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Opinión

La diplomacia: presente y pasado

La diplomacia: presente y pasado

Por: Edgardo Ramírez Polanía 


Al inicio de los primeros tiempos la diplomacia no existía. En los tiempos modernos, con la teoría del Derecho y la razón del Estado que surgieron con la ideas  de Maquiavelo en su obra El Principe  y Giovanni Botero en La razón  de las naciones,  se fue formando la noción de diplomacia  como alternativa de la guerra y la figura de los embajadores sin  que se desestimara el recurso de la fuerza con la participación de las fuerzas armadas. 

La amenaza con la guerra era y aún lo es, su justificación, no para el caso colombiano, que no tenemos guerra sino con los grupos armados por las desigualdades sociales y el cultivo de coca,  que son esos los  argumentos convincentes en las negociación de la paz que poco hace la diplomacia a no ser que algunos países que han servido de lugares independientes para los diálogos de paz.
Los demás diplomáticos son un refugio de familias de apellidos que hoy poco le dicen a la nación, pero que continúan mandando, excepto en los asuntos de intercambio económico en pactos desfavorables para nuestro país.

Si miramos la historia de nuestro país, en el caso limítrofe de aguas con Nicaragua, observamos que la ex Canciller Angela Holguín, ex Secretaria privada del ex Procurador Carlos Gustavo Arrieta, nombró a éste personaje como abogado internacionalista, quien no tenía los conocimientos ni la formación para defender el delicado caso que se perdió y que equivale a 42.000 kilómetros cuadrados de mar territorial. El jefe de Estado de de entonces Juan Manuel Santos, el despilfarrador de dineros públicos que presumía de porte inglés, nada hizo ante semejante dislate.
Por eso, la creencia de las gentes del común, era que los cargos diplomáticos, estaban reservados  para quienes tenían piel blanca y apellido de renombre así haya sido inútil en algunos como sus conocimientos.

Desde la época de los encomendemos se fueron constituyendo familias dueñas de las tierras junto con sus bienes y esclavos, que se denominaron casas de apellidos  que detentaban el poder político y económico, y por lo mismo los cargos diplomáticos y presidenciales,  como José María de Aránzazu que el  Rey Carlos VI  de España le concedió tierras desde Caldas hasta Santa Fe de Bogotá, a condición que abriera caminos hasta esta esa  ciudad sin que jamás hubiese cumplido con esa obligación. Su  su hijo fue posteriormente  Presidente de la República. Hasta que en  1886 que nuestro país adquirió el nombre de República  de Colombia, ha estado dominado por poderes económicos que marcado su destino.

Nuestros países colonizados por españoles, han tenido desde sus orígenes el dominio de esas mismas familias poderosas que junto con la iglesia han determinado el progreso o pobreza de las comunidades, porque les han impuesto su conducta, su educación y su cultura, bajo regímenes ortodoxos y creencias fundamentadas en la fe y no en la ciencia, lo que fueron vergonzosos usos hasta  la reforma protestante. Todavía  existen las procesiones, con sus imágenes de yeso por las calles, las bendiciones de los ramos palma que se utilizan para alejar los espíritus, y el silencio a la sorda matraca de la Semana Santa, como una forma de purificar el alma.

Esa ha sido la causa de la sumisión y que la diplomacia sea una nómina que debe tener finalidades más precisas en que participen otros miembros de la sociedad que no sea necesario acreditar títulos de Phd, sino el conocimiento necesario para representar con competencia a la nación.

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