Crónicas
La Ibagué trasnochadora y divertida
El confinamiento en tiempos pestíferos es el escenario propicio para que lleguen los pensamientos más sublimes, pero también los más perversos y disolutos. Hasta inconfesables.
Las imágenes reveladas son las de un periodo loco de mi juventud, donde amparado en mi signo zodiacal y filosofía sartriana solté ataduras y prejuicios religiosos que a las malas me habían inculcado en mi niñez. Una niñez, por cierto, breve y fugaz.
Y aunque parezca contradictorio Sartre y el zodiaco, así es la vida de todo ser humano: contradictoria. La angustia inevitablemente me lleva a al existencialismo y a la libertad del hombre; pienso que no pertenezco a ningún determinismo: biológico, histórico, social o teológico, sino que soy fruto de mis virtudes y errores, que acompañan la libertad, el desamparo y la desesperación; pero que la vez, tengo el temple para resistir y sobreponerme a las dificultades por terribles que parezcan.
Mi espíritu de libertad marcado por Acuario, es además signo de aire, de viento que incita a extender las alas y volar; vivir como se le dé la gana. Pegado a la independencia. No se puede sentir presionado o controlado. Este es el grito de felicidad del acuariano, poder ser él mismo sin interferencias de nadie. Ser libre.
Bajo este manto de autonomía propia, caminé sendas puritanas y de pecado, emprendí aventuras y desde estudiante visité casas de citas y hasta prostíbulos de mala muerte. Me divertí, la gocé y me enamoré, de vez en cuando, de una u otra puta. El sida no se conocía.
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Eran tiempos de ‘chivería’, hoy se le llamaría de ‘perrería’, donde los bombillos rojos marcaban las casas de citas e indicaban que en ese lugar había jarana y sexo. Era la luz de la lujuria.
Era una época que en Ibagué se coronaba a la puta más hermosa y al mejor cabrón del año, en un reinado o ceremonia que se realizaba en Gualanday, en una parodia al reinado de la Belleza de Cartagena iniciado en 1934, y que por esos años se encontraba en pleno furor.
El Gualanday de antaño
Era también el esplendor de la inspección de Gualanday, como punto turístico, cuando a este sitio se le llamaba el Miami de los ibaguereños, lugar obligatorio de baño, descanso y esparcimiento los fines de semana por las cristalinas y abundantes aguas de su quebrada y los famosos charcos de Briceño y Las Panelas.
La actividad comercial de este lugar constituía la principal fuente de ingresos económicos de su población. No solo se vendía la fritanga de los kioscos ubicados a la orilla del río, y la cerveza y trago en los bares y cantinas, también existían establecimientos comerciales como almacenes surtidos de trajes de baño, flotadores y vestuario en general. En los frentes de las casas instalaban improvisadas vitrinas o mesas con ventas de bizcochos calentanos de todo tipo, quesillos y frutas, amén de los restaurantes y hoteles, en los que se destacaba uno bueno que, incluso, era escogido por algunos equipos de fútbol, entre ellos, el Deportivo Cali, como lugar de concentración cuando jugaban en Ibagué.
Este fue el lugar escogido por algunos ‘chivos’ bravos de esos años, entre los cuales se encontraban conocidos empresarios, abogados, médicos, comerciantes, dirigentes deportivos y políticos, entre otros, de los cuales no daremos nombres por razones obvias de respeto a sus familiares, y porque esta nota no pretende delatar a nadie. Solo citaremos lugares y hechos, por considerarlos parte de la historia oculta de una ciudad pacata y anacoreta, pero a la vez picaresca y burlona. Era el Ibagué pastoril y sano de mediados del siglo pasado.
El reinado
Quizá para mitigar las impactantes noticias de la violencia que sacudían a los campos del Tolima, por esos tiempos, entre finales de noviembre y primeros días de diciembre, dicen nuestras fuentes de entero crédito, Gualanday era escenario de un reinado casi clandestino. Allí se coronaba a la prostituta y al cabrón del año, seleccionados por los propietarios (as) y clientes de las casas de cita de Ibagué.
