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Opinión

El Festival del Folclor y el “Soco” Parra

El Festival del Folclor y el “Soco” Parra

Por Ricardo Oviedo Arévalo

*Sociólogo, historiador y docente

Eran los años setenta del siglo pasado, donde en Colombia se vivían dos grandes momentos sociales, el hippismo como filosofía y modo de vida y el surgimiento del realismo mágico como escuela literaria.

El primero, se destacaba por su presencia militante en el llamado parque de los hippies en la calle setenta en Bogotá, donde se reunían permanentemente los más selectos representantes de esta contracultura, muchos de ellos provenían de Ibagué, uno de sus miembros más destacados fue Hernando Parra, llamado coloquialmente el “soco”, hijo del ilustre barón hondano, Nestor Hernando Parra Escobar, diplomático, político, exrector de la Universidad del Tolima y exgobernador, al contrario de su padre, el “soco”, prefirió el camino de las bellas artes y de anticuario.

De mediana estatura, de abundante melena y tupida barba, siempre se vestía en camiseta, bluyines y sandalias, al estilo de “trapito” del recordado cómic de doña Ramona y don Pancho. Introvertido, extremadamente callado y con aspecto de obnubilado permanente, siempre llegaba y partía inesperadamente, de ahí su apodo del “soco”, su mejor medio de comunicación eran sus hábiles manos, el diseño, la decoración y el ensamblaje de escenografías, su vivienda en el centro de la ciudad, era un museo con diversas colecciones de vajillas, espejos y arañas del más fino baccarat, su refinado gusto fue adquirido por sus numerosos viajes por el mundo. 

Por muchos años, fue el decorador oficial de los clubes sociales y de las vitrinas de los mejores almacenes de la calle tercera, el Avenida, Ley, Nene, Ole, y la boutique, esta última, se ubicaba en el hall del popular teatro Nelly, del rey del technicolor, Jorge Ramírez, sus decoraciones, sencillas, estéticas y cromáticamente poderosas, conectaban a Ibagué con lo mejor del arte del consumo de esa época, se hizo aún más popular, cuando se dedicó a diseñar en tercera dimensión las películas que la cadena Ramírez exhibía.

Me acuerdo el famoso ataúd con veladoras, de la funeraria Valbuena, que ambientaba la inauguración de las series de cine de terror que se iniciaba a partir de las doce de la noche y cuya puerta la abría un portero vestido de negro con capa y sombrero de copa al mejor estilo del mago Mandrake, ambientado por una cartelera gigante donde se destacaban los afilados colmillos del actor inglés, Cristopher Lee, el eterno Drácula del celuloide.

Lo mismo hacía cuando los dueños del entretenimiento en Ibagué, le solicitaban ambientar la serie de películas del oeste, famosos “spaguetti” de los años setenta del siglo pasado, de un hall terrorífico, por arte de magia, pasaba a crear un escenario árido, compuesto por espinosos cactus, zarapes, sombreros, chipas de rejos y botas texanas, y donde en la fachada del teatro, colgaba un gigante afiche “de se busca” con una abultada recompensa en dólares americanos, de esta manera, nos transportaba, como en una alfombra mágica, al violento y lejano oeste norteamericano, sin salir de la ciudad.

Pero el verdadero talento del “soco”, se desplegaba en todo su esplendor, cuando diseñaba las carrozas, tablados y demás escenarios del Festival Folclórico, fue el único capaz de reproducir El Boga del Banco de la República, con alambres y papel cristal multicolor, convirtiendo esta escultura de frío granito, en un arco iris navegando por entre un río de gente, sus carrozas pulcras, sencillas pero con poderosos mensajes, que eran acompañadas por sombreros, espuelas, polleras  libélulas, guitarrones, violines y acordeones gigantes.

Si la reina era de Sucre, era acompañada de un gran sombrero y sandalias trespuntá; si era del Valle, un cañaduzal y una partitura musical; la del Atlántico un hombre caimán coqueteaba a su acompañante; la del Amazonas, un jaguar de color naranja transparente miraba coquetamente a la candidata,  pero además,  la decoración de los salones de los clubes sociales y las vitrinas de los mejores almacenes hacían una buena compañía de creatividad del talentoso “soco” Parra, su propuesta estética surgía de lo profundo de nuestra tierra. 

Lo anterior contrasta con lo que pasó este año en el reciente Festival Folclórico, fue precisamente la ausencia de una propuesta cultural institucional que reafirme los sentimientos didácticos regionales, los ´yipaos´ del Quindío, los silleteros de Medellín y las improvisadas carrozas con gran influencia sureña, no aportan mucho para (re)crear un espíritu local de la cultura tolimense.

Los buenos festivales requieren una minuciosa investigación y preparación, donde los artesanos, la comunidad, la academia, los promotores y artistas en forma mancomunada, hagan realidad  el plan especial de salvaguarda, como lo tienen, entre otros eventos, Medellín, Pasto, Barranquilla y Riosucio, para que, de esta manera, sirva de hoja de ruta de los diferentes actores y se tracen políticas a mediano y largo plazo y por lo tanto, se repiense un buen libreto del folclor, sin afanes políticos ni clientelistas, para que de esta manera, se recuerden los tiempos ingeniosos del “soco” Parra y sus escenografías de coloridos y transparentes creaciones de  papel cristal multicolor que hasta hoy nos conmueven el alma.

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