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Erradicar a dios de la vida del hombre es como pedirle a un perro que no ladre

Erradicar a dios de la vida del hombre es como pedirle a un perro que no ladre

Por: Germán Eduardo Gómez Carvajal
Docente universitario


En su inconmensurable existencia la divinidad, el todo, el universo, como quieran llamarlo, se reduce a nuestras expectativas con la finalidad de abastecer de sentido y acompañarnos en la pesadumbre de la existencia.

 En una solidaridad de la grandeza del amor de dios, de su dios, de algún dios, los seres humanos encuentran sosiego: Por ejemplo, La veneración a la Virgen María se hacía más reacia en el siglo pasado entre las señoras de 40 a 60 años, porque justo ahí empezaban a ser huérfanas, espacio que la figura de la virgen llenaba a sus anchas, con su excelsa bondad, proveniente del concepto materno que acobija, acompaña e intercede.

La idea de un Dios protector que escoge a un pueblo pequeño y austero para convertirlo en una nación grande, se alinea con el instinto natural de hacerle fuerza y barra al más débil. Por eso, a menos que seas hincha del equipo de fútbol de la Selección de Alemania, si sus contrincantes son Ecuador o Ghana, le arrojarás la mejor energía a los chicos. Es fácil empatizar con un dios héroe que vela por los débiles, y a su vez, somos inconscientemente atraídos por la idea de que alguien nos salve.

En Latinoamérica, (no en vano el papa es argentino), existe el mayor número de creyentes católicos. Y es que nosotros, los del tercer mundo, los hijos de familias precarias, los obreros laborantes desde la adolescencia, añoramos un ente de este mundo o de otro, que nos haga el paro, que nos habilite:

Un dios todo poderoso que nos deje ser libres, un Cristo a quien podamos entregarle nuestras cargas para poder dormir un día sin pensar en las cuentas, en las enfermedades, en las calamidades, en la guerra, en la vejez, en los ahorros, en el amor no correspondido y todas esas otras preocupaciones que nos ahogan, que daríamos lo que fuera por ahorrárnoslas un tantico.

Ahora, aunque ustedes no lo crean, existen sobre la faz de la tierra movimientos feministas creyentes, mujeres que encuentran en el Dios hebreo, padre de Jesús, un ejemplo de respeto y promoción porque sean las mujeres autónomas sobre sus cuerpos y la maternidad “¿O no le pidió permiso dios a María para fecundar a Jesús?, la biblia lo dice, lo señala, lo asegura”, comentó con admiración, una de las integrantes del Colectivo Católicas por el Derecho a Decidir, quienes encuentran en esa lectura de su dios, la validación de quedar embarazadas o interrumpir la gestación en caso de así quererlo. El dios que pide permiso les funciona, el que las empodera.

Efectivamente Dios brilla desde nuestras carencias, desde nuestros anhelos, desde nuestra incapacidad de acertar en ciertas situaciones. Yo, que con Dios he tenido una relación de amores y de odios, de odios míos por supuesto, porque Dios es amor. me topo en unos encuentros con él que no puedo eludir, a los que llego por inercia. Yo, que he pasado de apasionarme y rayarme con textos como El mito de Sísifo de Albert Camus hasta la intrépida Teología de la liberación; que me he casado con ideas antagónicas del escritor Max Lucado y su dulce fe gringa seguramente republicana, y a su vez con la Puta de Babilonia del paisa más pluma sucia de Antioquia, me veo en avance y regresión, en dudas y certezas respecto a mí fe, que aunque creo que desaparece, prevalece contra mí mismo.

Me descubro en unos diálogos con Dios de una superficialidad asombrosa, estos últimos casi siempre desde la necesidad de más tiempo para hacer algo, “ojalá alcance” me digo en mis adentros, pero no hablo conmigo, porque me pesco esperando que algo suceda, que una ayuda extra emerja de mí y no sentirme tan solo en el proceso, que lo que no hice pronto, ahora lo haga rápido, en un nunca más que válido ansioso deseo de milagro, pienso en la palabra santiamén, me rio y me descubro casi que orando.

La fe para el susto

Hace poco, mi primo Daniel, un adolescente que recita la teoría del Big bang mal, sin mucha comprensión de que lo que pregona, enfermó. Nada del otro mundo, una sospecha de Dengue que terminó en una fuerte gripa. Sin embargo, debían inyectarle algunos medicamentos. Al ver la aguja de la enfermera, su mirada se hizo suplicante, para sorpresa de todos se echó la bendición, y de su boca salió a modo de plegaría un “Dios mío”, un dios suyo, que nos cayó por chiste, al ver su pánico y su deseo de eludir el dolor, el susto, la impresión.

Erradicar a dios de la vida del hombre es como pedirle a un perro que no ladre, es antinatural, venimos con una consciencia de que el plano físico no lo es todo, de que hay otras realidades, otras sendas por explorar, gozamos de la capacidad de abstraernos cuando nos conviene y conectarnos, con eso espectro sublime que según la fe que practiques goza de distintos nombres.

No importa la cultura y el lugar del mundo en el que te pares: pitonisas, pastores, monjes, sacerdotisas, chamanes, brujas, curanderos, farmaceutas, teólogos, han sido delegados del acto primitivo de sobrevivir y abastecer las necesidades básicas desde el trabajo, para caminar a tiempo completo a modo de oficio, por las insondables celdas de lo desconocido, de lo intangible.

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