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Un festival para la esperanza

Un festival para la esperanza

La cultura ha sido siempre la cenicienta en el sector público.

 Cuando de elaborar presupuestos se trata, la cultura es relegada a las migajas de lo que le quieran dar. Por eso resulta admirable de todo encomio lo que ha logrado la Corporación Corarte, creadora del Festival de Música 'Mangostino de Oro', que llega a los 25 años de existencia. Una auténtica proeza.

Lo realizado por el abogado Bladimiro Molina Vergel es para quitarse el sombrero. Libre de vanidades y protagonismos personales, incluso en exceso, ha conducido contra viento y marea un festival que hoy es orgullo del Tolima. En su humildad reconoce que el éxito alcanzado ha sido el producto de la colaboración de amigos que ven en la  cultura la posibilidad de un mundo mejor, y entonces es la música la que se vuelve eje fundamental en ese propósito. Mantener viva la música andina, un acierto que el país de la cultura debe saber agradecer. 

Pero si hablar de aciertos resulta aleccionador en todo lo hecho alrededor de este excelso festival, el mayor de ellos lo constituye haber nacido en Mariquita. Un municipio de una riqueza prodigiosa, que se vuelve un indicador nato de las enormes potencialidades de la provincia tolimense, pero que por la falta de visión de sus dirigentes se ven opacadas y por supuesto son tristemente desaprovechadas. Ahí está lo valioso de haber sido Mariquita la escogida como sede del Festival de Música 'Mangostino de Oro'. Gracias a un enamorado de Mariquita que ha visto allí solo oportunidades. 

El mejor homenaje, la mejor gratificación a ese esfuerzo es acudir esta noche a través de la pantalla del televisor y las redes sociales para presenciar esta versión 25 de un evento que se encuentra dentro de  los más importantes en su género en el país. Larga vida al Mangostino de Oro, orgullo tolimense, orgullo mariquiteño.

Que los girones de historia que tiene la Capital Frutera empezando por la expedición botánica de Mutis, cuyos aromas naturales se sienten en el museo; los últimos pasos del invasor Gonzalo Jiménez de Quesada; la arquitectura colonial con la iglesia parroquial de San Sebastián, la Casa de La Moneda, la Ermita del señor de Los Milagros, donde se venera el Cristo de Madera, son entre otros, atractivos, que nos hacen pensar que Mariquita es historia, es riqueza agrícola, es gastronomía, es también cuna del más exquisito pan. Es fecundidad infinita. 

Mariquita es el teatro donde el olor a mangostino se confunde con el pentagrama musical que despliega por estas fechas a lo largo y ancho del Tolima y la nación.

 Es también el pensamiento vivo de glorias pasadas confundido con melodías y estrofas agoreras de un mejor futuro.

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