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Opinión

Las llanuras del Tolima

Las llanuras del Tolima

Por: Edgardo Ramírez Polanía


Las llanuras del Tolima, eran extensas y silenciosas. Los loros y gorriones, formaban una sinfonía de trinos en los bosques de samanes y arrayanes, que bordeaban los bohíos hechos de palma real, en los claros del monte con la lumbre del fuego primitivo.
 
Los indios caminaban descalzos por las reverberantes cintas de los senderos bajo soles abrazadores, cuando vieron siluetas extrañas e imprecisas que se movían por entre los ramajes tupidos, y con sigilo, observaron seres extraños, vestidos con armaduras y montados en animales de pisadas grandes, y decidieron  llevar el mensaje a otros  indígenas, sobre aquellas figuras misteriosas y amenazantes. 

Empujaron sus canoas sobre ríos caudalosos nacidos en la divinidad Dulima, el Totare y Toche, Combeima, unidos por un mismo origen con los ríos, Gualí, Opia, Anchique, Ata, Cucuana, Amoyá, y se  reunieron en la desembocadura del Guatiporo en el gran río Guaca Hayo, porque entre los indios, existían amistades ocultas entre sí, para resistir a las tropas españolas, como lo sostiene el presidente de la Real Audiencia, Francisco de Sande, en carta dirigida al rey, fechada el 21 de octubre de 1557. 

Cuentan quienes conocieron a los Pijaos, como Fray Pedro Simón, Pedro Aguado, Juan de Castellanos y Pedro Ordóñez de Ceballos, que los Pijaos que habitaron los valles del río Guaca-Hayo, eran  fuertes, decididos y bravos que atemorizaron a Andrés López de Galarza y sus 75 acompañantes con 40 caballos, en el viaje hacia el Valle de las Lanzas y al capitán Francisco Trejo, yerno de Sebastián de  Balcázar. 
Los Pijaos llevaban 60 años de lucha contra los españoles y tenían la convicción que esa confrontación era para vengar la sangre indígena derramada y sería su supervivencia o su muerte. Se armaron con lanzas y flechas envenenadas, se untaron la cara de achote, ambil y hojas de cochinilla y adornaron con plumas de garzas rojas y blancas, taparrabos de corteza de árbol, tamboras, y se cogieron de los brazos para la danza ancestral y la guerra con el conquistador español.
Los conquistadores llegaron  con pesadas armaduras, morriones, arcabuces, perros hispanos y espadas fundidas en Toledo, a los cuales el indio Pijao se enfrentó, porque eran de, “ grande ánimo y determinación. Son astutos, vigilantes, ingeniosos y muy hábiles en menear las lanzas y dardos con el que pelean de tal manera, que no les impide ni embaraza la montaña”, según relato del español Capitán Diego de Bocanegra a la Alteza Real.

Los Pijaos que estuvieron en la guerra fueron 3.000, para vengar la infame muerte del hijo de la Gaitana por parte del español Pedro de Añasco. Los indios fueron exterminados casi en su totalidad en el enfrentamiento que duró varios meses con muertos de ambas partes. Sin embargo, dominaron hasta comienzos del siglo XVII, los valles del Tolima desde la margen derecha del río Magdalena, hasta el Valle del río Cauca y desde el río Páez en el departamento del Huila, hasta Cartago hoy Pereira, con permanentes asedios a los conquistadores, que hizo necesaria una guerra de “sangre y fuego”, encabezada  por Juan de Borja, Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe y Diego Ospina y Medinilla, pero no pudieron exterminarlos porque se internaron en las selvas.

El indio Pijao, fue quien más sufrió en la “Ruta de los conquistadores”, con la barbarie y el exterminio de sus hombres sus mujeres y niños, cuando los conquistadores fundaron a Santa Marta y continuaron por las riberas de los valles del río Magdalena y establecieron a Santa Fe de Bogotá y Popayán en el Cauca, donde los españoles les asaltaron sus bohíos y “en una sola noche  pasaron cuchillo a 80 indios con mujeres y niños “… “ Pedro Sánchez del Castillo y los demás soldados, de la pesadumbre  que recibieron, mataron  las veintitrés indias y criaturas e indios que venían en las colleras”, como lo relata Jorge Orlando Melo, en capítulo La Rebelión de los Pijaos.

Esa actitud de barbarie y sometimiento se encuentra en la herencia española de los “Reinos de Ultramar”, que nos inclinó fatalmente a recibir una clásica confusión de las categorías en la historia y la leyenda, concretada en la manera de no plasmar el trato indigno de nuestros Pijaos, que fueron echados a los perros hasta ancianos de 90 años, como lo relata Leovigildo Bernal.

Esa concepción de la negación cultural, es consecuencia de la  sangre española en las venas del mestizaje, que nos hace herederos de esa especie de insensibilidad, que nos impide la percepción y certeza de las expresiones de los antepasados, donde el indio en su lamento, su canto y sus símbolos, tienen una realidad  cultural conforme a los datos de las crónicas indianas.

Sin poder hacer pie firme en la hondura de sus ríos, sin haber visto al indio desnudo, sino a través de los escritos religiosos, construimos con el material escrito y de nuestra pasión e identidad cultural, una sucesión de pequeñas o grandes imágenes, de lo que fueron nuestros antepasados en su sufrimiento que dejaron expuesto en signos en la piedra eterna.

Ellos lucharon por su vida y su territorio, así algunos historiadores nuestros, digan que los indios fueron unos cobardes, ante la presencia de los conquistadores y que se metieron temerosos en sus malocas. El valor de los bárbaros colonizadores, eran las armas con órdenes de Carlos V y la Real Audiencia de Santa Fe, en la época de los Virreyes, que negaron la educación y la cultura al indio, a través de una imposición forzosa, encadenada y subyugada que algunos en sus textos de enseñanza no lo dicen y solamente se refieren a otros hechos del dominio, la imposición económica y la cristianización que aún subsisten.

Podemos decir, que los valles y cerros tolimenses, fueron un lugar imperioso del indio Pijao, que caminó esas tierras para que hoy exista desarrollo rural en esa inmensa llanura  casi límite, donde un mar verde la cubrió por años sin memoria y de sus simétricos surcos, brotó el fruto, que llenó trojes y marco el ciclo de la continuidad en el agro y en el tiempo y que dio amor y esperanza de vivir, con el sabor amargo de la sal que hizo inmortal la memoria de Lot.

Tierra buena, de su dormida pero activa entraña, generosa y bondadosa como la mano de Dios, hizo florecer cultivos, hacer caminos, casas pajizas, cujas y asientos de vaqueta hechas de cuero de res, donde se arrulló con su canto la vida y donde nació nuestra música en “la tarde campesina”.

De allá, venimos, en una constelación de soles encendidos, en un misterio de la vida y de la muerte, del amor y del olvido, de la suerte y la desgracia, en una noria infinita que no desaparece, porque al mismo tiempo, nacen nuevos seres, nuevos amores, mas eternos, con visiones distintas, pero con un mejor destino de sus vidas. 

Esa razón, nos hace pensar, que las llanuras de la patria donde se construyó parte de la historia colombiana, nos debe servir para ser más comprensivos y tolerantes, para buscar la paz que jamás tuvieron aquella raza indómita de los Pijaos, por la agresión y la barbarie que subsiste como un lepra causante de la violencia, que debemos hacer desaparecer para lograr una paz no solamente escrita, sino de reconciliación con justicia social.

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