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Armero, 37 años de ausencia irreparable

Armero, 37 años de ausencia irreparable

Llega un aniversario más de la desaparición de Armero y con ello surgen los reclamos, las anécdotas, los recuerdos, las historias y por supuesto la mezcla infaltable de ira y tristeza.

Ya en el borde de las cuatro décadas, los reclamos no cesan y menos cuando las soluciones para la mayoría de los sobrevivientes jamás llegaron en las condiciones que se esperaban. Por eso, el malestar será perdurable y más, cuando los acontecimientos demostraron que antes y después de la tragedia hubo un Estado ineficaz e indolente.

Entonces, a manera de soslayar en algo esa ira contenida y la tristeza que no deja de taladrar en lo profundo del pensamiento, un correctivo necesario es no dejar morir la historia.

En esta melancólica fecha queremos recabar en un punto que desde lo estatal pareciera estar destinado a algo de menor importancia: La conservación de los vestigios de Armero. Hace dos años lo dijimos y hoy volvemos a insistir, conservar las ruinas de Armero es mantener viva la memoria de lo que fue Armero. Por ello, decir que las ruinas de Armero representan un tesoro invaluable, no es ningún despropósito.

Además de preservar la historia, desde lo pedagógico las ruinas de Armero serían el sitio ideal para que desde allí se disponga de un laboratorio que imparta enseñanzas sobre la importancia de la prevención como herramienta que evite la pérdida de vidas humanas, tal como lo manifiesta el geólogo tolimense Jonathan J. cuando en referencia a este nuevo aniversario de la tragedia de Armero dice que ´´37 años después aún siguen expresando que los desastres son naturales, NO, los desastres NO son naturales, los desastres son el resultado de la falta de conocimiento del territorio acompañado de la ineficiente gestión del riesgo’’.

Ciertamente, es demasiado lo que se podría irradiar desde las ruinas de Armero, tal como acontece con las ruinas de Pompeya en la antigua Roma destruida en el año 79 por la erupción del Vesubio. Con las ruinas de Armero ocurre todo lo contrario, pareciera que el propósito es borrar de tajo su memoria.

Valga decirlo, si no fuera por personas como el artista Hernán Darío Nova, quien contra viento y marea persiste en esa tarea de mantener en pie las ruinas y la memoria de Armero, allí encontraríamos solo maleza. ¿Qué pasaría el día que Nova se canse de ese trabajo en solitario?.   

Llega un aniversario más de la desaparición de Armero y con ello surgen los reclamos, las anécdotas, los recuerdos, las historias y por supuesto la mezcla infaltable de ira y tristeza.

Ya en el borde de las cuatro décadas, los reclamos no cesan y menos cuando las soluciones para la mayoría de los sobrevivientes jamás llegaron en las condiciones que se esperaban. Por eso, el malestar será perdurable y más, cuando los acontecimientos demostraron que antes y después de la tragedia hubo un Estado ineficaz e indolente.

Entonces, a manera de soslayar en algo esa ira contenida y la tristeza que no deja de taladrar en lo profundo del pensamiento, un correctivo necesario es no dejar morir la historia.

En esta melancólica fecha queremos recabar en un punto que desde lo estatal pareciera estar destinado a algo de menor importancia: La conservación de los vestigios de Armero. Hace dos años lo dijimos y hoy volvemos a insistir, conservar las ruinas de Armero es mantener viva la memoria de lo que fue Armero. Por ello, decir que las ruinas de Armero representan un tesoro invaluable, no es ningún despropósito.

Además de preservar la historia, desde lo pedagógico las ruinas de Armero serían el sitio ideal para que desde allí se disponga de un laboratorio que imparta enseñanzas sobre la importancia de la prevención como herramienta que evite la pérdida de vidas humanas, tal como lo manifiesta el geólogo tolimense Jonathan J. cuando en referencia a este nuevo aniversario de la tragedia de Armero dice que ´´37 años después aún siguen expresando que los desastres son naturales, NO, los desastres NO son naturales, los desastres son el resultado de la falta de conocimiento del territorio acompañado de la ineficiente gestión del riesgo’’.

Ciertamente, es demasiado lo que se podría irradiar desde las ruinas de Armero, tal como acontece con las ruinas de Pompeya en la antigua Roma destruida en el año 79 por la erupción del Vesubio. Con las ruinas de Armero ocurre todo lo contrario, pareciera que el propósito es borrar de tajo su memoria.

Valga decirlo, si no fuera por personas como el artista Hernán Darío Nova, quien contra viento y marea persiste en esa tarea de mantener en pie las ruinas y la memoria de Armero, allí encontraríamos solo maleza. ¿Qué pasaría el día que Nova se canse de ese trabajo en solitario?

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