Opinión
El eclipse de las utopías
Por: Julio César Carrión Castro
“también yo seré carroña, como todos vosotros, compañeros de frivolidad, pero ninguna losa sepulcral aplastará un corazón que no ha muerto devorado por las llamas”
E.M. Cioran -Breviario de los vencidos-
Quizá esto no sea más que reflexiones y nostalgias de un viejo decadente, uno de los vencidos y humillados por el tiempo y por la historia, que persiste en la ingenuidad de creer en la validez de la utopía; un “inactual” que se niega a acatar el cínico realismo pragmático y el acomodado transfuguismo de los astutos, convencido, tal vez, en el retorno de las ya muertas ilusiones…
En su obra “La historia como campo de batalla”, señala Enzo Traverso que “el siglo XXI se abre bajo el signo de un eclipse de las utopías”, pues mientras que el siglo XIX fue definido en sus inicios por la revolución francesa de 1789, que abrió caminos de esperanza para la libertad, la igualdad y la fraternidad, y el siglo XX por la gran guerra que comenzó en 1914 y la revolución rusa de 1917, que marcaron el derrumbe del “orden” europeo, y definían un nuevo símbolo esperanzador de unas relaciones sociales capaces de superar la explotación y la subalternidad, mediante la instauración del comunismo, el siglo XXI, por el contrario, pareciera mostrarnos un decantado escenario de ilusiones perdidas, el irreparable agotamiento de todos los procesos emancipatorios…
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Todos los viejos sueños libertarios decayeron; luego de su ascenso y apogeo vino el fracaso, la derrota, la desilusión. Pues las ilusiones que despertaron los procesos revolucionarios se estrellaron con el derrumbe del llamado “sistema socialista” y con la caída del muro de Berlín en 1989 (año en que se inicia el siglo XXI, según Eric Hobsbawm). 1989 marca el derrumbe de la utopía socialista. Pareciera que “estamos condenados a vivir el mundo en que vivimos”, que el capitalismo no tiene alternativas y que el futuro carece de esperanzas. Las ideas socialistas, preñadas de esperanzas, ya nadie quiere defenderlas, y el comunismo es visto únicamente como una mala experiencia, como una vieja historia, como un pasado basado en el terrorismo de Estado y el totalitarismo estalinista.
Tanto la Revolución Francesa (La toma de La Bastilla), como la Revolución de Octubre (la caída de los Romanov y el triunfo de los Soviet) no son más que acontecimientos puntuales de una historiografía inane, vagos datos de un pasado que nada significan. Fueron vencidas las revoluciones…Nada quedó…Vivimos un inmodificable presentismo. “Las revoluciones vencidas abandonaron el campo historiográfico”, y ya no son referentes emancipatorios.
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También ha desaparecido la dimensión revolucionaria de la Guerra Civil Española y del Mayo Francés. Mientras que la Revolución Cubana soporta los embates no sólo de una derecha triunfante, sino de una nueva “clase política” alimentada por las mafias, el narcotráfico y el paramilitarismo. Así las cosas, perdidas las externas bases reales para la promoción e incitación de procesos revolucionarios, lo que queda de las masas (sujeto revolucionario glorificado por Elías Canetti como fundamental fuerza revolucionaria), bajo este horizonte de derrota, no es más que ser sujetos pasivos del consumismo y la manipulación mediática de espectáculos, farándula y frivolidades.
Lo que sobrevive de la “izquierda” (que se nutría de esos referentes revolucionarios) no es más que un lánguido remedo, un simulacro, un psicodrama sustentado en la resignación y el acomodamiento pragmático al sistema establecido, por parte de algunos astutos líderes y caudillos que fungen de comodines en la baraja electorera de una “democracia” de papel. Dirigentes de la desesperación complaciente, que insisten en mantener una pose y un ficticio lenguaje de oposición, con el que intentan disfrazar sus actitudes contemporizadoras y su total adaptación a las estructuras de poder.
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