulante, con gorra, que sale todas las noches? No, no lo conozco. Que le dicen Calao. Ah, el del pirulito y la yogueta, sí claro, mire él vive allá. Es que yo desde pequeño he trabajado de todo, lo único que no he hecho es robar, porque sé lo difícil que es conseguir las cosas. Yo vendí tamales, vendí cilantro, calaos, mejor dicho, siempre me he rebuscado el pan. Cuando vendía calaos eran tres por un peso, imagínese de hace cuánto le estoy hablando.
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La historia de Miguel es una entre miles en Colombia, donde la informalidad laboral es una constante. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), en el trimestre móvil julio - septiembre de 2024, el 43.4% de la población ocupada en las principales ciudades del país trabajaba de manera informal. En los sectores rurales, la cifra alcanza el 84.4%. La informalidad trae consigo riesgos y presiones sobre los sistemas de seguridad social, afectando tanto a los trabajadores como a la economía en general.
En las calles de Ibagué, la venta ambulante es mucho más que una actividad económica; es un reflejo de la perseverancia y la adaptabilidad de quienes la practican. Con 886 vendedores informales concentrados en la zona céntrica, la calle 60 y las plazas de la ciudad, esta actividad se convierte en un microcosmos donde se entrelazan las historias de vida de individuos como Miguel Pastrana, quien después de 40 años dedicados al comercio ambulante, personifica los desafíos y las esperanzas de esta comunidad. Ubicado frente a la panadería Donato, Miguel no solo vende dulces y cigarrillos; también teje lazos sociales y enfrenta las barreras de una sociedad falta de empatía y solidaridad.
—Mi vida ha sido muy triste desde que quedé así. Hace 13 años me dispararon y acabaron con mi felicidad —dice entre sollozos con la cabeza agachada— Tengo dos hijos, y tenía una esposa. Después de que esto me pasó ellos me abandonaron, no sé qué es recibir ayuda de ellos. Yo sé que ahora soy una carga, pero yo trabajo, trato, no me he rendido. Muchas veces le ruego a Dios que me ayude, le pregunto por qué me pasó esto a mí.
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En un país donde el 5.6% de la población tiene alguna discapacidad, Miguel representa la lucha diaria de miles de ellos. Según estadísticas del DANE, las personas con discapacidad enfrentan mayores barreras para acceder a oportunidades sociales y productivas. También es importante tener en cuenta que la mayoría de las personas con discapacidad (67,5%) se encuentran agrupadas entre los grupos de edad mayores a 45 años (45 a 59 años, 60 a 74 años y 75 años y más).
Mientras conversamos, una mujer se acerca a comprar unos dulces. Miguel la saluda con entusiasmo, haciendo un comentario gracioso que provoca una carcajada.
—El humor es mi salvación —dice luego—. Me ayuda a sobrellevar los días difíciles y a mantener el ánimo de los clientes.
En el Tolima, el 28% de las personas con discapacidad están doblemente excluidas, reflejando una realidad preocupante y una falta de apoyo para casos como este. Las condiciones de inclusión de las personas con discapacidad son bajas con respecto a las del resto de la población (personas sin discapacidad). En 2018, solo el 38,4% de las personas con discapacidad en el Tolima lograron tener acceso simultáneo a oportunidades sociales y productivas.
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Varias personas hacen fila en la panadería para poder comprar. Son pasadas las 9, ya se colocaron las rejas respectivas para atender el resto de la noche; es una panadería de 24 horas. Una pareja joven, probablemente universitaria, se detiene para comprar cigarrillos. Miguel les ofrece una sonrisa y estira la cajetilla para que la chica tome un cigarrillo.
—¿Cómo va el estudio? ¿Sí les alcanzó para pasar el semestre o figuró repetir? —pregunta con un tono burlesco, pero amigable. La pareja ríe y le agradece antes de continuar su camino—. Siempre trato de dar algo más que un simple producto, me gusta preguntar cómo están, cómo va todo, porque a veces la gente necesita hablar, lo sé, porque a diferencia de usted, casi nadie se me acerca a preguntarme cómo estoy o cómo me siento.
Miguel paga 400 mil pesos de arriendo y 300 mil pesos en comida. Comenta que difícilmente le alcanza con lo que vende diariamente para subsistir, pero hay algunos viejos amigos que lo conocen desde que vendía calaos y le ayudan a reunir el dinero suficiente para sus gastos esenciales.
—Le compro la comida a mi hermana —dice con orgullo—. Aunque vivo solo, no me falta nada. Tengo amigos que me ayudan y clientes que me aprecian.
Su resiliencia y su espíritu indomable son un testimonio de su fuerza. La historia de Miguel Pastrana es un reflejo de la lucha diaria de muchos colombianos. A través de su humor y carisma, ha logrado convertir su adversidad en una oportunidad para conectarse con la gente y sobrevivir a través de su constancia y perseverancia.
Cada noche, mientras la ciudad se sumerge en la oscuridad, Miguel ilumina su pequeño rincón con historias, chistes y la promesa de un mañana mejor. Su silla de ruedas es testigo silencioso de su esfuerzo diario por mantenerse activo y relevante en un entorno que, a menudo, margina a los más vulnerables.
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