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El encuentro en el festival

El encuentro en el festival

Por: Edgardo Ramírez Polanía
*Abogado especializado en Derecho de Familia


Una inmensa carpa tapaba el cielo de nubes, con celajes anaranjados que se forman en los meses de noviembre cuando se alterna el sol con las lluvias y la neblina que baja como pequeñas gasas de algodón del Nevado del Tolima, inmenso y eterno.

El organizador no tenía un aviso o escarapela que lo identificara. Era un joven de barba hirsuta y de baja estatura, que tenía un andar suficiente y preocupado. Jamás le había correspondido esa tarea de recibir a un centenar de escritores y ver arrumes de libros con portadas de diferentes colores y expresiones.

Era tal su preocupación que no se atrevió a abrir un libro en toda la feria y evitaba todo contacto visual con los escritores, mientras la gente iba y venía en la búsqueda de los autores de los libros para un autógrafo o un comentario; y no se sabía dónde estaban, porque habían dispuesto diferentes lugares para los conversatorios: la Biblioteca Darío Echandía, la Universidad del Tolima, el Centro de Convenciones y el mismo Parque Murillo Toro, que lo habían convertido en sede del evento.

Sin embargo, no obstante, un programa que circulaba en las redes sociales, pocos daban información exacta de las editoriales ni de las exposiciones, las obras ni los autores. El encargado de la organización ante las preguntas se le notaba indispuesto de ánimo y solo alzaba los hombros con un gesto que buscaba una explicación.

—Dicen que los escritores se van a reunir allá en el parque —dijo un hombre que tenía una venta de frutas por la avenida Tercera, convertida en ventorrillo por los alcaldes politiqueros que andaban en camionetas con vidrios oscuros para no darse cuenta de las calamidades públicas aspirando a ser gobernadores.

Los carros iban llegando y se apostaban en fila para descargar los libros.

—Ojalá no llueva —decía un conductor pasado de kilos y nalgas planas, que mantenía su brazo colgando de la ventana y miraba con desconfianza a los transeúntes que observaban el inmenso toldo que había sido blanco por el color de los amarres.

El encargado de su instalación dijo:

—La Alcaldía debe construir un escenario para esta clase de eventos-.

Pablo Pardo, alto y corpulento, de la editorial Caza de Libros, dirigía la instalación de su mostrador de exposiciones con fundas de tela donde exhibía los libros de sus autores de los cuales sabía sus vidas, dónde habían nacido, qué habían escrito y explicaba la obra con tal precisión que despertaba el interés para comprarla.

Los mostradores estaban repletos de libros y no se podía ver a los vendedores, quienes no poseían una lista de los libros ni el contenido de los mismos, pero parecían cuidarlos cuando los visitantes preguntaban por sus títulos y solo se dedicaban a mirar con recelo a quienes se acercaban por los costados de los mostradores.

El lugar se convirtió en una feria de curiosos y observadores de algunos expositores, que eran escuchados con deleite y silencio.

—¡Shisss, dejen oír! —decía una mujer joven con un morral tejido por los indios arhuacos, que dijo estar en representación del portal El Cronista.co.

—Está hablando muy bajito —replicaban otros, mientras el expositor subía el tono de su voz.

—Pero qué vieja está —dijo alguien.

—Yo casi no la conozco —expresó el que estaba detrás, de cabello canoso y un poco calvo.

Porque parece ser que nadie se mira en el espejo de sí mismo y tenemos la virtud de sentirnos más jóvenes que aquellos de nuestra misma edad.

Lo único que, de manera imperativa, hace perder esa concepción equivocada pero gratificante es la subida de escaleras, las largas caminatas y otros esfuerzos no menos satisfactorios que se manifiestan con el paso del tiempo.

La inauguración de la Feria FELIT se llevó a cabo en el Centro de Convenciones, y estuvo tan concurrida que derrumbó los estratos sociales, desde los hombres que han sido las figuras más importantes de la vida política del Tolima hasta los ciudadanos del común, que no aspiran a ningún reconocimiento y a quienes los unía solamente la camaradería.

Con voz grave y seguro de sus palabras, Carlos Orlando Pardo, director de Pijao Editores y organizador, se dirigió al público para explicar el motivo de FELIT, y con pinzas fue nombrando a algunos de los asistentes que los recursos de su memoria le podían asistir. Su hermano Jorge Eliécer, con su atuendo inconfundible, parecía el director del evento porque disponía el lugar para los invitados y trataba de que nada estuviera fuera de lugar o como él lo había dispuesto.

De pronto se escuchó un fuerte aplauso: había llegado a la reunión la gobernadora Adriana Magali Matiz, una mujer distinguida, de modales sinceros y singular belleza, que imponía su autoridad con una sonrisa amplia que adornaban sus dientes blancos y simétricos. Saludó a la concurrencia y después hizo una amplia exposición del Tolima, su cultura y el arte, que terminó con la promesa de que la Feria Internacional del Libro FELIT la impulsaría ante la Asamblea Departamental para que sea oficial.

No hizo lo de los políticos que se escapan como de un incendio para que la gente no les haga las solicitudes de sus promesas incumplidas. Ella se quedó hablando con la gente, escuchando sus inquietudes, porque sabe que todos los seres humanos tienen un problema que resolver o una esperanza como la mejor manera de querer.

Dicen que asistieron un centenar de escritores, y algunos se consideraban tocados por los dioses cuando les recitaban un poema, les recordaban un pasaje de un libro o se los recordaba por la genialidad de una obra. No obstante, había respeto con otros que escriben, pero no son literatos, y los consideraban de su nivel en las letras, porque el tipo de confidencia que un escritor literario pueda consignar en las páginas de un periódico forma parte de su obra como literato y, por lo mismo, guarda relación con el tipo de confidencia del periodista propiamente dicho.

La diferencia parece demasiado sutil y, sobre todo, demasiado cómoda para el literato. Pero ese matiz existe. Cierto es también que, en Colombia como en otras partes, el literato y el periodista se dan, a veces, en una misma persona, con excelentes resultados. No siempre ocurre ese fenómeno y el desastre de una carrera literaria o periodística que es consecuencia de ese interno antagonismo de los poderes intelectuales, de los estilos y de las dos similares disciplinas.

Por eso, en FELIT se congregaron las editoriales, la Gobernación del Tolima, los escritores, periodistas y amantes de la lectura con el propósito ineludible de tratar de encontrar en los libros algo que les permita expresar lo que se siente y piensa, y que los identifique en el ideal de justicia y sociedad culta y organizada que cada día se busca al escribir crónicas y libros sobre los acontecimientos de la vida y la muerte.

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