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Periodismo, poder y miedo

Periodismo, poder y miedo

Por. Edgardo Ramírez Polanía


Mientras que la política es una apreciación de posibilidades, el miedo es una sensación de peligro real o imaginario. Ambas pautas están acompañadas de profundos estímulos que si no obedecen a la realidad, incapacitan al individuo para tomar decisiones acertadas y comprensiones que lleven a la verdad. 

Es lo que acontece con algunos  medios de comunicación como El Tiempo y Semana que se creen dueños del saber al someter al escarnio público al Ex Senador tolimense Alberto Santofimio Botero, por haber dicho que la política regional deben decidirla los tolimenses y no los llamados “virreyes” de la vieja política electorera desde Bogotá, en un acto donde manifestó que era el tiempo de las nuevas generaciones, de las mujeres llamadas a hacer oír su voz como el caso de la aspirante a la gobernación del Tolima Adriana Magali Matiz, aspirante a ese cargo por el Partido Conservador. 
Lo mismo hizo el Senador Roy Barreras, quien se cree dueño del saber y del poder  porque ahueca la voz en sus exposiciones delirantes e histriónicas, aparece como el apóstol de un partido de la paz, cuando en 1986 que se llegaron a acuerdos políticos entre Santofimio y la UP para firmar la paz en el Tolima, Barreras era un estudiante. 

¿Cuál es el miedo con alguien que ha demostrado la mayor capacidad política y oratoria de los últimos tiempos? Que ya no aspira a nada sino a expresar lo que piensa y lo que siente, sin miedo y sin mordaza? 

El periodismo se ha convertido últimamente en una especie de narcicismo que conduce a descalificar y sobreestimar la vida de los demás. El Ex Ministro Santofimio, fue condenado injustamente por la Corte Suprema, después de haber sido absuelto unánimemente por el Tribunal Superior de Cundinamarca, que era la última instancia procesal. La parte civil de la Familia Galán estuvo representada por el Ex Magistrado de la misma Corte Fernando Arboleda, y quien había sido su Asistente anteriormente Jorge Luis Barceló, le fue asignado el proceso de recurso extraordinario de Casación, convirtiendo esa sentencia en una tercera instancia violando la Ley y convirtiendo el caso en juicio político.

Santofimio Botero no asesinó a nadie y tampoco lo “ determino” y  así está probado por la defensa, en escritos de varios Ex Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y en libros. Se le ha perseguido hasta haberlo despojado de su vivienda con la que pagó monetariamente una condena por un delito que no cometió. Quien escribe esta columna participó como abogado en ese proceso penal con el doctor Jorge Arenas Salazar y escribí un libro sobre ese sonado caso judicial. 

Hoy, se le quiere negar al ex Senador Santofimio el derecho a opinar, hablar, elegir. Varios sectores de opinión regional y nacional creen en su inocencia, quiéranlo o no, quienes se creen los depositarios de la fe pública nacional.

El periodismo es lo público, lo general, e impersonal, el bien mostrenco de las ideas, los anhelos y  aspiraciones que constituyen la opinión colectiva y el alma comunitaria y democrática de una nación. No ese periodismo familiar que los grandes emporios económicos lo pagan para que informen solamente lo que conviene a sus personales intereses. 

Cuando el periodismo desborda sus fronteras nacionales y trasciende desde sus páginas  a esquilmar el patrimonio de las gentes de una nación que son su razón de ser, adquiere sus mínimas dimensiones en su información, su doméstica categoría y su relieve dentro del círculo íntimo de sus propietarios, en que ocupa un lugar excesivo el factor familiar en el periodismo colombiano. Ya no se trata que a  admirados intelectuales no les dejen tranquilas sus vidas privadas, sino, que se les persigue porque dada su inteligencia, pueden ser personas incómodas dentro de la politiquera rapiña de los puestos públicos.

La pobre gente de poca lectura y aficionada a las novelas de narcos y sicarios, como expresión cultural de un salvajismo definido por la falta de cultura y educación, se desvela por aparecer en las letras de molde, por ser, noticia,  lingote o impresión virtual de fotograbado. Nuestro ser colombiano sumido en el anonimato y la mediocridad, no le queda como medio de trascendencia de su yo asfixiado por las redes sociales, otro camino que aparecer mencionado en la revista de moda, el periodismo confidencial, hecho por los mismos periodistas  con abuso de autoridad y mando que muchas veces, es ignorado o rechazado, como la mejor forma de expresión contra el poder. 

El periodismo y ciertas instituciones o el Estado mismo, con razón o sin razón se atribuyen el poder de inventarse el dolo a determinadas conductas inocentes, prohibir otras, de indicar lo políticamente correcto, lo socialmente deseable, lo que no le causa malestar a la verdad personal u oficial, so pena de padecer el rechazo in limine. En este horizonte decía Hegel: lo nuevo se presenta como algo malo, porque va contra la tradición, va contra las costumbres, va contra lo establecido. Al respecto obran sorprendentes hechos históricos, como el de la prohibición vertida por el Tribunal de la Inquisición contra las tesis de Galileo, quien frente a ello replicó en su Carta a Cristina de Lorena: «Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo..., pero las cosas no van por ese camino..., porque sería necesario no solo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo».

Desde luego que hay prohibiciones que se deben salvaguardar por ser socialmente necesarias, tal como acontece en la esfera del derecho penal, cuyos reproches típicos, por desgracia no son admitidos por quienes pretenden cabalgar libremente sobre las montañas y llanuras de la impunidad en países extraños y nadie se dedica a buscar que regresen a pagar sus culpas, pero si a condenar inocentes. Ese es el poder y el miedo que se vierte sobre ese  periodismo de los dueños de la nación, no el valeroso e independiente de la provincia colombiana.

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