Opinión
La clase media global: Victoria del nihilismo
"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia..."
Marx, Prólogo "Contribución a la crítica de la economía política, 1859
Marx y Engels
Carlos Marx no escribió una específica teoría con respecto a la estructura y formación las clases sociales, sin embargo, es en torno al concepto de las clases sociales que gira toda su obra. En el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 afirma: "La historia de todas las sociedades hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases". En toda su obra se va estableciendo una concepción acerca de las diversas clases, a partir de la relación existente entre los hombres durante los procesos productivos. Nos aclara que (a diferencia de las formas de producción anteriores), bajo el capitalismo, dichas relaciones de producción son las que definen de manera total y absoluta la estructura misma de la sociedad. En las formaciones económicas anteriores -esclavista, feudal- existían otros factores que contribuían a determinar el estrato social. Dice: “En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales”. Pero bajo el capitalismo se han logrado simplificar estas contradicciones, y la estructura burguesa de la sociedad se define exclusivamente por la posición ocupada por los sujetos sociales frente a los medios de producción, por la propiedad o tenencia de éstos o por su privación. Los que tienen la posesión de estos medios son los burgueses y quienes carecen de ellos los proletarios u obreros, es decir, las personas cuya única posesión es su fuerza de trabajo.
Para el marxismo la llamada clase media -o pequeña burguesía- es solamente un remanente o sobrante de formaciones económicas anteriores que aún subsisten. Clase de transición, compuesta por aquellos que tienen algo de propiedad, pero no la suficiente para establecerse exclusivamente como explotadores de la clase obrera. Por tal razón la situación cultural y psicosocial de estos sectores resulta paradójica, una especie de amalgama; son víctimas de un permanente conflicto de intereses, ya que por un lado son acérrimos defensores de la propiedad privada sobre los medios de producción, pero se oponen a la gran burguesía, ya que, queriendo ser como ellos, son conscientes de que no tienen cómo llegar a su nivel, mientras simultáneamente confrontan a los sectores populares y anhelan una mayor extracción de plusvalía a sus trabajadores. Ambigüedad, que se refleja en el tipo de conflictos que promueven estos grupos. Es una clase en términos generales reaccionaria y acomodaticia, sujeta al vaivén de los acontecimientos. Marx vaticinó que, aunque bajo las relaciones de producción capitalista, “sigue formándose sin cesar una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna para ser reemplazados en el comercio, la manufactura y la agricultura por capataces y empleados...”
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Pero el vaticinio de su desaparición no se ha cumplido, por el contrario, es sorprendente la vitalidad y vigencia de la clase media. Muchos han teorizado al respecto; por ejemplo, el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills, quien señaló, desde mediados del siglo pasado, que las clases medias se han ido incrementado, en particular por el fortalecimiento de los empleados administrativos, por el amplio desarrollo de una burocracia de cuello blanco, aferrada a las condiciones laborales, políticas y sociales establecidas y obrando como robots inscritos en las estructuras del poder. Otros han hecho énfasis en las llamadas “aristocracias obreras”, esto es, en esos sectores del proletariado de los países más desarrollados que tienen condiciones de vida muy por encima de los obreros de los países dependientes y periféricos. Incluso el concepto hace referencia también a esos grupos de trabajadores privilegiados por particulares arreglos sindicales, frente a la masa de los demás obreros y empleados. Las empresas capitalistas se valen de sobornos, beneficios institucionalizados y otras formas de cooptación, como mejoramiento de salarios, ascensos, horas sindicales, ventajas prestacionales, garantías económicas, becas, y en general asistencialismo selectivo a algunos de estos trabajadores, mientras niegan dichas ventajas a la gran mayoría. Según los cálculos y pronósticos de Marx, la pequeña burguesía tendería a desaparecer, unos cooptados y fusionados a la gran burguesía, por el ascenso social, mientras que la gran mayoría proletarizados y reducidos a situaciones de pobreza y de miseria.
Lo cierto es que paralelamente a ese incremento de la clase media, la teoría de la democracia se ha sustentado y fortalecido, en virtud de la defensa que estos sectores consentidos y beneficiados han mantenido con respecto a dicha teoría...
