Opinión

La democracia: un espectáculo, electoral

La democracia: un espectáculo, electoral
El espectáculo electoral...
 
La política moderna, por lo menos desde Maquiavelo, se ha considerado como una “disciplina autónoma”; como un proceso teórico y práctico referido a la vida en sociedad, al complejo tema de la convivencia humana, con independencia de la moral, de la religión y de las filosofías particulares. Al menos en Occidente ha sido un asunto que involucra no sólo a los gobernantes, jefes de Estado, administradores de la cosa pública y “políticos profesionales” -quienes con sus discursos y opiniones probablemente han contribuido más a la confusión que a su esclarecimiento- sino, también a los llamados académicos e intelectuales (filósofos, estudiosos de las ciencias sociales; de la historia, la sociología, la antropología, la politología...) que fervientemente, y desde las más diversas perspectivas, han buscado establecer modelos racionales para dicha convivencia. Esta es la concepción de la política que, quizás más para mal que para bien, ha marcado el devenir histórico de la modernidad.
 
Después de Maquiavelo y simultáneamente con el desarrollo del comercio y de la economía, de la expansión geográfica, del colonialismo europeo y del progreso de la industria, se daría también una revolución en las ciencias experimentales, en las tecnologías y en el pensamiento filosófico. Hobbes, Descartes, Spinoza, Rousseau y en general los grandes pensadores del Racionalismo y de la Ilustración, fueron configurando la llamada teoría de la democracia, es decir, una serie de coherentes propuestas para un buen gobierno, asociando las tesis del racionalismo, con las de la economía liberal. Se buscaría alcanzar una auténtica representación de la llamada “voluntad popular” (quizás una de las principales preocupaciones de la teoría democrática), mediante el denominado sistema de sufragio universal de carácter periódico, por medio del cual el elector delega su voluntad política y su soberanía a sus “representantes”, en los partidos políticos que a partir de la revolución francesa tomaron los nombres comúnmente aceptados de “izquierda” y de “derecha”. 
 
Esto de la representatividad, se convertiría luego en fundamento y paradigma de la “democracia”, en una especie de principio universal, globalizado, para todo el quehacer político que se buscaría aplicar de manera imperial en el mundo entero, así la distinción ideológica entre izquierdas y derechas se haya pervertido.Los principios y propósitos de la política democrática, elaborados durante este largo proceso histórico de manera plural, no sistemática, y por ello mismo no exentos de conflictos y confrontaciones, hoy se han tergiversado al inscribirse en los artificios de la “cultura mediática”, que rechaza los planteamientos teóricos y los debates ideológicos, instalando una especie de unanimismo eficientista que relativiza de manera absurda toda diferencia, y da validez a la impostura y a la simulación del pensamiento, fomentando el cinismo pragmático y el acomodamiento oportunista, tan característico de las nuevas huestes de politiqueros en el mundo entero y no sólo en Colombia.
 
El aparente disfrute democrático de una serie de logros técnicos y tecnológicos alcanzados durante los dos últimos siglos, nos presenta la idea más reconocida del progreso y la civilización. Sin embargo tras esta publicitada visión positiva se oculta una criminal paradoja: Ese orgulloso racionalismo técnico-científico que nos asombra, coexiste con la más profunda irracionalidad que opera en las relaciones sociales y en la administración política. Esta contradicción, esta “extraña mezcla de barbarie y humanitarismo”, es una de las principales características de las contemporáneas sociedades del capitalismo “democrático” y liberal que, por una parte, promueve la retórica del confort y el consumismo ilimitado, la búsqueda de la “paz perpetua” bajo la tutela de organismos supranacionales y la supuesta plena realización de los derechos humanos en un polo de la estructura social, mientras, simultáneamente, extiende y diversifica, en el otro polo, la miseria, el dolor, el hambre, la explotación y la marginalidad.
 
Esta época de simulación y espectáculo, centrada no sólo en la pérdida de esas viejas distinciones ideológicas, sino en un nuevo orden laboral de carácter flexible que ha impuesto controles más sutiles e incomprensibles, pero más dañinos y alienantes, porque conducen, inexorablemente, a la desaparición del individuo, convertido en hombre-masa, en marioneta del consumismo, sumido en una generalizada mediocridad y en la azarosa neurosis que impone la ideología de la movilidad permanente y de la competitividad y los medios de comunicación son elemento clave para el logro de esta regulación ciudadana, de este uniformismo.Se busca disponer siempre de los individuos. Estos son observados, fichados, reseñados y permanentemente ubicados… Calculadamente el biopoder establece su sistemático control, que cuenta, además del violento disciplinamiento, de la coerción social y del control externo por parte de los aparatos represivos del Estado (a los que nunca ha renunciado), con la instalación de otras políticas del cuerpo y otras formas de control y de regulación más sutiles, íntimas e interiorizadas que se remiten al auto-disciplinamiento de los “sujetos sometidos”.
 
La moderna idea de individualidad con las expresiones, sentimientos y sensibilidades de carácter singular, que tanto promoviera el pensamiento ilustrado, ha desaparecido, eclipsada por la imposición de ese uniformismo gregario que cubre todos los gustos y opiniones, en gran medida como resultado de dichos desarrollos científicos y tecnológicos, en particular de los llamados “medios masivos de comunicación”, que paulatinamente fueron conduciendo a los ciudadanos hasta la administración total y el pensamiento único.Vivimos el disciplinamiento generalizado de las masas. 
 
La marcha triunfal del “progreso” consumista ha generado el total acomodamiento de los seres humanos a los intereses del poder. El imperio tecnocrático que nos apabulla ha logrado suplantar los viejos ideales ilustrados de autonomía y de democracia, las antiguas confrontaciones teóricas y conceptuales por su virtualidad. El apartamiento ciudadano de los quehaceres políticos y del activismo participativo, ha sido sustituido por la “información” que distribuyen los medios de comunicación y, más recientemente, por la navegación ciberespacial. 
 
El apoliticismo, la apatía, el desencanto de las masas frente a los asuntos públicos y ciudadanos ahora se compensa, resignadamente, por parte de algunos académicos e intelectuales de izquierda, mediante el placebo de la “participación virtual”. No es gratuito, en estas condiciones de precariedad democrática, de despolitización, de desprestigio de la actividad política, de suplantación y falsación de los lideres y de la fatuidad de esas llamadas “sociedad civil” y “comunidad internacional”, que se proponga como una nueva opción de rescate de los lazos solidarios y de restablecimiento de la comunidad perdida en medio de esta fragmentación universal, el apoyo “revolucionario” a la Internet, con la esperanza de que sus plurales perspectivas logren superar las ya marchitas movilizaciones populares.
 
En los Estados modernos, las telecomunicaciones son el principal instrumento de orientación de las masas populares y los llamados “periodistas”, manipuladores de la “opinión pública”, informan y conducen como rebaños a los consumidores o a los sufragantes, hacía los objetivos que desean los directores y propietarios de dichos medios, al punto de que se han convertido, más que en opinadores o guías intelectuales, en simples instrumentos de control y de regulación social, al servicio de los detentadores del poder. La desinformación y la propaganda que constantemente emiten, son armas muy eficaces para la monotonía cultural y el condicionamiento psicológico generalizado.Esa degradación de la política que tras la búsqueda de supuestos consensos sólo sirve para reafirmar las hegemonías establecidas, ha llevado no sólo a la trivialización de las ideologías y a la mercantilización de las conciencias, merced al uso y al abuso de los medios de comunicación con fines arteros y mezquinos. 
 
Perniciosa concepción de la política que hace presencia en Colombia de la mano de los sospechosos guardianes de la “democracia” quienes, denuncian en esos mismos medios de comunicación a los supuestos enemigos del “orden establecido”, mientras promueven de manera subrepticia no sólo la burla al publicitado Estado social de derecho, sino el terrorismo de Estado, los llamados “falsos positivos” y buscan la legitimación del paramilitarismo.
 
En Colombia los distintos gobiernos (si es que han sido “distintos”) se han caracterizado por ser eminentemente “pantalleros”, esto es, por pretender sostener una imagen mediática supuestamente exitosa, ocultando el fracaso y el engaño con acomodadas mentiras y falacias; falsos informes, falsas estadísticas, por supuesto “falsos positivos” militares y políticos. El manejo de la imagen, siempre ha sido su principal tarea. Cuanto hacen, tiene el sello de lo publicitario y mediático. Todas sus actividades están centradas en el oportuno manejo de la información: resultados favorables de amañadas encuestas, opiniones sesgadas de los funcionarios, permanentes informes de prensa que dan cuenta de grandes logros políticos, económicos y sociales, hipotéticas victorias militares en la lucha contra un “terrorismo” que todos los días aparece derrotado, con teatrales “dadas de baja”, capturas de “cabecillas”, y cotidianas “entregas” de odiados guerrilleros o de consentidos paramilitares.
 
La etapa histórica que nos ha correspondido vivir se caracteriza, pues, por ser una época de simulacros y por imponernos una “sociedad del espectáculo”. Los periodistas, (simples comunicólogos), se han convertido en los sacerdotes de una nueva religión, que se sustenta en la alienación informativa. La llamada “voluntad general” que antaño se decía era lo que definía la democracia, ha sido sustituida, sin pena ni gloria, por la constante manipulación de eso que aún se suele denominar como “la opinión pública”, por parte de unas empresas de la comunicación puestas al servicio de los intereses del mercado y del poder, y únicamente buscan establecer la homogeneidad cultural y el pensamiento único.Todo este espectáculo farandulero es una clara “banalización del mal”, que se expresa tanto en la incapacidad de juicio de los ciudadanos, en la aceptación silenciosa de la corrupción burocrática generalizada, en el relajamiento del orden jurídico institucional que se ensaña contra los defensores de derechos humanos, los sindicalistas y las expresiones políticas populares y de oposición, mientras se instaura la impunidad para los delitos de lesa humanidad que perpetran militares y paramilitares, al abrigo de la, aún vigente, “seguridad democrática”.
 
Estas situaciones no son nuevas, hacen parte de una especie de folclor nacional que viene funcionando desde el período colonial-hacendatario que les ha permitido a los gamonales y políticos electoreros, instalarse y perpetuarse cómodamente en los resquicios institucionales de un sistema que muchas veces simulan atacar.Toda esa miseria política que los medios siguen denominando “democracia”, nos ha llevado hasta la más sucia cloaca electorera. Muchos de los candidatos, disfrazados de izquierda o de derecha, se declaran demócratas, así sean golpistas o fascistas. Dicen estar en santa cruzada por los “valores de la democracia” y el respeto por el “Estado de derecho” y cuentan para ello con el respaldo de los postulados de la OEA y de la ONU -marionetas internacionales al servicio de los intereses imperialistas y con el irrestricto “apoyo” de la llamada “prensa libre”, la Sociedad Interamericana de Prensa, la C.N.N., RCN, Caracol y el Tiempo.De ñapa, todos los ineptos y prepotentes gobernantes que históricamente manejan las funciones, los funcionarios y los dineros del Estado, procuran eternizarse “democráticamente” en el poder, ya sea propiciando “golpes de Estado democráticos” -conocidos en Colombia como “golpes de opinión”-, manipulando actividades electorales, referendos reeleccionistas, revocatorias de mandato y otras amañadas acciones reputadas de “democráticas”. Todos ellos han solicitado y obtenido a su manera, patente de “demócratas” que les es reconocida por la inefable y ubicua “comunidad internacional”.Pero lo más grave de este sumidero es que, además, ha absorbido a los teóricos e intelectuales comprometidos en alcanzar una sociedad armónica y sin fricciones, una democracia plena y garantista bajo un supuesto capitalismo de rostro humano. Revolucionarios blandos o comunistas liberales -como les llamó Zizek- inscritos también en la “defensa de la democracia”. Así, el pensamiento político contestatario y anticapitalista de antaño, ha derivado hacia posturas estrechamente reformistas, o peor aún, conformistas y conservadoras del statu quo. 
 
Desde pretendidas concepciones de “izquierda”, estos intelectuales reputados como “republicanos, democráticos, universalistas y racionalistas”, se presentan como herederos de los valores de la cultura occidental y valedores de la Ilustración, a pesar de sus fracasos y tergiversaciones, contra esa otra “izquierda académica y anti-ilustrada” que sueña todavía con la utopía socialista y que se opone obstinadamente a ver en la “democracia” la realización plena de la historia.
 
 Esto de la “participación política”, reducida a mera participación electorera, se ha convertido en una especie de terapias personales, de encuentros anónimos de descarga emocional, no de esfuerzos tendientes a generar nuevos horizontes para la política, ni a la construcción de un movimiento de repudio a la razón instrumental o a la razón de Estado que pesan sobre los ciudadanos. Este nuevo tipo de “demócratas” y “revolucionarios”, mantienen viva la ilusión de una fantasmagórica democracia; creen estar contribuyendo a la instauración de procesos organizativos de oposición, a la promoción de políticas de cambio, mediante el desfalco y la reducción de ese ideario que antes se definía como de “izquierda”.Las principales posturas y actitudes de esa actual “izquierda”, según Slavov Zizek, se pueden sintetizar así:
 
1. La que solamente quiere una tibia confrontación al poder (ecologistas, feministas, sexistas, animalistas, multiculturalistas...) como política exclusiva en abandono de la esfera económica. Son reformistas superficiales que buscan una especie de consenso social.
 
2. La tendencia de los que simplemente desean restablecer el llamado “Estado de Bienestar”, sin tomar en cuenta que las circunstancias históricas y sociales que hicieron “factible” ese fenómeno se han modificado.
 
3. Luego están quienes creen que las nuevas tecnologías -como la internet- abrirán caminos expeditos hacia una especie de socialismo virtual.
 
4. Otros que creen que manteniendo viejas ortodoxias, se puede confrontar el capitalismo y aplican mecánicamente análisis ya anacrónicos a las circunstancias, fenómenos y condiciones actuales.
 
5. