Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Crónicas

Crónica secreta de un falso positivo

Crónica secreta de un falso positivo

Tal vez, si nunca hubiera lanzado aquella moneda al aire no hubiera escuchado los sonidos ensordecedores de la ambulancia que estremecieron su tranquilidad y anunciaron un mal presagio. Quizá, si hubiese desistido de la orden de su capitán, de transportar una granada de mano, no lo hubieran inculpado. De pronto, si no hubiera pasado aquel Montero por esa carretera desolada, no le hubiese entregado a tiempo la granada al teniente. Si tan sólo no se hubiera llevado a cabo ese operativo, probablemente los cinco hombres seguirían vivos.

´Tigre’ es un exsuboficial del Ejército Nacional de Colombia que perteneció en sus filas durante más de 12 años. Se ganó su apodo sacando sus garras para extraer la  ‘arenita dorada’ de las quebradas y conseguir esos 30 mil pesos que costaba, en ese entonces, la carrera militar de suboficial. Hizo parte de la infantería que recorría todos los pueblitos a pie, de sol a sol, con lluvia, con sus botas empantanadas, siempre luciendo una enorme sonrisa y el orgullo de servirle a la patria.

Su vida estuvo en peligro en varios combates pero gracias al instinto de supervivencia, acompañados de un poco de suerte, esquivó la muerte, aquella que a diario cargaba sobre sus hombros y que pesaba más que su propio equipo de campaña. Sufrió de los mandos superiores la injusticias, ese método poco ortodoxo para ganar lealtad a través de la humillación, pero que le enseñaron a ‘Tigre’ a ser leal y cumplir las órdenes a rajatabla. Justamente, por seguir las órdenes de un capitán en la conocida masacre del retén de Villeta, perdió su vida y su carrera militar.

Eran las 5 de la tarde del 24 de enero de 1998 y ‘Tigre’ vestía de civil. Prendió la radio y se dispuso a escuchar música mientras llegaba el otro cabo primero. Eran del ‘2’ y estaban encargados de las operaciones de contrainteligencia. Aquel sábado, como en la mayoría de los fines de semana, Villeta, Cundinamarca, se convertía en uno de los lugares más turísticos del departamento, no solo por ser ‘tierra caliente’ sino por contar con un ambiente de júbilo y fiesta que era compartido por cada uno de los habitantes del municipio. Al estar de civil, querían pasar desapercibidos y ser un par más, de los miles de turistas que transitaban por la ciudad. 

Salieron de la base. Estaba a unos 15 minutos a pie del pueblo e hicieron inteligencia por largo rato. Quemaban tiempo, subían y bajaban por las calles, entraban a los negocios, se hacían amigos de la gente. Habían fijado una hora límite: las 8:00 pm. A esa hora, quedaron de encontrarse en un asadero con un informante, con un hombre que les iba a compartir información real y confiable del lugar por donde estaba rondando la guerrilla.

— Aquel informante era de nosotros y ya habíamos trabajado con él en varias ocasiones —dijo ‘Tigre’ en tono pensativo mientras con su mano derecha se apretaba el mentón. Las líneas contraídas de su frente parecían vivir el recuerdo, mientras con el movimiento acelerado de su pierna reflejaba el punto más alto de agitación.

A las ocho de la noche, ya estaban sentados en el asadero y pidieron un par de gaseosas para ‘calmar’ la sed. ‘Tigre’ transpiraba en exceso por culpa de aquel bochorno infernal y en repetidas ocasiones utilizaba el pañuelo blanco, que frecuentaba llevar en el bolsillo trasero de su pantalón para contener las gotas de sudor que le corrían por su frente. Minutos después apareció el informante. Pidieron un pollo asado para no levantar sospechas y mientras comían, el hombre iba revelando la información.

A las nueve, ‘Tigre’ creía que ya habían escuchado lo necesario. Se levantó de la mesa y se dirigió a pagar la cuenta. Sobró una moneda. Mientras volvía a la mesa la lanzó al aire y cayó ‘sello’, tal vez si hubiera caído ‘cara’ todo hubiera sido distinto. Estaban concluyendo la charla cuando minutos más tarde, la sirena de una ambulancia cortó por completo el ambiente de regocijo y ‘Tigre’ tuvo una corazonada, sabía que algo no estaba bien.

De inmediato ,‘Tigre’ regresó a la base, esta vez en un tiempo más corto, mientras el otro cabo primero se quedó en el pueblo en busca de una moto que tenía. Al llegar, ‘Tigre’ escuchó rumores acerca de un combate que ocurría a las afueras de Villeta y supuestamente había varias bajas enemigas. Un soldado se le acercó.

—Mi capitán Rey les manda a decir que en la habitación de él hay una granada de mano, agárrenla y llévensela al teniente lo más pronto, él sabe qué hacer con eso. 

El capitán Rey era el jefe de ellos, el de inteligencia. ‘Tigre’ quedó confundido, sin embargo, acató la orden. Con el soldado fue a la habitación pero la puerta estaba cerrada y no tenían las llaves, así que intentaron abrirla con una cédula, con una navaja y hasta a empujones pero no podían. El tiempo transcurría y pensó en desistir de la orden pero el soldado se las ingenió y logró abrir la puerta.

