Opinión

¿Por qué en Ibagué lloran los samanes?

¿Por qué en Ibagué lloran los samanes?

Por Víctor Sánchez - Gestor cultural


El domingo 24 de septiembre, en este mes declarado por el Ministerio de Cultura desde hace varios lustros como el mes del Patrimonio Cultural, un grupo de ciudadanos y habitantes colgó carteles en 195 árboles que va a talar el Consorcio Puente Carrera Quinta, en el lugar de la Avenida El Jordán con calle 60.

Como complemento a los carteles, en una carta reclaman y exigen a Cortolima, porqué se oponen a este “aprovechamiento forestal” que vulnera el derecho al goce de un ambiente sano, a la existencia de un equilibrio ecológico y porque afecta de manera cruel no solo el paisaje  urbano, además del clima de la ciudad.

Está inusual protesta, se suma al movimiento ‘Cuidadores del Parque Centenario y a otras anteriores manifestaciones públicas que claman por el respeto al arbolado urbano por parte de las empresas y consorcios de constructores, que al parecer no conocen la existencia del Estatuto del Árbol aprobado por el Concejo de Ibagué, ni saben que desde el año 2019 se aprobó un componente del Plan de Ordenamiento Territorial, como es la Estructura Ecológica Principal.

Tampoco han leído los estudios financiados por Cortolima, sobre el tema del arbolado de Ibagué y del Cañón del Combeima, ni la diversidad de investigaciones y estudios sobre el hábitat, ambiente y cambio climático que se producen en la academia y que deben ser conocidos por los ingenieros, arquitectos y demás profesionales que ejecutan obras y proyectos de urbanismo.

Al parecer en sus estudios de pregrado, especializaciones y maestrías no les enseñaron nada al respecto, solo el uso, el abuso y usufructo irracional de los bienes colectivos representados en estos árboles, en los humedales, en las quebradas o los ríos, en las especies de aves o de insectos que tienen allí su casa y su espacio vital. Qué pesar que el conocimiento no les cambia para nada su comportamiento, que en sus profesiones solo triunfe el racionalismo voraz, que sus inquietudes de estudio no busquen ni consulten alternativas para “construir sin destruir”.

Es seguro que sus padres y abuelos cantaron en las izadas de bandera en  la escuela o el colegio  la canción del maestro  Jorge Villamil “Lloran los guaduales porque también tienen alma”, hoy están haciendo, con sus proyectos infames, llorar no solo a los guaduales, como los que derribaron en la construcción del centro comercial La Estación, también están llorando los samanes del parque Centenario, lloran por su abandono los árboles patrimoniales del parque de Bolívar, lagrimean por el altísimo ruido las palmas de la plaza Murillo Toro, tiemblan  y gimen de espanto más de 195 árboles de la avenida Quinta porque los van a cortar para construir un puente.

Le he oído decir a un  cercano amigo del alma, que participó muy activo en la elaboración del POT  de Ibagué a finales del siglo pasado, que esta es una ciudad sin urbanismo, que faltan normas  más severas y férreas; en el parecer de otras personas como los vecinos de Calambeo y de la granja San Jorge que  hace años denuncian e instalan demandas, derechos de petición y acciones populares en contra de las licencias de construcción  que destruyeron el paisaje y tumbaron más de 50 individuos de samanes, cachimbos, acacias y otras especies tropicales, para construir  12 moles de apartamentos, un centro comercial y plazoleta de comidas;  no hay tal que falten normas, lo que faltan son funcionarios públicos que cuando les ofrezcan  plata para mirar para otro lado, saquen lo que les queda de honradez miren de frente  y  hagan cumplir las normas existentes.

Que don Conrado sea nombrado curador urbano, que la niña Honorata ocupe el cargo de Planeación y que a don Ernesto lo saquen por deshonesto. Que en  Calambeo no amen las torres de  “Foresta” porque desforestan, que invoquemos a San Jorge, famoso soldado europeo que mató al dragón, para que libere del yugo constructor  a esta ciudad, que en su nombre tiene un bosque  de más de 120 hectáreas y un antiguo claustro declarados como Bienes de Interés Cultural de carácter Nacional. Oremos.

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