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El Alcalde de las obras... de las obras chambonas

El Alcalde de las obras... de las obras chambonas

Por: Jonathan Ortiz T.

*Geólogo-investigador


En la mayoría de las ciudades, las obras públicas se convierten en la gran promesa de progreso. Desde el primer día, los anuncios de grandes proyectos suelen ser la carta de presentación de cualquier administración.

Sin embargo, cuando esas mismas obras, que en su momento fueron presentadas como el emblema de la modernización, se convierten en parches improvisados que se desmoronan con el paso del tiempo, la ciudad termina atrapada en un ciclo interminable de promesas incumplidas. Las obras, en lugar de ser la solución a los problemas, se convierten en un recordatorio constante de lo que nunca fue.

Un claro ejemplo de esta realidad es el caso de ciertas infraestructuras que, cuando fueron presentadas al público, se vendieron como grandes logros. ¿Recuerdan el llamado coliseo mayor que, en su inauguración, fue recibido con celebraciones y discursos sobre su "modernidad"?. Se nos vendió como un centro de eventos único, un espacio que sería clave para la cultura y el deporte en la ciudad. Sin embargo, tras la primera lluvia, ese mismo coliseo, que al principio parecía una joya de la infraestructura, se convirtió en un depósito de agua, demostrando que las promesas de grandeza no siempre se traducen en soluciones duraderas.

Las fotos de la inauguración ya no pueden esconder lo que la realidad mostró con cada tormenta: un lugar que se inunda fácilmente y que, en lugar de ser un emblema de progreso, se convirtió en un símbolo de lo que no debería ser.

Si hablamos de las reparaciones viales, la historia no cambia. Las calles que deberían ser un modelo de renovación, se presentan como simples soluciones temporales. En lugar de un verdadero avance en la infraestructura urbana, lo que vemos son reparaciones que, al poco tiempo, pierden su efectividad.

Las calles "recién reparadas" se convierten en un ciclo de "parches", donde se repara lo que vuelve a desmoronarse poco después. En lugar de una infraestructura duradera, los ciudadanos se enfrentan a la repetición de los mismos problemas una y otra vez. Lo que parecía ser una gran mejora termina siendo solo una fachada, un maquillaje que no resiste las exigencias del tiempo.

En el ámbito de los servicios públicos, la historia se repite. Los acueductos, prometidos como una solución a los problemas de agua en la ciudad, se inauguraron con gran pompa. Se nos habló de sistemas de distribución eficientes, de una infraestructura moderna que solucionaría la escasez de agua. Pero lo que realmente son tanques vacíos.

Al final, los tanques no fueron más que una decoración, un recordatorio de que las promesas de mejora no siempre llegan a ser una realidad. El agua, que tanto se nos prometió, sigue siendo un recurso escaso, y los proyectos que deberían ser la solución se quedaron en meros adornos vacíos.

Uno de los proyectos más esperados por la comunidad fue el puente elevado de la 60, una obra que se presentó como una solución al tráfico y la movilidad en la ciudad. La primera piedra fue motivo de grandes celebraciones, con discursos llenos de esperanza y promesas de un futuro mejor. Pero hoy, ese puente no existe, ni siquiera quedó a medio construir, solo el show de ‘la primera piedra’ aún en su lugar, esperando a que algún día se concrete lo que en su momento se prometió. ¿Es este el "progreso" que se nos vende? ¿Una primera piedra y una foto de campaña que no se traducen en una obra real?

Lo que la ciudad necesita no son más anuncios de obras grandiosas que nunca terminan de materializarse. La gente necesita resultados concretos, no más promesas vacías. No más proyectos que se convierten en monumentos a la desidia. Lo que realmente necesitamos es un cambio profundo, basado en soluciones reales: empleos dignos, seguridad para todos, infraestructuras duraderas y servicios públicos que funcionen como deben. No podemos seguir engañados por la fachada de un progreso que no llega a ser tangible.

Las obras no deben ser solo un medio para mostrar algo en los medios, ni un pretexto para que algunos se lleven el crédito por lo que debería ser un deber cumplido. El verdadero progreso se mide en la calidad de vida de los ciudadanos, en la creación de oportunidades reales para todos y en la mejora constante de los servicios y las infraestructuras. Y para eso, no basta con poner una primera piedra o hacer una inauguración. Las obras deben ser de verdad, deben tener un impacto real y duradero en la vida de las personas.

Es hora de que las promesas de progreso se traduzcan en algo más que fotos de campaña y anuncios mediáticos. Es hora de que las obras que se prometen se conviertan en soluciones reales, duraderas y útiles para quienes realmente importan: los ciudadanos

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