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Opinión

Tarima con memoria: cuando los recuerdos bailan, el folclor deja de ser mercancía

Tarima con memoria: cuando los recuerdos bailan, el folclor deja de ser mercancía

Por: Paula María Delgado Morales

El pulso entre Guillermo Pérez, periodista, abogado, escritor y gestor sociocultural de nuestra región, y el actual secretario departamental de Cultura, Alexander Castro, sobre el destino del Festival Folclórico encarna algo más que un simple cruce de opiniones: revela una tensión más profunda y delicada entre espectáculo y sustancia, entre memoria viva y tarima vacía. Aunque el secretario Castro habla de unidad y desarrollo económico —principios válidos—, su discurso patina si lo que impulsa es el brillo y la promoción, más que la sanación histórica, la conexión identitaria y la experiencia cultural que engrandece el folclor.

Alguna vez Mario Vargas Llosa alertaba, en ‘La civilización del espectáculo’, cómo actualmente la cultura se descompone al transformarse en show: se convierte en entretenimiento sin reflexión, en forma sin contenido. Lo mismo viene ocurriendo aquí, en la gestión cultural de Ibagué y el Tolima, desde hace aproximadamente una década: se denomina folclor a las tarimas estruendosas, ocupadas por géneros comerciales y grandes patrocinadores, pero sin escuela ni legado, sin transmitir por qué en las faldas sanjuaneras o en los cantos campesinos hay lucha, memoria, heridas, como recordaba Guillermo Pérez, en su texto “Historias incompletas”, del 29 de junio pasado.

También Residente, el reguetonero incómodo —o al menos así se presenta—, lo dijo sin rodeos en BZRP #49: “una cosa es ser artista, otra cosa es ser famoso”, o sea, la fama (o el espectáculo) no basta si el arte, el folclor, la cultura solo entretienen. O peor aún, cuando se usan como parte de una maquinaria, como medio de promoción o marketing, como un producto más que vender. Así es que surgen proyectos que se denominan artísticos, que lucen trajes y muestran bailes típicos sin saber o preguntarse qué tragedia, qué ritual, qué historia sostienen.

Es fácil y muy estratégico proclamar “el orgullo y la unidad” desde el discurso y la agenda institucional; puro protocolo sin riesgo, sin preguntas ni verdades incómodas. ¿Qué artistas queremos? Ese interrogante debería estar en el centro. Días del tamal, del sombrero y la lechona, sí, pero, ¿qué pasa cuando los asistentes y los intérpretes desconocen el significado del sombrero de pindo? ¿Les interesa el archivo cultural o los likes que consiguen?.

El folclor se vuelve un producto enlatado que consumimos sin pregunta ni asombro. En ese contexto, considero que ni Guillermo Pérez ni nadie hace un llamado de reflexión a quienes ostentan liderazgo cultural, político y empresarial por buscar público o turistas, sino por convertir aquello que es consuelo, memoria, reparación, en mercancía. Porque si es cierto que sin músicos no hay fiesta, sin memoria, simplemente, no hay cultura. Eso es lo que estamos cuestionando aquí.

Entonces, ¿cómo podría cambiar este panorama? 1. Equilibrar tarima y archivo: mantener desfiles, licores, invitados internacionales, pero elevar la memoria local: los nombres, las masacres, el exilio, los rituales ancestrales que hay detrás de nuestros ritmos, danzas y festejos, es decir, la contranarrativa histórica, a lo largo del año. 2. Formación previa y continua para artistas: para no solo vender su “producto”, sino anclarlo en conocimiento y convertirlo en transformación social. 3. Transparencia política: que la “marca Tolima” no sea “la oportunidad fabulosa para celebrar unos contratos, vender unas botellas de aguardiente y unos tamales de más”, sino un proceso de co-construcción, de encuentro, una danza con la comunidad, con su memoria y con la cultura viva.

Ahora bien, curiosamente, desde hace más de una década, como todos sabemos, un grupo político con grandes tentáculos en Ibagué y el Tolima controla la contratación del festival y lo circunscribe a un negocio clientelar. En ese contexto, no es de extrañar que la tarima cada día, cada año, funcione menos como escenario de memoria y más como vitrina para quienes reparten favores. En esa línea es donde está la necesidad, la urgencia del llamado: recuperar el alma del festival antes de que solo quede la tarima.

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