Historias
A punta de trapo y betún brillan sus vidas
Carlos Arturo Triviño, reconocido como “El Flaco” es un humilde lustrabotas que lleva 23 años ejerciendo su labor al interior de la Terminal de Transporte de esta ciudad.
A diario se hace 25 mil pesos con los que debe sostener a su esposa e hijos, “aunque no es mucho, este oficio me ha dado mucha felicidad porque me ha permitido conocer gente importante”.
Cuenta que se ganó el puesto, porque llevó su hoja de vida a la dirección de la Terminal cuando murió el dueño del tradicional café Lusitania, siendo aceptado de manera inmediata. Todos los días excepto los viernes santos y los primeros de enero; desde muy tempranas horas con su caja de embolar y sus implementos inicia la jornada, esperando a que sus clientes más fieles, entre ellos conductores, taquilleros y pasajeros utilicen sus servicios.
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Relata “El Flaco”, que curiosamente los días de temporada alta como la Semana Santa que está a punto de aproximarse, el trabajo no es bueno porque los pasajeros que ingresan de manera apresurada a comprar sus tiquetes no tienen tiempo para hacerse lustrar.
“Cada embolata cuesta dos mil pesos, señala Carlos Arturo, dice que ese precio se mantiene desde hace muchos años y que no piensa subirle, porque ello espantaría a sus clientes, además por limpiar zapatillas cobra tres mil pesos”.
“El Flaco” extraña a sus cuatro compañeros que fallecieron. El último José del Carmen Barajas, quien hace 20 días partió a la eternidad por un infarto y que llevaba 26 años laborando en la Terminal de Transporte.
Por eso ese colegaje con Pedro Hernández, un experimentado lustrador que llegó hace cuatro años se hace aún más estrecho. Sin embargo, Hernández cuenta que “se inició en 1.968 en el entonces tradicional parque de San Victorino de Bogotá, cuando se utilizaba la naranja para brillar zapatos y que, a punta de echar trapo y betún, cobraba 20 centavos por cada embolada, logrando así con los años y a punta de sacrificio, comprar su casita en el barrio La Unión de Ibagué y acceder a una pensión, la que cotizó por muchos años en calidad de independiente”.
Con 68 años de vida Pedro Hernández pasó de lustrador a cotero en la Central de Abastos de Bogotá, pero afirma que me cansé de “echar bulto retomando el de embolador”. “El dedicarme a echar bayetilla me ha dado grandes satisfacciones, porque no sólo aporto para la manutención de mi mujer, sino también de mi pequeña nieta”.
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Todos los días este hombre delgado, de estatura baja, con un rostro cansado por el trabajo y los problemas diarios, retoma su labor desde las cinco y cuarto de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Ambos hombres le dan gracias a Dios, porque a pesar de que no tienen dinero, tienen para un plato de comida y para vivir en paz y amor con sus seres queridos.
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