Democracia y clases medias
“Lo que cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá suceder de otra manera: la llegada del nihilismo. Esta historia ya puede contarse ahora, porque la necesidad misma está aquí en acción. Este futuro habla ya en cien signos; este destino se anuncia por doquier; para esta música del porvenir ya están aguzadas todas las orejas. Toda nuestra cultura europea se agita ya desde hace tiempo, con una tensión torturadora, bajo una angustia que aumenta de década en década, como si se encaminara a una catástrofe; intranquila, violenta, atropellada, semejante a un torrente que quiere llegar cuanto antes a su fin, que ya no reflexiona, que teme reflexionar”.
F. Nietzsche (Prefacio a la Voluntad de poder, 1888)
El dilema que viven hoy los "demócratas" en el mundo entero -tanto los de "izquierda" como los de derecha- es cómo superar la crisis estructural de esa llamada democracia... Hoy el planeta entero está supeditado a los gustos, pareceres, puntos de vista, convicciones “políticas”, sociales y culturales, establecidos por la derecha gringa, ya universalizada.
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Desde que el imperialismo norteamericano se erigió como gendarme planetario (a comienzos del pasado siglo) la esfera de los países dependientes de su mandato y dominio, ha sido subordinada a todos los supuestos "valores de la democracia" que dicho imperio ha impuesto. El sistema de vida norteamericano -el american way of life-, la publicitada hegemonía W.A.S.P. -White Anglo-Saxon Protestant- es decir la llamada supremacía blanca, anglosajona y protestante, se presentan como principales argumentos ideológicos para la defensa del “orden establecido”, esto es, para la defensa de la propiedad privada, el consumismo, el racismo y, en general, la imposición del modo de vida norteamericano: la monotonización de los gustos, de las modas y de los placeres, en fin, la homogeneización del pensamiento y el imperio de una mentalidad de clase media, pequeño burguesa, que ya se ha hecho planetaria.
Hemos llegado a la más clara expresión y manifestación del último hombre que precisamente profetizara Federico Nietzsche: “La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible...”.
Muchedumbres uniformes de seres humanos carentes de individualidad, que poseen idénticas convicciones e ideales, y que creen alcanzar la “felicidad” mediante la satisfacción y la propagación de sus muy pequeños gustos y placeres; “¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio. `En otro tiempo todo el mundo desvariaba´-dicen los más sutiles, y parpadean. Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, más pronto se reconcilia -de lo contrario, ello estropea el estómago. La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud”
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La epifanía de esta grotesca semejanza generalizada de comportamientos e ideología de tipo pequeñoburguesa tuvo lugar, como lo hemos dicho, con la imposición del americanismo y fue señalada tempranamente por Stefan Zweig en su texto “La monotonización del mundo”, contenido en el libro El Mundo Insomne. Ideas, ciudades y paisajes de la vida contemporánea, de 1925. Dice Zweig: “Todo se torna uniforme en las manifestaciones de la vida exterior, todo se nivela según un esquema de cultura estandardizada. Los usos individuales de cada pueblo pierden su carácter peculiarísimo, los vestidos se hacen uniformes, las costumbres llegan a ser internacionales. Parece que los países van como encajándose unos en otros, que todos los hombres trabajan y viven conforme a un mismo esquema, y que las ciudades se asemejan cada día más en su aspecto exterior” ... “¿De dónde procede la tremebunda ola que amenaza llevarse nuestra vida todo lo cromático, toda forma particular? Todo el que estuvo allí lo sabe: de Norteamérica. Los historiadores futuros asentarán -en la primera página después de la Gran Guerra Europea-, que en nuestra época se inició la conquista de Europa por América...” “... la esclavitud económica me parece de menor importancia que el peligro espiritual...” “...De Norteamérica viene esa espantosa ola de uniformidad, que proporciona la misma cosa a cada individuo: en el cuerpo, el mismo overall; en la mano, el mismo libro; entre los dedos, la misma estilográfica; en los labios, la misma conversación; y en lugar de los pies, el mismo automóvil...”
