Opinión
El valor de las ideas tolimensistas
Por: Alberto Bejarano Ávila
Una lectura empírica del imaginario colectivo del Tolima, en particular sobre sus juicios de valor, revela que es generalizada la apreciación respecto a la pobreza (o ausencia) de ideas en nuestro día a día. Este vacío es claro en épocas electorales, de análisis prospectivo o de formulación de planes, momentos estos donde pululan los lugares comunes o (dije antes) el esnobismo teórico y escasean o son ilusorias esas ideas nuevas, pertinentes, seminales y retadoras a las que aluden algunos intelectuales, sin precisarlas y menos sustentarlas. Esta ambivalencia deja al desnudo un grave defecto de incoherencia conceptual.
Señalo que esta reflexión sobre el valor de las ideas no es un examen axiológico, cuestión privativa de filósofos y no de legos y tampoco alude a réditos económicos, pues bien dijo Antonio Machado: “solo el necio cofunde valor y precio”. La reflexión solo pretende instar a imaginar la importancia de construir ideas alternativas sólidas para orientar un progreso tolimense integral, es decir, no ideas al garete, sino una enjundiosa conceptualización que ligue el contexto territorial con el deber de construir un hábitat sostenible y un desarrollo económico equitativo, tarea que implica crear pensamiento regionalista como contrapeso a las viejas orientaciones que solo han causado frustración, dependencia e incertidumbre.
Devolviendo películas (no hasta épocas del cine mudo, porque allá los gestos decían más) veremos a conferencistas, planificadores, burócratas, barones electorales, emisarios y más inefables actores que con “sobrada erudición” indican o imponen tesis sobre desarrollo, siempre fallidas, como fallidas serán en el futuro. En esas películas no podríamos vernos a nosotros mismos dialogando, escuchándonos, debatiendo y acordando, tal vez porque es cierto el vaticinio de que “nadie es profeta en su propia tierra”, porque creemos que dar ventaja a alguien opaca “nuestra importancia” o porque subestimamos nuestra valía.
Reencontrarnos en un escenario tolimensista para asumir retos de futuro tiene sentido si la tarea inmediata es construir ideas propias de alto valor prospectivo a partir de lecturas históricas, antropológicas y sociológicas y, obviamente, lecturas juiciosas sobre recursos naturales, ventajas estratégicas, talento, etc. Para que emerjan nuevos paradigmas o ideas fuerza expresadas en palabras sabias y propositivas debe aceptarse que las ideas insulsas han debilitado las palabras y que con palabras débiles hemos arruinado los hechos.
Muchos han sido los centros de pensamiento (think tanks) que nacieron muertos porque se concibieron como parche para disfrazar inercias o continuismos y no como laboratorios para investigar acerca del cómo romper errados paradigmas, es decir murieron por falta de norte. Sin temor a yerro digo que los tolimenses debemos mirar este asunto con rigor, pues urge construir pensamiento propio si realmente queremos ser actores de desarrollo y no testigos pasivos de cómo el centralismo, el gran poder económico y los organismos multilaterales imponen pautas que favorecen sus particulares intereses y, tampoco, el eco de tesis desarrollistas que a veces esgrimimos como tesis nacidas de nuestra inventiva.
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