Buscaron la granada en la habitación hasta encontrarla. El soldado le indicó a dónde debía llevarla. ‘Tigre’ puso la granada en el bolsillo de su camiseta y emprendió su camino en solitario porque el otro cabo primero no había regresado a la base. El lugar de los hechos estaba a 15 minutos en carro. ‘Tigre’ llevaba caminando por varios minutos pero  no pasaba ningún medio de transporte que lo acercara al sitio indicado. Era una carretera desolada, se escuchaba con claridad el sonido de los grillos, de sus pasos, el jadeo del cansancio y hasta las pulsaciones aceleradas de su corazón. Caminaba por inercia, estaba pasmado, realmente no sabía lo que hacía ni porqué lo hacía.

—En esa situación de efervescencia uno no se da cuenta. Era cabo primero recién ascendido, no tenía mucha experiencia y tampoco sabía bien como habían sido los hechos, si verdaderamente eran o no guerrilleros. A mí simplemente me dieron la orden y uno lo que hace allá es cumplir órdenes.

Después de unos cuantos minutos, como por suerte o por mala suerte, un ‘Montero’ apareció en aquella oscuridad, ‘Tigre’ le hizo el pare y no importó ni que fuera tarde, el carro simplemente se detuvo y lo llevó. El conductor intercambió pocas palabras con él, pero aun así ‘Tigre’ se ganó su confianza, hasta el punto de que lo llevara kilómetros más adelante sin preguntarle el por qué, ni el para qué.

Ya iban a ser 11 de la noche y la zona estaba acordonada por el ejército. ‘Tigre’ le dijo al conductor del ‘Montero’ que lo dejara ahí. Se bajó del carro y le agradeció por llevarlo hasta ese lugar y con dos pitidos le respondió de alguna manera como si le dijera ‘de nada’. Iba caminando cuando notó que estaba la moto del otro cabo primero, él ya había llegado hace varios minutos, sin embargo, no lo buscó, fue directamente a buscar al teniente y sigilosamente le pasó la granada.

Al otro día, en el municipio de Villeta había consternación total. Aquellas bajas enemigas no eran ningunos guerrilleros, tan solo eran humildes ciudadanos que trabajan en ese pueblo o en zonas aledañas al mismo. Eran cinco muertos, un exalcalde, dos chanceros, un supervisor de vigilancia y un estudiante de administración. Al percatarse del error, algunos integrantes del ejército habrían alterado la escena del crimen, poniéndoles armas y explosivos a los cuerpos de las víctimas para hacerlas pasar como terroristas.

Este suceso fue un escándalo nacional y la reputación del ejército se vio manchada por el mal accionar de algunos de sus integrantes. Empezaron las investigaciones por parte de la procuraduría y tras varios meses, incluso años, fueron destituyendo a cada uno de los que habían participado en ese operativo. ‘Tigre’ aunque no había participado directamente en los sucesos, si lo hizo indirectamente, al acatar la orden de su capitán y transportar el material explosivo hasta el lugar de los hechos. Pasaron algunos años y siendo ya sargento segundo, fue destituido de su cargo.

—¿Se arrepiente de lo que hizo?— le pregunto.

Sí claro, toda la vida. Mi carrera era intachable, era un excelente suboficial sino que por encubrir, por ser lambón y por no decir la verdad, me pasó lo que me pasó.

‘Tigre’ actualmente tiene 50 años, es comerciante, tiene una tienda y una finca y gracias a eso sobrevive. Vive solo con su esposa porque a sus hijos sí les logró dar estudio y residen en otra ciudad. Para él, su familia lo es todo. Su vida sedentaria le hizo ganar unos kilos de más. Ya no es aquel hombre de contextura delgada con una agilidad y reflejos envidiables, ahora lo acompaña una gran barriga que le causa un gran desgaste al caminar y que no le permite dormir cómodamente en su cama. 

Le gustan los juegos de azar y en su tiempo libre frecuenta ir al bingo. Lo compara con la vida. Muchas veces se espera algo y hay desespero porque las cosas no se dan, sabiendo que por otro lado, sin pensarlo, se le puede estar organizando todo, como le pasó a él. Tal vez, si hubiera continuado en el ejército le hubieran ‘dado de baja’ y todo hubiera sido distinto. De pronto si hubiera derramado tan solo una gota sangre en la guerra, hoy en día no se chuzaría los dedos, ni derramaría gotas de sangre para llevar el control de su enfermedad crónica, la diabetes. Pero así es la vida, dice.

‘Tigre’ anhela la paz pero también es pesimista y cree que la guerra en Colombia es un flagelo, considera que si hay un mal gobierno y plata de  por medio seguirán siendo los pobres los que pongan los muertos. Espera que reconozcan a todas las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales y que, los que dieron las órdenes paguen por estos hechos tan deplorables porque si no conocemos la verdad, ¿cuántas personas seguirán siendo las víctimas para ‘mejorar’ las cifras del conflicto en esta guerra sin sentido?

La pregunta no sólo se la hace ‘Tigre’, me la hago yo, nos la hacemos todos.

  • El texto es resultado de la cátedra de Periodismo y Literatura que dirige Carlos Pardo Viña en la Universidad del Tolima.  Por: Johan Fernando Parra Gómez, Estudiante Comunicación Social – Periodismo de la Universidad del Tolima
 
Siguenos en WhatsApp

Artículos Relacionados