Esa general desaparición de las particularidades individuales, pero también comunitarias y hasta nacionales, se suma a la aceptación de la explotación económica, como si se tratase de una condición natural, igual que el consumismo compulsivo, el militarismo, la xenofobia, el racismo, el patriarcalismo, y en fin, una general subalternidad que es del gusto de esas muchedumbre inscritas en la ideología generalizada de las llamadas clases medias. Todo ello arropado bajo un manto encubridor -de carácter supuestamente filosófico, político y cultural-; un concepto envolvente y omniabarcador: La Democracia
El fascismo no se puede seguir entendiendo como un ‘horror’ enterrado para siempre en el pasado; ha sido y es una alternativa permanentemente paralela y funcional a la llamada democracia, muy del gusto de esa clase media hoy universalizada. Está ahí presente, siempre ha estado ahí, porque, inexorablemente la democracia liberal ha conducido a un fascismo de nuevo tipo, hoy mundializado, y que tiene sus fundamentos conceptuales en las propias teorías de la Ilustración ya puestas en evidencia. Se trata de un fascismo “nuevo” con un formato distinto al “antiguo”, pero idéntico en sus caracteres básicos: subalternidad de las gentes, amplio despliegue de símbolos, alegorías y emblemas, movilización total de las masas, manipulación mediática de las emociones de la pequeña burguesía y de los sectores populares, promoción de supuestos esfuerzos abnegados, inteligentes y “patrióticos” de las tan permanentes como agresivas fuerzas armadas, ausencia de oposición, carencia de crítica y de resistencia; cooptación generalizada, es decir, ‘docilidad’ de la población; expansionismo, afán de universalización, belicismo y voluntad de exterminar todas las diferencias (culturales, étnicas, psicológicas, políticas, económicas...) bajo el manto de un pensamiento único, de carácter universal y uniformador, pero disfrazado de multiculturalismo.Pero es peor aún, existe una “izquierda” acomodaticia y ya indiferenciada, defensora también de la "democracia" y de la propiedad, que busca simplemente alcanzar una revolución sin revolución; “cambiar algo para que todo siga igual” como lo establecen las tesis de, Giuseppe Tomasi príncipe de Lampedusa en su obra El Gatopardo, que terminó siendo la principal característica de la actual “democracia”, de la democracia fascista; del Demofascismo contemporáneo...
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Paradoja y ambivalencia que lleva a muchos personajes formados y estructurados en esas capas medias de la población, -no sin razón- a aceptar tesis como las de la anulación de todas las diferencias políticas entre reforma y revolución, e incluso entre la izquierda y la derecha. “Y, significativamente -asevera Slavoj Žižek- en nuestras sociedades occidentales es la derecha la que dirige a lo que queda de la corriente principal de la ‘clase obrera’ e intenta movilizarla, mientras que la ‘tolerancia’ multiculturalista se está convirtiendo en lema de las nuevas ‘clases simbólicas’ privilegiadas (periodistas, profesionales del mundo académico, directivos empresariales…)”.
Este tipo de opciones “políticas” promovidas por esas “clases simbólicas” o virtuales, son profundamente falsas y artificiales, pertenecen al universo del simulacro democrático, bajo la sigla o el signo que se presenten o digan asumir, son algo así como placebos o distractores para unas masas carente ya, por completo, de toda participación política y, por supuesto, de toda posibilidad de decisión autónoma.
Todo el espectro ideológico y político demoliberal, socialdemócrata y multicultural contemporáneo de las sociedades occidentales -tanto de las desarrolladas y postindustriales como en las dependientes-, llámense de centro, de izquierda o de derecha, está contaminado de esa ambigüedad legitimadora del statu quo; no representan para nada una auténtica opción anticapitalista. “El principal problema político actual es, por consiguiente, cómo romper este consenso cínico”. Se ha impuesto ya la astuta y general presencia de los “últimos hombres” que predijera Nietzsche. Soportamos el triunfo final del nihilismo, la vigencia permanente de un “mundo administrado”, pero gratamente soportado y aceptado por las masas, inscritas en el típico áureas mediocritas, que señalara la cultura clásica.
Hombres-masa; seres humanos subordinados a los derroteros de las modas, del espectáculo y del consumismo; especie de marionetas que marchan cual rebaños detrás, tanto de los cantos de guerra y de las ideologías mesiánicas, como de la farándula y los eventos deportivos, programados como acciones de descarga neurótica colectiva. También es el tiempo del dominio y autoritarismo del funcionariado, de aquellos individuos anónimos, dóciles e integrados que viven dentro del engranaje burocrático e impersonal de las maquinarias estatales, que los sujetan por completo, impidiéndoles todo asomo de libertad y autonomía, que les condiciona sus comportamientos, parcelando sus anhelos y quehaceres y definiéndoles totalmente la existencia, pero que multiplican y reiteran los mecanismos de su “servidumbre voluntaria”.