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Los reglamentos de este escogimiento se desconocen, pero se sabe que la reina tenía que llenar no solo las medidas de altura, cadera, busto y cintura, también gracia, porte y que los clientes dieran buenas referencias; entretanto, el cabrón o chivo, era aquel visitante consuetudinario de las casas de citas, además de ser buen amante y aguantarse las infidelidades de sus amigas, también debía ser generoso y todo un bacán.
Acordados los ganadores de este singular reinado, eran subidos en un automóvil Ford 49-50, azul oscuro descapotado, cuyo propietario era un conocido comerciante de origen turco, y exhibidos en un recorrido que atravesaba al pueblo desde el puente de Gualanday hasta el cementerio por la carretera central y viceversa. Lo curioso de este vehículo, era que también se utilizaba en la Semana Santa, para transportar al obispo en las procesiones, y de allí, además de oraciones, impartía bendiciones a diestra y siniestra por la carrera tercera de Ibagué.
Era el carro del pecado y de la virtud divina, al mismo tiempo.
Los lugares
Ese Ibagué solariego y bucólico, tenía en el ambiente de la putería, casas de citas con nombre de mujer: Lili, La Rubia Mireya, La Japonesa, Elvira, Marina la pobre, Marina la rica, La casa del portón dorado, y otras de menor audiencia.
La sensualidad que tenían estos lugares, aunque diferentes en algunos de ellos, era común en todos: el olor a mujer y el comercio sexual. Los motivos para visitarlos: diversos, desde el marido insatisfecho en su casa, la soledad, la curiosidad, hasta el deseo y la lujuria.
En uno de estos sitios vi al primer travesti en mi vida. Entre otros, tenía como cliente a un famoso médico de la ciudad en esa época. La propietaria del negocio me decía que él ganaba más que las mujeres; desde entonces me di cuenta que Ibagué tiene sus cucarrones y que la diversidad de género se practica desde hace muchos años, claro está, más solapada que en la actualidad.
Entre los amanecederos uno de los primeros, fue El Caney, luego Los Violines y después Cueros Show, todos funcionaron en el mismo lugar donde hoy se encuentra la Tienda del Café; más tarde apareció Buchana's y El Castillo y la Casa del Recuerdo. Eran bailaderos generalmente frecuentados por prostitutas y hombres de vida alegre, que iban a la diversión y el goce hasta que el cuerpo se cansara y les alcanzara la plata.
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También se pueden contar algunos cafés y bares en el centro de la ciudad como El Estambul, Mi Cafecito, Lusitana, Sótanos del Molino, Rosas de la Tarde, La última copa, El 2001 y algunos con nombres de tangos, relacionados con el ambiente de la noche, prostibulario y silencioso.
Y pensar, que aún queda un vestigio en pie de esta época, la Casa de las Casadas. Pasan los años y ninguna autoridad ni administración ha podido cerrarla pese a que se encuentra a escasos metros de la clínica Tolima, en pleno centro de la ciudad, y que viola claras disposiciones para el funcionamiento de este tipo de negocios.
Las anécdotas
Anécdotas muchas para contar, pero sin espacio para hacerlo, como la casa de la señora que tocaba castañuelas y bailaba flamenco, ubicada a escasos metros de la policía antes de llegar a la 21 con carrera 3a. Iban los más encumbrados políticos y funcionarios públicos de la época; la celebración de Navidad en el Portón Dorado, donde los clientes tenían cantina o bar libre y las mujeres eran gratis; el de la bailarina de un circo que por estar divirtiéndose se olvidó que la temporada había terminado, la dejaron y terminó haciendo salón; o la de un conocido deportista campeón panamericano que termino empeñando la llanta de repuesto de su carro para pagar la cuenta.
Casos de la vida real, que por disolutos e impúdicos que parezcan, se diluyen en el tiempo, y llegan en momentos de crisis para ser rescatados en la memoria y pensar que se ha vivido. Que hubo una Ibagué trasnochadora y putañera, que los profanos y pecadores gozamos y que las prepagos acabaron.
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