Crónicas
Crónicas de una cicloviajera, segunda entrega
La vuelta al sol número 28 y Choquequirao II
- (Aquí puede leer: Crónicas de una cicloviajera)
El día anterior, David tuvo muchas cosas que dejar listas antes de partir y yo me quedé con sus padres en la cocina. Ellos fueron para mi grata sorpresa un apoyo logístico espectacular. Muy temprano don David preparó una masa para empacarnos empanadas y panes caseros, haciendo unos de carne y otros exclusivamente de queso para mi dieta vegetariana; Sule nos hizo un arroz turco para el almuerzo del primer día y yo organicé todos los equipos necesarios para ausentarnos durante cuatro días. Teníamos todo lo necesario y amorosamente preparado; en esta ocasión todo se sentía bien y pintaba un buen pronóstico.
Salimos un jueves hacía las 3 y 15 de la madrugada, en un carro que nos dejó en la intersección del ramal. A las 4 y 12 a.m. nos bajamos en esa oscuridad y frío a los 4000 m.s.n.m., organizamos el poco equipaje en las bicicletas y empezamos a pedalear. La neblina nos cobijaba y era imposible ver a más de un metro de distancia y aunque no se veía nada, el precipicio al lado izquierdo se sentía con mucha intensidad. Serían 31 kms principalmente en bajada al pueblo de Huanipaca, los primeros 9 kms nos costaron de más por la actividad aeróbica que nos exigía la altura y el equilibrio en la oscuridad. Hacia las seis de la mañana salió el sol y pudimos apreciar el maravilloso paisaje montañoso de estas comunidades quechuas.
Cuando llegamos al pueblo, un retén de policías custodiaba el bello arco pintado que escribía “Welcome”. Nos preguntaron las cosas normales de estos tiempos pandémicos y nos dejaron pasar con la condición de no quedarnos ahí. Un poco más adelante, nos detuvimos a desayunar las riquísimas empanadas de don David y un poco de fruta con avena. En ese punto, el camino se bifurcaba y nos presentaba dos opciones: arriba Kiuñalla, abajo Tambobamba. No teníamos información ninguna de las comunidades pero yo sugerí que me parecía mejor subir en bici y hacer la bajada al cañón caminando. David no opuso resistencia y antes de volver a las bicis, y sin ningún previo aviso me dijo: Daniella ¿qué se siente saber que te acabas de comer tu plátano (banano) del desayuno de mañana? Solté una carcajada a todo volumen por el comentario bromista y me sorprendió muchísimo conocer esta faceta de mi compañero, que los días anteriores había sido muy respetuoso e incluso distante.
Recetas culinarias
Resulta que dentro de nuestra estrategia, habíamos por supuesto también medido con precisión los días y la comida que debíamos llevar para no darnos mala vida pero tampoco cargar peso innecesario. En la batuta de ese itinerario me encontraba yo con mi cuaderno y recetas culinarias. David de hecho enterado de todo, había aprobado nuestra alimentación y medido conmigo el peso de los alimentos, luego me daría cuenta que le hacía mucha falta la carne y los desayunos de su mamá aunque fueran sólo cuatro días, pero me proporcionó un argumento para gastarle bromas del mismo estilo que el primer día de desayuno y forjar una amistad sólidamente aventurera.
Además, David había estudiado internado en un colegio militar en Arequipa, por lo que su carácter también se veía marcado por la precisión y el orden de estas instituciones. De vez en cuando me contaba de las excursiones militares que realizaba de chibolo (niño) al monte. Al escuchar su relato, no pude evitar mencionar mi más reciente lectura peruana “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa. Le pregunté por las iniciaciones mencionadas en la novela y las riñas entre serranos y costeños, me contó de su experiencia con ello y de hecho confirmó el panorama cultural y político descrito en la novela. Me encantan esas sincronías entre los viajes literarios y los viajes terrenales, son como alimento para la imaginación a la vez que motivo de tremendas aventuras y experiencias. Leer es un universo fascinante que echa la mente andar y con suerte, la próxima aventura esté protagonizada por uno mismo. Entonces, debo decir que me encontraba profundamente influenciada por las letras de un conquistador de lo inútil, que leía en las noches en mi carpa: “El que en busca de una belleza y una grandeza sublimes, osa aventurarse en estos lugares, debe aceptar completamente correr ciertos riesgos” (Lionel Terray).
- (Lea también: La joven ibaguereña que recorre Sudamérica en bicicleta)
Y heme aquí, reviviendo en la escritura la aventura de esta nueva edad que me pedía no renunciar a pesar de los inconvenientes y que continuase en este: mi descubrimiento.