Parece ser que el principal efecto político de esa subalternidad generalizada, de ese uniformismo gregario de carácter planetario (generado precisamente por las diferenciaciones económicas y la explotación), no fue el surgimiento de una izquierda revolucionaria y radical, sino la aparición de un populismo conformista, como principal expresión de la desaparición de las contiendas clasistas y la imposición de una mediocracia planetaria, orgullosamente nacionalista, racista y xenófoba, pero paradójicamente tierna y sentimentaloide, capaz de expresar teatralmente pena y dolor frente a la explotación y la marginalidad impuesta por los grupos dominantes, pero adscrita totalmente a las instituciones y “valores” que precisamente les imponen los grupos hegemónicos y las transnacionales.
Hemos llegado a la despolitización total de esos sectores orgullosamente mediocres. Todas esas demandas y luchas del multiculturalismo posmoderno pertenecen esencialmente a esas clases medias occidentales, seducidas por conquistar un capitalismo amable, que permita las campañas de moralismo, de sensiblería y hasta reformistas, pero que se aparte totalmente de toda propuesta revolucionaria.
Vivimos, pues, una época del gusto de las clases medias, en donde lo que se impone es la simulación y el espectáculo. Época centrada en la pérdida de las viejas nociones y distinciones ideológicas, y en un nuevo orden social y laboral de carácter flexible que impone sutiles e incomprensibles controles a la población, más dañinos y alienantes, porque conducen, inexorablemente, a la desaparición del individuo, convertido definitivamente en hombre-masa, en marioneta del consumismo, sumido en una generalizada mediocridad y en la azarosa neurosis de la competitividad, de la movilidad permanente bajo la tiranía de unos medios de comunicación utilizados como elemento clave para el logro de esta regulación ciudadana, de este uniformismo. Se busca disponer siempre de los individuos. Estos son observados, fichados, reseñados y permanentemente ubicados… Calculadamente el biopoder establece su sistemático control, que cuenta, además del violento disciplinamiento, de la coerción social y del control externo por parte de los aparatos represivos del Estado (a los que nunca ha renunciado), con la instalación de otras políticas del cuerpo y otras formas de control y de regulación más sutiles, íntimas e interiorizadas que se remiten al auto-disciplinamiento de los “sujetos sometidos”.
En fin, como lo ha establecido Giorgio Agamben: “Si debiésemos pensar todavía una vez más el destino de la humanidad en términos de clase, entonces deberíamos decir que hoy no existen más clases sociales, sino una única pequeña burguesía planetaria, en la que las viejas clases se han disuelto: la pequeña burguesía ha heredado el mundo. Esta es la forma en la que la humanidad ha sobrevivido al nihilismo”.
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El apoliticismo, la apatía, el desencanto de las masas frente a los asuntos públicos y ciudadanos ahora se compensa, mediante el placebo de la “participación virtual”. Las telecomunicaciones se han ido convirtiendo en el principal instrumento de orientación de esas clases medias universalizadas. Los llamados “periodistas”, manipuladores de la “opinión pública”, informan y conducen como rebaños a los consumidores o a los sufragantes, hacía los objetivos que desean los directores y propietarios de dichos medios, al punto de que se han convertido, más que en opinadores o guías intelectuales, en simples instrumentos de control y de regulación social, al servicio de los detentadores del poder. La desinformación y la propaganda que constantemente emiten, son armas muy eficaces para la monotonía cultural y el condicionamiento psicológico generalizado. Esa degradación de la política que tras la búsqueda de supuestos consensos sólo sirve para reafirmar las hegemonías establecidas, ha llevado a la trivialización de las ideologías y a la mercantilización de las conciencias, merced al uso y al abuso de los medios de comunicación con fines arteros y mezquinos.
El supuesto activismo político de esta pequeña burguesía planetaria se reduce a una tibia confrontación al poder, por supuesto muy publicitada (como la que desarrollan ecologistas, feministas, sexistas, animalistas, antitaurinos, multiculturalistas, etc.), pero que ha abandonado definitivamente la esfera de los compromisos políticos y, por supuesto, la economía. Son reformistas superficiales que lo único que buscan es una especie de consenso social, la defensa del llamado “orden establecido”, del “Estado de derecho” y la persistencia de la publicidad democracia.
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