Crónicas

A orillas del Puente de La Vida

A orillas del Puente de La Vida

Por: Gabriela Rodríguez


Fueron 112 metros hacia abajo recorridos en menos de 30 segundos. El impacto contra la naturaleza apagó su voz de desespero. Los transeúntes, que no pudieron detenerlo, observan el vacío con desesperanza. A lo lejos, se ve el carro de bomberos. El equipo de rescate lanza una cuerda para calcular la profundidad del lugar. Al fondo solo se encuentra una silueta de alguien que ya no está.

—Ustedes dejaron morir a su amigo, dejaron morir a Ramírez. Yo los llamé y ustedes no vinieron. —dice un hombre de mediana estatura y tez trigueña que observa la situación.

Ramírez, un policía de la ciudad de Ibagué, llegó a las 8:30 de la mañana, de un día cualquiera, al puente de la variante. Se le vio tranquilo. Entró al puesto de avenas de Humberto Cortés, un hombre campesino, trabajador, como se describe a sí mismo.

—¿Usted qué es lo que vende aquí?  — le dijo Ramírez a Humberto.

—Vendo Cremavena — contestó Humberto sonriendo.

—¿Qué es eso? 

—Es como la avena, pero más rica 

—Sírvame una, para probarla.

Humberto jamás pensaría que después de ese vaso de avena, vendrían trece vasos más, cada uno comprado y bebido en diferente tiempo. Ramírez cogía su vaso, probaba un sorbo, pagaba y se iba por todo el sendero peatonal del puente de la Variante que comunica a Ibagué con Armenia. Iba y venía con un vaso diferente pero siempre lleno de avena. Su mirada siempre se fijaba en el vacío del puente, se le notaba pensativo e inquieto.

—Se fue con el vaso catorce en la mano a sentarse a las orillas del puente y era lelo mirando pa’ allá pa’ el puente.

—Dios me habló y me dijo que ese hombre se iba a suicidar. Habíamos seis personas en la caseta, cuando lo vimos fue que pegó ¡qué carrera! — dice Humberto.

Humberto llamó a la policía a la 1:30 de la tarde, Ramírez no había hecho nada aún. Pasaron los minutos y no llegaron. Aquel hombre cae al abismo.

“Dios es la salvación'', sentencia Humberto. Mira a lo lejos recordando aquel mal momento. Ha salvado a más de 100 personas que han querido suicidarse. No sabe de atención en salud mental, pero siempre ha creído que Dios lo ha ayudado a salvar a tantas personas.

Entrevistado por varios medios locales durante más de 16 años, guarda periódicos y revistas viejas, donde en mayúsculas y con colores resaltados aparecen títulos como: ‘Salvador Salvado’, ‘La última mirada del suicida’, ‘El Milagro fue para él’, entre otros títulos que han abarcado la historia de Humberto.

A pesar de ello, no deja de recordar todos los días esos acontecimientos que marcaron para siempre, su vida y la de su familia. Cuando está solo recuerda que no pudo salvar a Ramírez y se lamenta. No lo conocía de ningún lugar, aún así, considera que estaría más tranquilo si le hubiera hablado de Dios.

En el primer semestre de este 2022 se registraron 17 casos ocurridos y 227 denunciados, según cifras del alcalde Andrés Hurtado. Para el año 2020, el departamento del Tolima ocupaba el cuarto puesto con mayor tasa de muertes por suicidio en Colombia, según Estadísticas Vitales del DANE. Esto ha sido una falencia de salud pública que sigue atacando a la ciudad y que además no cuenta con las medidas suficientes para contrarrestarlo. Las causas comunes suelen ser dificultades económicas que se generan principalmente a partir de la falta de empleo. Entre mayo y julio de 2022 Ibagué se encontraba en el tercer lugar como la ciudad con mayor desempleo en el país.

—Una persona que se va a morir piensa solo en matarse y ya. Los factores más comunes son: aislamiento, pérdida de apetito, alteración del sueño, desesperanza, problemas gastrointestinales, se pierde la posibilidad de autodeterminación. — comparte Jesús Ruíz, psicólogo de la ciudad de Ibagué.

Para comprender a un sujeto en estado de vulnerabilidad, hay que comprender su entorno, sus años de vida. Hacer de su contexto silencioso y cruel, una experiencia comunicable, hacer de lado la tendencia a la soledad y al silencio; contribuir a mantener una relación viva entre la persona que está atravesando un cuadro de depresión y los prestadores de salud mental. Según el profesional, es importante, ante una situación de alerta tener conocimiento de primeros auxilios, saber comunicarse con el paciente en estado de debilidad hasta que pueda ser remitido a un centro de salud mental

Humberto y su esposa, Ilba Méndez, dicen que es muy fácil reconocer a los suicidas. En cualquier momento del día, cuando se percatan de la presencia de una persona a orillas del puente, dejaban todo lo que estaban haciendo y salían a correr detrás de la persona.

—Era lo más fácil, algunos se sentaban ahí. —dice Ilba con una suave voz.

—No se sentaban, sino que llegaban ahí. Y yo no sé, a mí me impulsaba algo, y ese algo era Dios.

Humberto Cortés y Jesús Ruíz han experimentado muy de cerca la muerte de otros. Dios no les dio el amparo suficiente a esas personas que atraviesan un trastorno mental y que decidieron saltar, sintiéndose libres y frágiles en medio de la crueldad de las piedras donde caen.

El Puente de la Vida, el de los suicidas, el Puente de la Muerte y más nombres le han dado este lugar. No importa cuán altos sean los barandales, ni cuántos letreros se ubiquen a los lados de la estructura reiterando a los transeúntes que Dios los ama, que si necesita ayuda se pueden comunicar con los servicios de salud mental.

En medio de la música de los grillos y el olor de los guamos de su jardín, el tío Humberto, como le he dicho tantas veces, se siente joven. Sigue preocupado por todos aquellos que tuvo que abrazar en medio de llantos y desolación a la orilla del puente de la Variante, arriesgando su vida. Los recuerda con orgullo y amor, como si estuviera hablando de sus propios hijos.

El olvido es incontrolable. Ahora el puente tiene el rostro de todos aquellos que en medio de sus plegarias decidieron descender. Las tractomulas marchan en silencio, vigilando hacia sus costados que nadie esté firmando su sentencia de muerte. Humberto ya no está allí, ahora se encuentra en su jardín, en otro barrio muy distante de aquel lugar, con las memorias intactas, no se cansa de recordar. No pudo salvar a Ramírez, pero sí a más de cien personas, tratando de entender situaciones que no le competen, esforzándose por no quebrantarse en medio de la incertidumbre.

Extraña su cotidianidad en la caseta vendiendo avenas. Después de unos segundos explica que no tiene nada, pero que todo lo que ha trabajado se lo ha dado a los hijos y a su esposa, y que él ya cumplió con el propósito que le dio Dios. Se queda en silencio un momento, luego nuevamente asevera:

—Y el que se tira del puente no se levanta de allá jamás.

 

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