Opinión
Somos terceros en mal comportamiento digital
Por Óscar Viña Pardo
Pocas veces estar en los primeros lugares no causa orgullo entre los colombianos. El informe de la Dijin y Microsoft nos ponen en el podium como el tercer país del mundo con un pésimo comportamiento digital y en riesgos por internet. Las ofensas de los unos con los otros son el pan de cada día y pese a los esfuerzos por controlar la fustración, seguimos usando la red para desahogarnos sin medir las consecuencias.
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En el sondeo realizado ayer por medios de comunicación a nivel nacional donde se preguntaba si se estaba de acuerdo con la restricción de uso del mensaje por parte de los servidores públicos colocó nuevamente en evidencia que estamos divididos como país, que la polarización sigue latente en cada rincón de Colombia y que aflora desmedidamente dependiendo de los hechos.
Rafitica lo que decimos el estudio de la facultad de Derecho de la Universidad Libre realizado el año anterior, donde Facebook, Instagram y Twitter son las reinas del “despacho informático”, como la anécdota de Vicky Dávila, la periodista de la FM donde fue atacada por un comunicador que hacia parte del Centro Democrático. Luego, al caer en cuenta de su error, enmendó el hecho presentando excusas.
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El partido Liberal emitió ahora una directriz donde pide a gritos no hacer uso de las redes de manera grotesca en la campaña que se avecina. Los Trolls o perfiles falsos que navegan por las redes sociales son los protagonistas principales de este tipo de vituperios donde se acaba con la dignididad de las personas, porque de la calumnia algo queda.
Se nos olvidó que la palabra es la herramienta transversal para ayudar a construir la sociedad y desde el código del internet estamos ensañando a las nuevas generaciones que la única forma de expresión validera son las redes sociales a partir del delirio y la agresión, dejando a un lado el contacto del voz a voz, ese que ha permitido reconciliarnos con el abrazo real y sincero y no el emoticon. Con lágrimas y grito a todo pulmón cuando sentimos furstración, nos desahogamos y quedamos listos para las parrandas, los encuentros causales que nos llevan a ser los primeros en el mundo, pero en felicidad.
No se trata tampoco de convertirnos en la Colombia en el país de las maravillas, porque de eso no dan tanto, pero sí de construir a partir del respeto hacia los demás opiniones diversas que permitan desde el discenso abrir nuevos caminos de diálogo donde contextualicemos a los emisores y receptores del suceso en todos sus posibles escenarios, abriendo los ojos frente al unanimismo al que nos quieren abocar.
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