Historias
La noche en la terminal del transporte de Ibagué
Al caer la noche comienza una actividad febril en la terminal de pasajeros de Ibagué, donde las sombras traen inescrutables misterios de las historias que allí se mueven.
Los gritos sin ganas de: "Neiva, Neiva, Melgar, Bogotá...", que lanzan casi bostezando los taquilleros de las diferentes empresas de transporte para captar la atención de los viajeros, se convierten en un coro permanente que se escucha en todo el terminal durante la noche. Nadie duerme, menos en temporadas como Semana Santa.
La actividad es permanente y nunca para. Los taquilleros deben cumplir turnos de ocho horas, tres en las 24, pero la penumbra de la oscuridad conlleva relatos ignotos de cada pasajero; desde aquel que prefiere viajar de noche para dormir en el bus como una forma de ganar tiempo e ir más descansado y aprovechar el día, hasta aquellos que les gusta pasar la traba viajando o de las prostitutas que aprovechan las tinieblas de la noche para 'cazar' uno que otro cliente.
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Pero también existen los pasajeros que salen de la terminal de Ibagué y otros municipios con conexión a otras ciudades, en su afán de llegar pronto a los destinos, se disputan un puesto en la fila para comprar un tiquete al costo que sea. Cargados hasta de tres y cuatro maletas, más cajas de cartón y mascotas, que parecen más un trasteo, ingresan a las salas de espera para ser llamados por el operario de la empresa. Algunos vencidos por el cansancio del día, les coge el sueño en las sillas se quedan del bus, y deben ser embarcados en el siguiente vehículo, siempre y cuando tengan cupo.
La noche es cómplice de muchas vivencias. Desde la pareja que debe esperar horas para buscar un pasaje y a punta de besosy caricias pasar el tiempo, hasta la ancianita que, con bastón en mano, suplica a dos hombres que le retiren de las sillas las maletas para poder sentarse. Mientras tanto en otro lugar, una religiosa con camándula al cuello y celular en mano trata de comunicarse quizá con sus superioras para avisar que llega a la madrugada a su convento protegida por El Espíritu Santo.
Más allá, los conductores en compañía de dos perros criollos, que ladran sus colas pidiendo de pan, esperan ser llamado a para ingresar sus vehículos a la plataforma. Los animales son llevados por un alma caritativa que pasa por el lugar a un sitio adecuado dentro de la terminal y que es de carácter social para darles de comer.
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Las experiencias que se viven en la Terminal de Transporte son múltiples como la de aquellos pasajeros que buscan un boleto para ciudades lejanas y discuten con los funcionarios de las empresas para que les vendan sus pasajes antes que se registren las alzas por la temporada.
El tiempo no da espera, los empleados de las cafeterías, restaurantes y golosinas, buscan llamar la atención, para poder atrapar a sus clientes, quienes prefieren llevar de recuerdo los exquisitos bizcochos y achiras, o sentarse a degustar un café con empanada o buñuelo tratando de calmar el frio que se concentra en las instalaciones.
Mientras tanto en los casinos, un par de hombres de la tercera edad y con el cabello blanco y sin rumbo fijo, apuestan lo único que tiene en busca de un golpe de suerte que nunca les llegará, mientras se detienen al ver la presencia de las autoridades, que entran a verificar que se estén cumpliendo las normas.
Una mujer joven de tez trigueña y con uniforme azul pasa por cada uno de los rincones recogiendo vasos, botellas y envolturas de comida chatarra, dejadas en el piso por aquellos que no les importa levantarse y depositarlas en las canecas de la basura, y es “que esto de recoger y barrer constantemente es un trabajo que agota", declara, y agrega: "pero ya es una costumbre".
Hacia la media noche baja la frecuencia de trabajo para todos, es como si se hubiese detenido el tiempo. Un par de habitantes de calle, con barba y cabello largo y sucio, aprovechan para ingresar y recorrer de extremo a extremo la Terminal, buscando una moneda o un pedazo de pan, luego se sientan buscando calor y una bebida que les calme el frio, pero al ser avistados por la guardia son sacados de allí, ante todo la seguridad, dicen algunos de los pasajeros.
En las afueras, dos mujeres de estatura mediana, maquilladas en exceso y quizá envueltas por la droga, recorren la plazoleta buscando un tinto para calmar el frio de la noche o el momento de “pegarse un corto viaje”. O atrapar algún pasajero que llegue con ganas de algo más en la capital musical de Colombia.
Los taxistas, esos hombres que deben cumplir horarios de más de 8 horas permanecen minutos largos, esperando la presencia de un pasajero que los contrate para un servicio largo. Jorge, un hombre de 45 años, cansado por el trabajo, relata que este fin de semana sí podrán cuadrar su sustento diario, ya que hasta el lunes de Pascua la afluencia de personas será mucho mayor, en ese orden de ideas sus ingresos.
Minutos más tarde, dos uniformados “pasan revista” minuciosamente en las afueras, buscando coordinar con los representantes de las empresas de vigilancia que cada automotor que salga lleve la documentación requerida.
El tiempo avanza rápidamente y hacia las tres de la madrugada se reanuda el ajetreo de pasajeros y encomiendas, ya al caer las primeras luces del día de nuevo Juan Carlos y sus colegas se posesionan de sus puestos en las taquillas para ofertar tiquetes a mejor precio y con los mejores vehículos.
Cada historia, cada momento que se registra allí, queda plasmado en el aire, en las paredes y en la vida de miles de viajeros, conductores y ayudantes. Son leyendas de vida tan diferentes llenas de amor, felicidad y tristeza, como la de María Amelia que busca un pasaje directo para Bogotá, para asistir al sepelio de su madre.
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La terminal de transporte de Ibagué, en las noches es arrullada desde de lo lejos por tangos arrabaleros y boleros cantineros que salen de algunos burdeles cercanos, pero además, es el escenario de millones de personas en tránsito a otros lugares o su destino final. Y pensar que, en este lugar, donde hoy funciona este centro de concentración de viajeros, fue una hermosa estación del ferrocarril, joya arquitectónica republicana derribada por algún alcalde que privó a Ibagué de un gran museo o centro cultural de la ciudad. Fue un pedazo de historia que le quitaron a los ibaguereños y tolimenses para convertirlo en un paradero de buses intermunicipales y departamentales, ya desueto y en decadencia.
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