Historias
Sancochada entre las montañas
Por: Sentipensante
Es el santo más rico y popular, el santo más preparado y conocido, el santo que alcanza para todos, el santo más consumido, el sancocho. Lo hay de res de cerdo o pollo, trifásico, siete carnes o de pescado, con yuca o ñame, plátano o papa, espeso o aguado, todo depende de la región donde sea preparado.
En la finca la Miranda, por acá en las montañas del sur del Tolima, me invitaron a hacer un micro documental de una sancochada... De unita me vi agarrado con un muslo de gallina criolla doradito a la brasa y un platado de consomé humeando, dejando en el ambiente un aroma que derrite las babas y activa el paladar.
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Bájese de esa nube patroncito—, me dijo doña señora cuando llegué directico al jogón. — Si lo que usted quiere es documentar un verdadero sancocho criollo tolimense, la historia empieza en la platanera 18 meses atrás.
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¿Cómo así? Desbarajémela más despacio que yo soy medio soroco—, le solicité pelando la muela de oreja a oreja.
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Pues mire, Sentipensante, la cosa es que nosotros tenemos el gusto de saber de dónde viene lo que nos comemos porque nosotros mismos lo sembramos y estamos seguros que este cuento empieza allá en las semillas.
Me llevó casi de la mano, orgullosa, exponiéndome todos los productos que tenía en su cocina… Los otros parientes emocionados con mi modo de colgarles jeta, se me aproximaron y me llevaron a conocer palmo a palmo.
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Empezaron por enseñarme su gran logro: el gas natural a partir del aprovechamiento de la mierda de su simpáticos y deliciosos marranos. El sistema me pareció brevecito de implementar en cualquier finca y uno deja la compradera de pipetas o la cortadera de leña. Más adelantico en otra crónica les cuento bien cómo es la vuelta con esos patroncitos.
Luego de presentarme todos sus marranos, desde los recién paridos hasta los que estaban a punto de ser lechona, me enseñaron la huerta que es abonada con otro beneficio que se extrae de los biocompos, como llaman los sabedores al sistema ese de la mierda de los cerdos.
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Tenemos: cebollas, tomates, cilantro, alverja, frijol, acelga, pepino y hasta lulo—, me dijo el más pequeñito que si mucho tendría 10 años; y agregó chicaneando: — yo soy el que les echa agua, Sentípensante.
Otro que tenía un sombrero de lo más de bacano, me agarró del brazo tironeándome con ansiedad por hacer que volteara la vista para el otro lado.
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Hola, mano, mire para allá tantico para que vea esa hermosura de platanera que yo estoy levantando con estas manos, patroncito.
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Extendió sus manos carcomidas por el mango del machete y el cabo del palín mientras continuaba garlando:
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Eso vale más que la plata, mi Senti, no ve que la plata no se puede comer.
Sacó su machete y me lo entregó diciendo:
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Bueno, patroncito, le cedo el gusto de cosechar el primer racimo.
Casi que se lo arranco de la mano. — ¡Cómo me voy a perder este privilegio! — me dije para mis adentros, y dando gracias al creador por el milagro de la vida de velada en la magia de la fertilidad de la madre y hermana tierra me sumergí en la platanera...
El primer racimo jecho que pillé le eché mano, pero me tocó pedir auxilio para cargarlo, no por flojo sino porque más de siete arrobas estaba pesando.
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Falta ir por la yuca—, dijo el señor esposo de doña señora, mientras se joteaba una lona y le echaba mano al palín.
Caminamos tantico hasta la punta de un filo donde se veía patentico toitico el pueblo, ahí contemplé a los guambitos mecerse sobre la cordillera central, agarrados de una mata de yuca que llevaba 10 meses entregando sus tubérculos a la tierra de la cual hoy es despojada para cumplir su misión de alimentar a los pueblos.
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Corra, Senti, tenemos que agarrar la gallina.
Yo vidé una gallina gorda, huevuda y popocha pegar carrera por entre un rastrojo y sentí un retorcijón en el buche que me recordó que de porfiado no quise echar desayuno antes de salir para el monte, dizque por guardar espacio pa’ la sancochada...
Por fin llegué a la ramada con el gaznate más seco que estopa, la gallina entre mi axila sudorosa picoteándome el pecho; doña señora me pasó un vasado de limonada endulzada con panela de la región, que me jarté de un solo sorbo.
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Ahora sí a jartar Sancocho—, exclamó la doña.
Yo caí aplastado con los ojos desorbitados, se me notaba lo cansado, la pálida me había dado, el voltaje no había aguantado, solo esperaba ansioso la sustancia que me devolviera el poder.
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Espero nos ayude a hacer viral esta historia de soberanía alimentaria—, me dijo la patrona mientras me ponía por fin el platado de consomé humeando junto a la jeta...
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Sí, mi Senti, algunos por allá en las ciudades creen que lo que se jartan nace en los refrigeradores o estantes de los almacenes de cadena, pero en el fondo todos sabemos que para hacer un buen sancocho antes tuvo que haber un campesino trabajando la tierra y defendiendo las sillas.
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