Columnistas
Fábrica de enemigos

Por Augusto Trujillo Muñoz
*Jurista y académico
Estas tres palabras, que encabezan un texto que encontré en las redes, parecen escritas para Colombia. Aquí la praxis política se volvió delirante. El gobierno nacional, prisionero de una narrativa demodé, se mueve entre lo agresivo y lo provocador con resultados extravagantes.
La oposición, prisionera de un sectarismo indigno de cualquier causa noble, navega entre lo fanático y lo cursi, para desembocar en posiciones irrazonables. El efecto de las dos cosas es un ejercicio político torpe y peligroso. Torpe porque el juego de la oposición beneficia cada día más al gobierno; peligroso porque una y otro privilegian el agravio sobre la interlocución.
Colombia tiene más geografía que historia y más territorio que Estado. No gratuitamente está invadida por la intransigencia y la obcecación. La política, con protagonismos inmerecidos e irresponsabilidades públicas y privadas, está guiada por antipatías viscerales.
Es excepcional la conducta dirigente, incluso la ciudadana, que antepone las conveniencias del país a su apasionamiento. La enfermedad viene cobrando escala planetaria mientras es exacerbada por las imposturas del presidente de Estados Unidos de Norteamérica. Pero el ambiente polarizador colombiano desborda todos los límites de la cordura.
Afirmar que un país tiene más geografía que historia supone que está exhibiendo notorias carencias dirigentes. Si el nuestro tiene más territorio que Estado es porque su dirigencia abandonó su obligación de atender debidamente a la Colombia profunda. Nada de eso es nuevo, pero tampoco preocupa a nadie, salvo para profundizar el enfrentamiento entre colombianos.
El país, por supuesto, necesita reformas: en el régimen político, en el régimen territorial, en la justicia, en la educación, incluso en la salud, pero el gobierno desestima la necesidad del consenso y la oposición bloquea maquinalmente los proyectos en el Congreso. Ni lo primero atiende la prioridad de las reformas, ni lo segundo es una opción democrática.
La política, como sustituto de la guerra, comienza y termina entre constructivos debates. La democracia nace en el disenso, se construye en el debate fructífero y se gestiona en términos capaces de garantizar la gobernanza. Eso dejó de existir en Colombia.
Es tal la degradación del lenguaje que el ejercicio político ya no utiliza el diálogo sino el insulto. No se emplea la crítica objetiva sino la ofensa personal y esa es una antesala de la violencia. Semejante ambiente vejatorio se abona en la demagogia de los populismos que invaden al país y al mundo sin controles.
Alguien, con mucha lucidez, dijo que los demagogos y los populistas de cualquier signo son quienes, desde el gobierno o desde la oposición, prometen defender a la sociedad de los enemigos que ellos mismos les fabrican.
En ese marco, el siglo XXI está transformando a Colombia de la patria esperanzada y optimista que nos legó el proceso constituyente de 1991, en una patria necia y sórdida, no apta para vivir con dignidad, ni para formar a nuevas generaciones. Es como si quisieran convertirla, desde las mismas cúpulas del Estado, en una fábrica de enemigos. No hay derecho.
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