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El incumplimiento colombiano

El incumplimiento colombiano

Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho


El cumplimiento es un valor personal y más que un refinamiento cultural es una virtud, para llevar a feliz término y consistencia, las responsabilidades de la vida necesarias para la formación y desarrollo de la sociedad.

Una de las características que nos identifica excepcionalmente a algunos sectores de los países de habla hispana es el incumplimiento. Tal vez, sea una costumbre de los nativos de no pagar tributos en la época de las alcabalas del régimen tributario colonial, como expresión negativa contra el régimen absolutista español o de llegar tarde, práctica a la que el poeta Julio Flórez, le hizo un famoso poema titulado: “Todo nos llega tarde”. 

Sin desconocer la cultura y tradición de Hispanoamérica de la que nos sentimos orgullosos de pertenecer, ha sido una costumbre inveterada de algunas gentes de hacerle el quite al cumplimiento de las promesas y obligaciones, y en decir, cómo se debe actuar conforme a las conveniencias personales a cambio que se hagan conforme al interés colectivo.

Esa particularidad de la herencia ibérica, como la Contrarreforma católica, de la cual España era líder, fue de tal magnitud, que atenúo la fuerza del humanismo y lo redujo a ciertos círculos intelectuales.

En las sociedades donde la virtud moral depende de la religión, resulta ser  contradictoria la manera como se juzga la desobediencia, al expiar las culpas con una manifestación de perdón y no repetición, y así ha sido desde la colonia, que ha permitido una la moralidad laxa que ha servido poco. Si la moral religiosa hubiera sido eficaz, otras serían las costumbres para no apropiarse de los recursos públicos y el desarrollo de la violencia y el narcotráfico que han sido el azote de los colombianos.

El Papa Francisco, en nombre de la iglesia católica que es mayoría en un país de pluralismo religioso, ha pedido a los grupos delincuenciales el cese de sus acciones sin ningún resultado y ha intervenido hasta en los Acuerdos de paz, sin que la irracionalidad de los actores en conflicto haya hecho posible cumplir con ese cometido.

Quienes proponen acabar a bala con la delincuencia y encerrarla en prisiones desnudos y no cumplir los Acuerdos consignados en la Constitución y aquellos que piden el dialogo, verdad, reparación y no repetición, existen diferencias al parecer irreconciliables. Hay que desconfiar del bien absoluto como del mal absoluto, sin caer en el relativismo moral o legal. En las causas más nobles suele haber algo de interés y en las causas del mal, las buenas intenciones siempre están ausentes. Pero existe, cierto grado de comprensión natural en los seres humanos en las diferencias distintas a la fe, que permiten la mayor de las veces el entendimiento.

Una cierta repulsa contra el mal ha sido una constante en las sociedades nuestras, desde la época del Libertador Simón Bolívar, quien tuvo que establecer la pena de muerte por delitos contra los bienes públicos.

En otros casos existe cierta condescendencia para la amnistía a los delitos políticos para buscar la paz, que no es incompatible con la condena rotunda de las prácticas de la violencia y el asesinato de los grupos armados, pero tampoco deben incumplirse los Acuerdos de paz continuando con la guerra ni cerrando las puertas de la paz. Los moralizadores se desentienden de los argumentos del contrario y la emprenden contra la persona para reafirmar su falacia y los otros atentan contra el orden social.

En Colombia como en otras partes del mundo, el incumplimiento ha llevado a las perversas contradicciones. Porque es común en algunas sociedades oponerse sin razón pero con odio, para conseguir los resultados de la mente sin que ese empeño tenga alguna repercusión satisfactoria en la vida real. El hecho de que se ponga mayor interés en el deseo de conseguir algo a costa de otro, no siempre es un paso adelante para un buen propósito. Esa es la trampa de la eficacia simbólica: abrazar algo en la mente que contraviene muchas veces la realidad y las emociones.

Una manera de atacar los vicios no es hablando solamente de las virtudes, sino dando ejemplo al ponerlas en práctica, dado que las virtudes en abstracto son consignas que no sirven mucho, porque el terreno de lo virtuoso, o del bien, es el de los sentimientos y no de las proclamaciones en la información que hacen invertir la función.

Por eso, cuando los medios de comunicación no hablan sino de desastres, corrupción y asesinatos como una forma de desprestigio a los gobiernos opuestos, infunden en el ciudadano una sensación de abatimiento que termina minando la obediencia o el cumplimiento de la ley, que la delincuencia observa como normal y de imitar esos torcidos procederes.

Esto tiene una explicación: El inconformismo. Los incumplidores son una minoría inconforme, pero hacen mucho ruido y mucho daño. Marcelo Bergman un argentino, ha mostrado cómo el efecto nocivo de un incumplidor adicional en el grupo es mucho más grande que el efecto benéfico  de un cumplidor adicional.

Cuando la gente ve que algunos incumplen, los demás se desaniman y dejan de acatar las reglas. Por eso, las campañas más exitosas son las que construyen confianza. Mientras la publicidad amenazante crea inconformidad, la publicidad constructiva crea confianza y ésta se asemeja al cemento de la sociedad.  Por eso, se debe disuadir al incumplido con castigos efectivos, jurídicos, penas y multas para que las obligaciones se cumplan.

El cumplimiento de los actos de la personas es una virtud, una cualidad del alma que nos impulsa a la existencia. Aristóteles hablaba de las virtudes morales y las intelectuales. Las primeras, se sabe, son relativas a la sensibilidad, mientras que las segundas están asociadas con la racionalidad.

Vistas desde la perspectiva actual, estos dos conjuntos se parecen: la prudencia implica juicio que es un rasgo del intelecto y consideración con los demás, que es un atributo moral y la justicia, una virtud moral que consiste en dar a cada cual lo que le corresponde, que implica buen juicio y razón y no los carteles de la toga, que forman los grandes conflictos humanos.

Aristóteles decía que no eran verdaderas virtudes las que no derivaban de un mérito, como tampoco las virtudes teologales por la misma razón. Con  la llegada del cristianismo, sobre todo de San Pablo, esa alma buena empezó a primar sobre el cuerpo malo. El ser humano quedó escindido entre una parte pura y otra contaminad, entre la razón de un lado y las pasiones del otro. Se necesitó del Renacimiento en Europa para recuperar ese cuerpo que se había perdido en la “edad oscura” mil años antes.

En Colombia, ese cambio, fue más incierto y la moral dependía hasta hace poco de lo religioso, por eso el atraso que cada día superamos con vigor y esperamos continuar logrando su superación mediante el cumplimiento de nuestros actos, la educación y la cultura como las mejores formas de convivencia y progreso.

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