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Arte, moral y literatura en el Tolima
Por: Edgardo Ramírez Polanía
El Primer Festival Internacional de Literatura del Tolima FELIT 2025, fue algo más que una celebración de libros, fue una cita con la palabra, con la belleza y con la conciencia. En los auditorios de Ibagué, El Espinal y otros municipios se reunieron voces diversas, poetas, narradores, ensayistas y cronistas, que desde distintos registros abordaron una misma pregunta esencial: ¿cuál es el lugar del arte y de la moral en la literatura contemporánea?
Los nombres resonaron con fuerza; Santiago Gamboa, Carlos Orlando Pardo, Jorge Eliécer Pardo, Germán Santamaría, Olga Behar, Alberto Santofimio Botero, Jorge Valencia Jaramillo, Pedro Licona, Jorge Eliécer Ardila, Consuelo Vargas Torres, Pilar Quintana, Piedad Bonnet y un centenar de escritores venidos de diferentes ciudades y países, entre ellos el suscrito columnista en nombre de El Cronista.co.
Cada uno, desde su experiencia y su obra, ofreció una visión particular del oficio de escribir la literatura como espejo del alma humana, pero también como campo de resistencia frente a la moral utilitaria y al empobrecimiento del espíritu.
El arte, se dijo, no es una prolongación de la moral ni una consecuencia de ella. La moral juzga y el arte revela. Allí donde la ética impone normas, la creación abre caminos hacia lo desconocido. La obra literaria, incluso cuando denuncia o interroga y no busca absolver ni condenar sino comprender.
En esa línea, Consuelo Triviño Anzola recuerda la enseñanza de Hegel: el artista entra en posesión luminosa de las cosas, no porque las domine, sino porque se deja habitar por ellas. La belleza, decía, no reside en los objetos, sino en la conciencia que los percibe. La naturaleza sería muda si no existiera un espíritu capaz de oír su música secreta. Esa armonía, la “verdad del arte”, no es otra cosa que la coincidencia entre la melodía interior del creador y la música profunda del universo.
Muchos de los libros presentados en el Festival nacen de esa búsqueda, desde la prosa de Gamboa, que explora las zonas grises de la condición humana, hasta la memoria viva que atraviesa las páginas de los hermanos Pardo o la mirada introspectiva y poética de Bonnet y Quintana. En cada caso, la literatura se erige como un puente entre la conciencia individual y la realidad colectiva, en una forma de belleza que contiene, al mismo tiempo, dolor y redención.
Pero también, como advertía Nietzsche, el arte se alimenta del abismo. No hay creación sin riesgo, ni belleza sin una herida previa. El artista verdadero no se somete a la moral dominante ni a la corrección del momento, crea porque necesita hacerlo, porque en la creación halla su salvación y su libertad. El autor de Así habló Zaratustra, veía en el arte el gesto supremo de afirmación de la vida, un canto que se eleva por encima del bien y del mal.
Por eso, más allá de los debates, de las ferias y de las lecturas, el FELIT fue un espacio donde se celebró la palabra en su sentido más puro como revelación, como resistencia y como testimonio. Allí, entre los libros y las voces, se respiró la convicción de que la literatura, es auténtica, cuando no predica, sino ilumina, no impone, sino que libera.
El Tolima, con su geografía de ríos y montañas llenas de un verdor profundo, fue durante esos días una metáfora viva de esa conjunción entre arte, moral y literatura, un territorio donde la belleza se hace conciencia y la palabra se vuelve permanencia.
Y en justicia, cabe un reconocimiento, que sin el concurso decidido de la gobernadora del Tolima, Adriana Magaly Matiz, y el apoyo de Pijao Editores, este acto cultural no habría alcanzado la magnitud ni el brillo que tuvo. Gracias a su impulso institucional, la región vivió una fiesta de las letras que marcó un hito en la vida cultural tolimense.
Solo resta, como toda obra en construcción, perfeccionar la logística y la coordinación para que en próximas ediciones el Festival se consolide como uno de los más importantes del país.
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