Los pintorescos cultivos
Llegamos antes del mediodía a Kiuñalla, un palo bloqueaba su entrada y un cartel decía que no era permitido pasar personas fuera de la comunidad. ¡Oh no! Una niña nos dejó la puerta abierta y avanzamos unos 200 metros, cuando nos gritaron dos señoras que nos detuviéramos. Nos parqueamos y desde la distancia hablamos sobre nuestras intenciones de cruzar a Choquequirao y no quedarnos en el pueblo. Nos piden que esperemos que van a llamar al presidente. Mientras eso, tramamos otro plan con David que según él puede funcionar.
Cuando llega el presidente, yo me levanto y me presento, le digo que soy periodista y estoy haciendo un reportaje sobre la situación del turismo en las comunidades peruanas dentro de la pandemia, que tengo autorización del director del parque arqueológico para pasar y el joven a mi lado, me está acompañando por seguridad dado que conoce el territorio. Aunque todo es verdad desde una perspectiva (o si no nadie estaría leyendo este texto) no nos sirve de nada nuestro argumento, ni los mapas, ni el hecho de que somos personas saludables que montan en bicicleta, ni que hicimos nuestra cuarentena monitoreados por el hospital de Curahuasi (en realidad sólo David pero me incluye en el nosotros) y nos piden que demos la vuelta por donde veníamos.
No nos quedó más remedio que retornar 14 kms en vano, estando tan sólo a 8 kms caminables de nuestro destino. Me monto en la bicicleta con una cara de decepción y seriedad que David se asusta. Nuevamente en la intersección sólo nos queda probar el camino de Tambobamba para hacer mi cuarto intento y el segundo de ese día. En la bajada, el sol y los pintorescos cultivos de zapallo me alegran el camino y me devuelven la esperanza.
Decidimos tocar la puerta de un hermoso hotel de un italiano para guardar las bicicletas, pues de ahí en adelante debíamos caminar. Nos abrió la puerta Rodrigo, un cusqueño muy amable que nos brindó un espacio y datos importantes del camino. Tras re-acomodar nuestro equipaje para las mochilas y almorzar, seguimos a pie río abajo. Los obstáculos no cesaron ni un segundo, aunque esta vez más aliviada porque no eran de tipo humano sino del terreno. Los huaicos de la temporada de lluvia, se habían llevado una parte importante del camino y nos encontrábamos ante un verdadero desfiladero, suerte la nuestra que ya sabíamos de ello por nuestro amigo Rodrigo y encontramos una manera de subir por otro lado y cruzar con relativa seguridad. Pocos metros más adelante pero menos dramático había otro derrumbe, dudé en pasar y David me dijo: si tienes miedo nos devolvemos, primero la vida. Lo miré y le dije ¿y abandonar en este momento? Ni loca, seguimos. Me lancé con precaución sobre las piedras y crucé rápidamente al otro lado. Pensé en ese momento que David era buen compañero, tenía un amplio conocimiento de la cordillera, un espíritu de descubridor, buena energía incluso en las subidas y ni un solo momento me apresuró por el ritmo (él más rápido caminando, yo más resistente en la bicicleta) o me hizo sentir débil. De hecho, sin pretensiones y siendo objetiva, él también estaba aprendiendo cosas de mí, que había adquirido prácticamente en la escuela de la vida y me daban mucha soltura en el campo.
Fogata alrededor del río
Llegamos esa noche ya sin luz a la playa de San Ignacio, en el estrecho del cañón y punto más bajo que alcanzaríamos. Después de 16 horas de actividad física, estábamos cansados y hambrientos, por fortuna no teníamos que cocinar porque teníamos el arroz turco de Sule y lo disfrutamos alrededor de una fogata, con la luna casi llena sobre nosotros y el fuerte sonido del río al lado izquierdo. Dormimos plácidamente uno al lado del otro. Aunque pudiera ser, dadas las perfectas condiciones que teníamos, que se hubiera desarrollado algún evento más romántico, ninguno de los dos pretendía aquello y a excepción de uno o dos momentos de sutil coqueteo, la noche trascurrió con mucho respeto y me sentí muy tranquila y alegre de conocer hombres que conocen el significado de la palabra No, sin molestarse.
Al otro día volvimos a emprender la jornada a eso de las 4 de la mañana para evitar que el sol nos pegara muy fuerte, eran tan sólo ocho kilómetros lo que nos separaba de Choquequirao, pero 1360 de desnivel desde el río; era una buena subida en un zigzag de piedra y derrumbes. Otra vez a oscuras, el vacío siempre estaba a un lado nuestro, hubo una ocasión que pasamos a gatas por la inclinación del terreno y el viento que nos movía. Yo estaba caminando sin prisa pero sin pausa, mi espíritu estaba alegre y tranquilo por estar haciendo lo que tenía que hacer para seguir cumpliendo mis sueños. Nada, absolutamente nada, se compara con ese sentimiento de estar construyendo tu propia vida con las dos manos.
