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En defensa de la polarización

En defensa de la polarización

En el marco del mercado actual y lo políticamente correcto, el mundo contemporáneo se caracteriza por ofrecer a nuevos consumidores, una serie de cosas libres de sus propiedades más esenciales: el café sin cafeína, la gaseosa sin  gas, el sexo sin sexo (Virtual), la leche deslactosada y la política sin conflicto.

Esta última desustanciación, la de negar el conflicto como un elemento ontológico de la política, ha encontrado asidero en el excesivo miedo que se le tiene a la polarización, es decir, a la división de la opinión pública en dos extremos opuestos.

El gráfico de Nolan es quizá la herramienta más icónica para definir e identificar posiciones políticas humanas.  El gráfico es atravesado por dos vectores de coordenadas, uno que mide el nivel de libertades económicas y otro que mide el nivel de libertades personales. A lo largo de la historia ninguna posición política ha logrado clasificarse y ubicarse en el centro del diagrama, aunque, sí han logrado acercarse. Sobre esta premisa se concluye que el centro no existe, existen los extremos (lejos del centro), existe la moderación (se acercan al centro) o existe la dualidad temática, es decir, para unos temas usar elementos de derecha y para otros usar elementos de la izquierda, para unos temas ser liberal y para otros ser totalitario.

La inexistencia histórica del centro obedece a una condición elemental; la  existencia del conflicto. Es imposible estar de acuerdo en todo, especialmente en la política, actividad preñada de intereses y recursos limitados.

La polarización colombiana, más que una estrategia discursiva, es una realidad objetiva que nace por la agudización del conflicto.  En un país en donde el 1% de las fincas tienen en su haber el 81% de la tierra y en donde el 42,7% de propietarios desconocen el origen legal de sus terrenos, difícilmente se puede abordar el problema desde perspectivas moderadas; en un país con 253 beneficios tributarios para la actividad minera, con casi 8 millones de personas desplazadas, con 4.475 ejecuciones extrajudiciales y con un negocio ilícito (Narcotráfico) que deja anualmente ingresos por US $15.000 millones de dólares, difícilmente pueden establecerse consensos. Negar la polarización es negar el conflicto y negar el conflicto es negar la realidad.

“El problema no es la polarización, el problema son las instituciones”.

Más allá del uso instrumental o la capitalización que sectores políticos dan al rechazo de la polarización, debido a que Colombia vivió, y aún vive, los coletazos de una confrontación armada que se gesta entre extremos, el miedo que la ciudadanía le tiene a la polarización es entendible. Aunque, en gracia a discusión, es menester aclarar que la confrontación bélica no obedece al disenso o al conflicto en sí. La confrontación obedece, entre otras cosas, a la incapacidad de las instituciones para responder y dirimir el conflicto en el marco de un escenario “agonístico”, es decir, en el marco de un ambiente democrático, pacífico y social, en el que podamos debatir, controvertir y hasta insultarnos, pero nunca matarnos. El problema no es la polarización, el problema son las instituciones.

En las democracias occidentales más fuertes, por más disparejas o radicales que sean las posiciones, la confrontación no sobrepasa los escritorios o los círculos parlamentarios. Las instituciones son fuertes, la ley se cumple. El ganador opera según lo establecido en un acuerdo sobre lo fundamental y el perdedor no se levanta en armas ni abandona las instituciones, por el contrario, estas le brindan las garantías para seguir con un ejercicio legal de oposición.

En últimas, la polarización es un fenómeno inevitable en el contexto y las circunstancias colombianas, lo que sí es evitable es que esta se traslade al terreno de la violencia, y para ello se requieren instituciones transparentes, independientes, garantistas y fuertes.

*Politólogo U. del Tolima

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