Columnistas
Escritores colombianos y el exilio
Por Ricardo Oviedo Arévalo
*Sociólogo, Investigador, docente
Como decía el inefable expresidente uruguayo, Pepe Mujíca (1935-2025), que Colombia era un país donde sus dirigentes tradicionales escogieron como modelo de gobierno la violencia, antes que la vía pacífica de las ideas. Siendo esta una de las pocas naciones en América Latina, donde no hubo una revolución liberal durante el siglo XIX, permitiendo, de esta manera, la sobrevivencia de estas élites, durante los últimos 200 años, en lo que el sociólogo Orlando Fals Borda denominó la “clase señorial”, y que con algunos altibajos temporales, mantiene sus privilegios y odios en la actualidad.

Esta actitud de gobernanza se puede explicar mejor desde la literatura que desde la política: Polémicos autores como: José María Vargas Vila, Porfirio Barba Jacob y Fernando Vallejo, todos ellos destacados literatos y poetas del siglo XX, fueron proscritos por las élites políticas y religiosas por su obra crítica respecto al establecimiento y que describen en sus obras el país real, que la prensa y los medios oficiales ocultan, en un país excluyente, desigual y violento.
El exilio de las letras
Una de las tragedias nacionales no contadas, es el exilio obligado o voluntario a México de estos brillantes hombres de letras de Colombia, entre otros: José María Vargas Vila (1860-1933), Porfirio Barba Jacob (1883-1942) y Fernando Vallejo (1942- ). Es como si la literatura y el poder vivieran tiempos y momentos asimétricos y paralelos entre las letras y su arcadia nacional.
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El primero de ellos, Vargas Vila, perseguido por todos los gobiernos de la “Regeneración Conservadora” y por un país al que, según el intelectual Luis López de Mesa (1884-1967), le aterraba ingresar al siglo XX y, por lo tanto, a la modernidad; lo acusaron de incestuoso, masón, pecaminoso y hereje contra la religión y costumbres de la época; en su destierro, fue cónsul de Nicaragua ante Estados Unidos y nombrado diplomático, ante el Vaticano, por el presidente liberal ecuatoriano Eloy Alfaro (1842-1912), resultó célebre su actitud ante el Papa León XIII, cuando en el acto de entrega de sus credenciales como embajador, no quiso arrodillarse ante el Papa, por que “él no doblaba su rodilla ante ningún mortal”, después de un escandaloso y largo viaje por varios países, muere finalmente en Barcelona, España; con esa pasión desbordada que lo caracterizaba, jamás quiso que sus restos se repatriaran; los manuscritos originales de su extensa obra aún reposan hoy en la rebelde Cuba.

Otro rebelde, el poeta antioqueño Porfirio Barba Jacob, desde la publicación de su primera novela, Virginia (1902), los conservadores, lo censuraron tempranamente, empezando, de esta manera, su peregrinación por varios países de Centroamérica, su obra como su vida fue todo un escándalo, fue adicto a la marihuana y abiertamente homosexual, sus sueños no cabían en una sociedad, pacata, retrograda, comarcal y polarizada por la política y la religión; una de sus frases lapidarias decía: “La poesía es la religión de los cultos. Si en lugar de adorar a Jesús amáramos a Homero, la humanidad no sufriría tanto”.
Hizo de México su país, donde murió sin ningún tipo de reconocimiento nacional; su obra se difundió tras su muerte, cuando ya no representaba ningún peligro para las élites nacionales ávidas de poder, que aún se escandalizan ante las minorías sexuales y las ideas rebeldes del primer poeta realmente internacional que tuvo nuestra Arcadia nacional, su vida está resumida en su poema, “canción de la vida profunda”.
Otro antioqueño, el contestatario Fernando Vallejo, ganador del premio Rómulo Gallegos (2003), reconocido en 2012 por la revista estadunidense Foreign Policy como uno de los cien escritores más influyentes en lengua castellana, agnóstico, crítico acérrimo de la Iglesia y de la forma de hacer política en Colombia, desde 1971 se radicó, también, en el país azteca, desde donde ha realizado la totalidad de su obra; en el 2007, renunció a la nacionalidad colombiana, entre otras cosas, por una querella judicial abierta en su contra, por un polémico artículo, escrito en la revista Soho.

El mismo día manifestó públicamente que: "A México llegué el 25 de febrero de 1971, hace 36 años largos, más de la mitad de mi vida... ¿Y por qué no estaba en Colombia durante todo ese tiempo? -comienza la carta-. Porque Colombia me cerró las puertas para que me ganara la vida de una forma decente que no fuera en el Gobierno ni en la política, a los que desprecio, y me puso a dormir en la calle, tapándome con periódicos y junto a los desarrapados de la Carrera Séptima y a los perros abandonados, que desde entonces considero mis hermanos".
Por lo tanto, El desencuentro y las fisuras literarias y políticas de estos escritores y su “clase señorial” son evidentes, ellos prefirieron vivir en el infierno, antes que en el cómodo cielo de sus lisonjas.
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