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El castigo del poder

El castigo del poder

Por: Edgardo Ramírez Polanía


Desde las monarquías feudales, autoritarias y absolutas, hasta la actual edad moderna, el poder ha sido y será el centro de las aspiraciones y decisiones. El control mediante la imposición de la autoridad, es el castigo más común en el mundo moderno. El modelo es bien conocido. Todos quieren tener poder sobre los demás sea económico, político de reconocimiento, y si no es así, la persona se siente necesitada de obtenerlo. Tan es así, que quien no tiene poder, cree que vivir en un lugar exclusivo o comprar un auto nuevo les da inteligencia o superioridad sobre los demás.

Quienes detentan el efímero poder sienten una creencia falsa que en ellos reside toda autoridad y aquello que no le parece bien lo cambian porque lo considera inconveniente, así sea necesario. Quien piensa diferente es ignorante, si no accede a los caprichos se le niegan sus pretensiones, así sean justas. Si la gente de un país no acepta comportarse como debiera se le bombardea, no importa que hayan mujeres dando a luz, ancianos  y niños que no saben todavía pronunciar el nombre de la guerra y la diplomacia en esos casos es poco lo que puede hacer porque los problemas de las guerras salen de la esfera de sus posibilidades.

En el caso de los sistemas jurídicos éstos no siempre cumplen la intención del poder del legislador, ya sea porque éste le introduce incisos que contrarían su espíritu, sino que los encargados de aplicar las leyes, algunas veces, mediante artificios instrumentales dejan vencer los términos para otorgar en materia penal la libertad a reconocidos delincuentes o le tuercen su significado a la ley hasta para despojar de sus tierras a anónimos campesinos y eso es un castigo y una demostración de poder.

Los sistemas judiciales y policiacos como las Cortes y las Fiscalías, se basan en absurdas interpretaciones de sus asistentes y auxiliares, que terminan en el oprobioso encarcelamiento de inocentes o la negación de los derechos y de sus bienes. De la misma manera, el control religioso ha ejercido su poder y castigo  estableciendo condenas y excomuniones. La educación está incluida, porque a veces educadores religiosos imponen sus exigencias a sus alumnos y la repulsa produce consecuencias negativas. Lo mismo ocurre con el poder de algunos profesores universitarios que acosan a las mujeres a cambio de mejores calificaciones y si no acceden el castigo son reprobarlas. La reacciones  al castigo, genera emociones en contra para tomar represalias que crean conflictos por el doloso y abusivo ejercicio del poder. Los gobernantes, jueces, policías, solamente están limitados por el grado que poseen de poder. En la política es común que se otorgue premios a futuro a los electores y cuando se ejerce el gobierno del poder impulsa a realizar lo contrario. Esa actitud, debe cambiar cualquiera quien sea quien ejerza el poder. El poder no es omnímodo ni punitivo, sino que está regulado por precisas normas  que debe cumplir el gobernante y cuando desborda sus límites o no ejerce su función conforme al reglamento es castigado por la ley, que en nuestro país es una entelequia.

En los últimos tres años de pandemia y guerra de Rusia contra Ucrania, hemos visto variadas lecturas y apreciaciones de expertos sobre los execrables crímenes que han cubierto de sangre a esos países, por el vanidoso poder de un gobernante como Putin, que mañana será un ex quien no  podrá moverse libre por el mundo, porque él ha sido causante de crímenes contra la humanidad. Ninguna persona que ejerza el poder del pueblo, puede imponer su voluntad y castigar prevalido de su condición de gobernante. Eso es un abuso y una arbitrariedad.

La consecuencia de los grandes sacudimientos humanos, de las grandes y feroces sangrientas revoluciones se halla un problema de expansión o supervivencia física. El nazismo alemán, creo en su tesis política el derecho al espacio vital. Que entre nosotros es el derecho a tener techo, servicios públicos, educación y el mínimo derecho de comer que se ve exento en muchas comunidades. Eliminar esos derechos porque pertenecen sólo a un sector de la sociedad es el peor de los castigos. El hambre y la necesidad han sido a través de la historia un castigo trágico de la civilización humana.

Particularmente Colombia ha sido un país manejado por unas clases económicas denominadas equívocamente “gente bien”, vanidosos que salvo algunas excepciones han impulsado el desarrollo, pero en los gobernantes de los últimos 40 años, por un poder mal ejercido, sumieron al país en la crisis económica jamás vista, además del incremento de la criminalidad en todas sus formas, que la multitud, masa, vulgo, público o democracia, no tiene el derecho de criticar su forma de gobernar. Nada más humano que esta confusión de poderes que suscita la inacabable y cómica querella entre el público y el gobernante. Como si la autonomía de la voluntad no fuera superior a los dictados superfluos de la conducta de quienes son empleados de la voluntad popular.

El hombre es el ser más vanidoso cuando ejerce el poder. Se mira al espejo con explicable júbilo para que le confirme la creencia que es dueño de la voluntad de los demás y admirado por el mundo. El lector se podrá imaginar la genialidad intrínseca, la finura de análisis y pensamiento, la acumulación de conocimientos y experiencia intelectual de Baudelaire, Víctor Hugo, García Márquez, sobre literatura y aquellos que ejercen el poder equiparados porque tienen poder y les redactan los decretos acuciosos colaboradores. Es posible suponer la categoría del juicio y el valor del mismo y la distancia que los separa. Robert Greene, dice en “Las 48 leyes del poder”: En teoría todo el mundo comprende la necesidad del cambio. Demasiada innovación resulta traumática y conducirá a la rebelión. Si usted es nuevo en una posición de poder, o un tercero que intenta construir una base de poder, haga alarde de respetar la forma tradicional de hacer las cosas. Si se impone un cambio necesario, hágalo aparecer como una leve modificación positiva del pasado”.

El mundo no empezó ayer. Es infinito e inmutable. Respetemos las leyes del poder, la naturaleza y las naciones y tendremos una vida más justa y más feliz.

 

Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho.

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