Opinión
No hubo reino más allá de la maleta
Por Germán Eduardo Gómez Carvajal - Periodista-Unibagué
Trespalacios era su apellido, un apellido ostentoso, tres castillos en su nombre para terminar al fin, empacada en una mísera maleta. Bella, una joven dotada con esa belleza tan deseada por las mujeres y tan instrumentalizada por los hombres.
Inocente, tan inocente era Valentina Trespalacios para creer ingenuos a hombres mayores, extranjeros o de cualquier procedencia, creyendo manejarlos a su antojo. Victima desde mucho antes de su fatal encuentro con quien le robaría la vida y victima aún luego de su muerte.
Señalada por su forma de relacionarse con otros porque aún sus vecinas y amigos le adhieren cierta responsabilidad en su deceso. Los medios de comunicación la presentan entre líneas como una oportunista y un lector promedio terminará concluyendo que ella se lo buscó, pero en realidad ella quería todo menos morirse.
Ella quería vivir y vivir bien, entendiendo vivir bien como lo entienden la mayoría de los colombianos. Lo turbio era su enfoque, su manera de asumir lo días venideros, sus altas expectativas económicas frente a su única manera de cumplirlas.
Ese camino evidente, trazado y alentado por las miradas de hombres como usted y como yo, que le hicieron creer que su mayor virtud era como se veía. Una situación extraña que genera una seguridad insegura, porque en Colombia ser deseada ha de sentirse agradable pero paradójicamente peligroso.
El problema real de Valentina fue creerse el discurso que le vendieron desde niña, tragarse el cuento de que su progreso estaría ligado a un hombre proveedor, y que ese, y solo ese, sería su gran triunfo. Muy seguramente creció Valentina como crecen la mayoría de nuestras adolescentes, viendo Las Muñecas de la Mafia, Sin senos no hay Paraíso y la noción del ‘sueño americano’.
“Lo increíble es que en el caso de Valentina los medios de comunicación hablemos de un don Juan extranjero, y no de un vil asesino”
Con un detonante aún más devastador por aquello de la edad: Las redes sociales. Esa vitrina burlesca que se mofa del esfuerzo de la trabajadora promedio y exalta la abundancia vertiginosa de las mujeres ‘bellas’ con buenos amantes.
Una actividad seudo-amorosa que mediada por el dinero termina teniendo por lógica tratos mercantiles, donde el bien adquirido es una mujer florero, una mujer adorno, una mujer cadáver.
Lo condenable, no es que Valentina rumbeara, o bebiera, que su vida nocturna fuera activa; lo preocupante no es que ella se saliera del marco normativo de cómo debería ser una mujer, lo verdaderamente preocupante es el ámbito cultural en el que crecen las mujeres y los hombres en el presente.
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Preocupante es que existan miles de Valentinas a merced de quien se antoje. Resulta desolador que muchas de ellas en este momento reafirman y siguen sus pasos convencidas de que no van rumbo a una fiesta mortuoria porque su caso es diferente.
Lo increíble es que en el caso de Valentina los medios de comunicación hablemos de un don Juan extranjero, y no de un vil asesino. Lo horripilante es que romanticemos como sociedad un homicidio y que nos invada el morbo. Asqueroso es que hablemos más de cómo consiguió Valentina sus tetas, que de las heridas de su alma que la hicieron propensa al encuentro con el homicida.
Lo enfermo es que veamos más culpable a quien cede compartir una rumba, unos tragos, una noche de pasión, por encima de quien, golpea, apuñala, degüella y empaca el cuerpo de una mujer en una maleta de viaje.
Lo macondiano es que contemos la historia y narremos la noticia como un caso más, como si se tratara de la sección del clima. El cubrimiento periodístico ha sido de reportería, como quien prevé que otras Valentinas se avecinan.
Lo revelador es que actuemos como simples notarios de un fenómeno social, que ya no nos asombra, porque las Valentinas nos desfilan en el conjunto, en la escuela y hasta en la familia.
Tal vez, en nuestros adentros (Machos), hayamos naturalizado que las Valentinas que nosotros mismos criamos y alentamos, están destinadas a estar por debajo de la mesa a nuestra conveniencia, y en el peor de los casos, bajo tierra.
Porque por cada Valentina hay 200 John Poulos o pídale a una amiga guapa en el marco de la investigación, que le permita revisar su DM de Instagram, para conocer de primera mano y en el contexto local al asedio al que se ven expuestas ellas a diario.
Tal vez el fenómeno de la naturalización del amor transaccional, de los cuerpos artificiales, de las violencias soterradas nos ha alcanzado y nosotros ni siquiera nos damos cuenta, porque nos guste creer que es un asunto de otros, de otras.
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