Columnistas
La liturgia de las horas (1)
Por : Julio César Carrión Castro
-Religión, empresa y universidad-
-Un debate permanentemente postergado-
Si bien es cierto que desde la antigüedad clásica se puede rastrear la existencia de escuelas superiores como la Escuela de Pitágoras, la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles o la Escuela de Alejandría, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que las universidades, estatuidas como centros rigurosos de transmisión de los saberes de una época, surgen en Europa, durante la edad media y bajo la tutela de la Iglesia.
La Iglesia había cultivado el amor por las tradiciones, las letras y las artes, a través de las escuelas forjadas para la prédica y la evangelización y mediante las diversas órdenes y congregaciones, en especial las órdenes monásticas, destacándose la de los benedictinos, sustentados en unas prácticas rigurosas que constituyen lo que se conoció como la liturgia de las horas.
Por siglos las órdenes religiosas han sido maestras de la disciplina y el rigor sobre el cuerpo y por ello han establecido esquemas anatomo-cronológicos de comportamiento, han logrado efectivamente que “el tiempo penetre el cuerpo”.
La clausura, el apartamiento y el encierro constituirían, desde entonces, elementos fundamentales para lograr dicho control. El convento, el cuartel, el internado, el hospital, la escuela, son su herencia histórica, son "lugares aparte" que garantizan la soledad del cuerpo y del alma, para poder aplicar la vigilancia, el control, el disciplinamiento, la corrección y la ortopedia.
Para alcanzar este control, el “detalle” se convertiría en una categoría pedagógica, teológica y ascética -cada momento y cada espacio, deben estar cargados de actividad-. El cuerpo, que obligatoriamente debía ser corregido, sería señalado, desde entonces, como culpable y convertido en objeto del autodesprecio. Se fue entronizando así, en Occidente, una pedagogía para la obediencia acrítica y el desprecio del propio yo.
A partir de la primitiva costumbre, heredada de la cultura judía, de recitar oraciones a determinadas horas del día, se establecieron, desde el siglo VI en el mundo cristiano, Las llamadas "Reglas de san Benito" -padre fundador de las ordenes monásticas- que señalaban toda la vida espiritual y material de los monjes: vigilia, actividades laborales, oraciones diurnas y nocturnas, en fin la llamada Liturgia de las horas que establecería, mediante una pormenorizada fragmentación del tiempo, las normas disciplinarias para los quehaceres cotidianos, distribuidos en el ora -tiempo de la oración y el rezo-, labora -tiempo de trabajo- y lectio -tiempo para el estudio y la lectura-. Detallada distribución de las horas -Laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas- con sus obligaciones insoslayables, la sumisión total a las jerarquías y las mortificaciones corporales que imponía la orden. Se pretendía, mediante esta rigurosa normatividad, la santificación del día y de los esfuerzos humanos, como expresión de gratitud y compromiso con Dios.
Los monasterios benedictinos se convirtieron, gracias precisamente al aislamiento y la clausura, durante gran parte de la Edad Media, en los fundamentales espacios para la formación de los sujetos sometidos, conforme al ideal del rigor sobre el cuerpo y sobre los comportamientos. Es válido recordar que estos monasterios fueron, durante dicha época, los centros de preservación de la cultura espiritual y material de Occidente. En ellos se conservó la herencia intelectual de Grecia y Roma, se estimularon las artes y se fomentó la educación, inicialmente desde las escuelas monacales, episcopales y catedralicias y, más tarde, hacia el siglo XII, al propiciar la aparición de las universidades.
Las prácticas monásticas, en lo fundamental se expresarían, en la dedicación al trabajo manual y la oración comunitaria. Asistían a educarse en los monasterios los hijos varones de la nobleza y los de aldeanos y artesanos que aspiraban a esa vida de contemplación y trabajo. La educación monacal tuvo una enorme expansión y llegó a constituir un gran baluarte como núcleo intelectual del cristianismo europeo, en la confrontación al Islam y su cultura.
Los estudios en estas originarias instituciones tenían cuatro o cinco Facultades de acuerdo al permiso recibido por el Papa o por el rey:
Facultades Menores o de Artes en donde se enseñaba Lógica, Matemáticas, Gramática y Música y las Facultades Mayores que se ocupaban del conocimiento de la Medicina, la Teología y el Derecho, tanto Canónico como Civil.
Las primeras universidades propiamente dichas surgieron a finales del siglo XII, de las libres asociaciones de maestros y discípulos que recibían ventajas y privilegios de los príncipes, así como beneficios eclesiásticos.
Las primeras universidades
Un total de 44 universidades fueron creadas hasta el año1400; 31 poseían diplomas pontificios y 21 los correspondientes decretos. Las universidades nacieron en el seno de la Iglesia. Las más antiguas: Universidad de Bolonia fundada en el año 1119; la Universidad de Oxford en 1167; la Universidad de Cambridge 1209; la Universidad de París 1212 y la Universidad de Nápoles creada en el año1224.
Desde su nacimiento las universidades cumplieron para con el hombre y la sociedad el servicio de las grandes profesiones, de acuerdo con cuanto entonces sociedad y sus élites deseaban: El conocimiento de Dios, la difusión de su mensaje revelado y su culto; los servicios de la salud, la medicina, la justicia, el derecho, las leyes, y el pensamiento y la difusión de la cultura, la filosofía y las artes.
Con el advenimiento del modo de producción capitalista, a tenor con el desarrollo mismo de las fuerzas productivas e impulsadas por el interés de generar conocimientos nuevos que permitieran al hombre un mayor dominio sobre el resto de la naturaleza, las universidades se fueron convirtiendo paulatinamente en centros de excelencia para la investigación y el desarrollo científico-tecnológico.
Deslumbradas por los éxitos alcanzados por la racionalidad científica, las universidades contemporáneas han sido atrapadas, al parecer inexorablemente, por una especie de superstición hacia la ciencia y la tecnología. El paradigma cientista y la persistencia de la ideología del progreso, así como la multiplicidad de nuevos saberes y tecnologías, han provocado la devaluación del mundo de la vida y la tergiversación de los ideales humanistas de la universidad medieval.
Perplejos contemplamos hoy la derrota de esa universidad originaria, bajo el dominio generalizado de una racionalidad instrumental, la vigencia de unas instituciones de educación centradas en el profesionalismo, en el credencialismo, en la mera calificación de fuerza laboral y en la formación de llamado capital humano.
Pero lo que vemos es que la civilización creada por el capitalismo, incapaz de resolver los problemas generados por su propio desarrollo, los exacerba en su avance implacable contra la naturaleza y contra la humanidad.
Ante la catástrofe civilizatoria, no simplemente anunciada, sino ya presente, ya vivida, la disyuntiva es de vida o muerte. Las nuevas formas de dominación, apropiación y expansión del capitalismo -propiciadas de hecho desde las mismas universidades- conducen a nuevos desafíos que deberíamos aprender a enfrentar.
El ideal positivista e instrumentalizador que nos impone el capitalismo tardío se muestra impotente, principalmente en las regiones periféricas, en el llamado tercer mundo, que hoy quiere ensayar propuestas de cambio, opciones de reafirmación cultural y de soberanía política que, por supuesto, confronten las transferencias culturales y los paradigmas cientistas de las transnacionales.
Próxima entrega: Horizontes nuevos para la universidad (2)
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