Hacia las 8 am arribamos en el mirador, tomamos un breve desayuno antes de continuar con los dos kilómetros que nos faltaban. En el ascenso ya empezaba a cambiar drásticamente la flora del territorio mezclada entre los picos nevados de la alta montaña y las palmeras verdes de la selva, veíamos algunas ruinas aún sin limpiar por donde pasábamos. Choquequirao está desnudo tan sólo en un 60%, se dice incluso que es más grande que la famosa fortaleza de Machupichu.
La gran ciudad perdida
Las primeras noticias sobre el sitio arqueológico, se refieren al interés del historiador Hiram Bingham, quien de 1909 a 1911 pudo recolectar datos sobre la gran ciudad perdida de los incas y que después se fue perdiendo a consecuencia del descubrimiento de Machupichu, que dejó de lado en importancia al poblado prehispánico de Choquequirao. En realidad muy poco se sabe sobre este lugar, más que fue ocupado por los incas de Vilcabamba y sirvió como punto de resistencia en la guerra contra los españoles, quienes nunca llegaron a entrar. Me han dicho, que los guías cuentan toda clase de historias a los turistas sólo por impresionar, puesto que de verdad no tienen mucho de donde informarse.
¡Llegamos! A las 10 de la mañana soltamos las mochilas en el suelo para respirar profundamente. No había nadie a la vista pero salía humo de una casa, nos acercamos para presentarnos pero tampoco vimos a nadie, así que esperamos al guardia mientras tomábamos el desayuno real. Al poco tiempo apareció un hombre delgado, de ojos rasgados y piel morena. Precavidos todavía por si nos iban a negar la entrada (pues era posible que el director no hubiera informado nada de nuestra presencia), habíamos tramado otro plan para no irnos sin conocer las construcciones principales, pero no hizo falta pues cuando me presenté y le relaté al guardia de mi reunión con el director, me respondió con tranquilidad que nos estaba esperando, que su compañero ya le había informado de nuestra visita y que sólo nos pedía acampar lejos de la vista de las casas del otro lado de la montaña, que eran la gente de Marampata, una comunidad que días antes había golpeado a dos rusos que habían intentado pasar. Que alegría sentía de haber elegido este camino y no haber continuado por Cachora; a veces es más inteligente devolverse y empezar de cero, que tercamente seguir avanzando.
Dejamos nuestras cosas ocultas y nos fuimos a conocer esta ciudad perdida. Aunque ya era poco y sin peso, la subida no terminaba nunca, estos incas se habían instalado en un lugar bastante inaccesible y hermoso. Desde la casa sacerdotal teníamos una vista privilegiada: a un lado los nevados, al otro el cañón y la conjunción del río blanco y el Apurímac, y toda la cordillera de Vilcabamba. Las razones eran evidentes del porqué poner una fortaleza ahí.
Cuna de oro
Al caminar por las ruinas noté que el piso brillaba, le pregunté al guardia que nos acompañó hasta la entrada del recorrido y me dijo que eran los minerales de la tierra, que Bingham fue el primero en venir por oro, pero que ya no había. Choquequirao significa en quechua cuna de oro y por donde quiera que uno pise, todo brilla con la luz adecuada. Lo que hace de la visita una travesía de cuentos mágicos y tiempos pre-hispánicos.
David y yo éramos las únicas personas en Choquequirao y a parte no tuvimos que pagar la entrada. ¡Que afortunados! Que dicha la mía de recibir semejante regalo, tanto esfuerzo y paciencia estaban siendo altamente recompensados. Con la mirada puesta en el círculo altar donde antaño, los incas seguramente habían celebrado toda clase de ritos sagrados, sentía bien-llegados estos veintiocho años y este nuevo ciclo del metal según la medicina china, la cual estoy lejos de entender pero rescato las cualidades psicosomáticas que explica este elemento: la quietud, el análisis, la rectitud, la pureza y el cambio entre otros. Por tanto, debe entenderse las cualidades de este elemento como movimiento, como modalidad particular de la gran mutación Universal, del No Ser, a la vez que como una expresión más concreta del cambio y del ritmo implícitos. La denominación de algo suele estar en correspondencia con su concepto, por lo que debe ser una expresión coherente con las cualidades esenciales de ese objeto, fenómeno o asunto.
Escribí en mi cuaderno de viaje después de hacer el camino de vuelta a Curahuasi (otros dos días de igual esfuerzo) que me sentía estar viviendo mi propia aventura, tal vez no la de picos glaciares o realizando hazañas extrahumanas, pero mi aventura, al fin y al cabo; planteándome retos y objetivos que se erigen a la altura de mis capacidades y conservando intacto el entusiasmo que suponen los nuevos problemas, alimentando el alma espiritual y salvaje, sintiéndome bella y fuerte. La independencia es un bien más preciado que la seguridad. Me estaba dirigiendo hacia un porvenir lleno de incertidumbre. En toda mujer hay fuerzas poderosas pendientes de descubrir.
Si quieres apoyar la travesía de Daniella puedes donar a través de Daviplata: 3107547125 y si deseas leer más entra a www.ngongoroko.com/
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