Columnistas
Acerca de la precaria labor de los maestros
Opinión
Por: Julio Cesar Carrión Castro
Aprovechando esta temporada vacacional y, como queriendo establecer una especie de reconocimiento al arduo quehacer de estos “abnegados servidores”, que ahora gozan de un merecido descanso semestral, he considerado conveniente presentar algunas reflexiones al respecto:
La precaria identidad de esos “grandes hombres incomprendidos”, como tan acertadamente denominara a los educadores Fernando González en su texto de 1941, "El maestro de escuela", expresa claramente el drama de un proletariado intelectual que, habiendo perdido el liderazgo social y cultural -y con él la seguridad de su propio yo-, ayer por el mandato e influjo de los gamonales y los politiqueros y hoy, además, subordinados también a las transnacionales del conocimiento y a las tecnologías del poder, inexorablemente, andan en una constante búsqueda de reconocimiento social y de un mejor trato, llevando la pesada carga de su penuria, como lo señaló Fernando González a través de “Manjarrés” el personaje de la novela. Según dice Fernando González, Manjarrés era flaco pero “había nacido para gordo: era un enflaquecido, flacura de maestro de escuela”, y vivía arrastrando consigo una especie de olor a cadaverina que, asevera el autor, parece incorporado a los menesterosos cuerpos de todos los maestros, que llevan siempre una absurda “conciencia de pecado” y de vergüenza.
Esa “menesterosidad de la práctica pedagógica”, tan cargada de necesidades, de fracasos y desilusiones, esa permanente “conciencia de pecado”, ha hecho que muchos maestros consideren su profesión como algo pasajero, transitorio, fugaz. Y, por esa vía, marchan a la deserción y al abandono, cuando no a la asunción de comportamientos conformistas, acomodaticios, u oportunistas; trepadores y hasta nihilistas, con respecto a sus actividades. Los maestros consideran, no sin razón, que todo aquello en lo que los atarean y ocupan, carece de sentido y de importancia social.
Y no es gratuita esta apreciación: Theodor W. Adorno, uno de los más destacados filósofos de la Escuela de Frankfurt, pronunció en el Instituto de Investigación Docente de Berlín en el año de 1965 una conferencia titulada "Tabúes relativos a la profesión de enseñar". En dicha conferencia señalaba Adorno que la docencia comparada con otras profesiones académicas como la abogacía o la medicina, posee cierto aroma de algo socialmente no del todo aceptado. La aversión que siente la opinión pública contra la profesión docente, obedece a una serie de consideraciones y motivaciones que tienen hondas raíces sociológicas y psicológicas.
No se considera al maestro como alguien digno de reconocimiento social y se señala el carácter subalterno de su labor, tal vez porque en sus orígenes históricos los maestros fueron esclavos y lacayos, además, porque los educadores, en última instancia, han sido los principales agentes de la adaptación, la normalización y la estabilidad social. Quizá por eso esta profesión provoca una fuerte reacción entre quienes, consciente o inconscientemente, se aferran al principio de placer, opuesto al principio de realidad y a la cordura que establece la normatividad social y el superyo. En este sentido la pedagogía, la escuela y los maestros tienen un carácter represivo y alienante, porque sistemáticamente modifican y adecúan los instintos y pulsiones a las exigencias de la vida en sociedad, a los procesos de estandarización y regulación, requeridos por los poderes establecidos, para el mantenimiento de las relaciones sociales de producción, que ellos detentan.
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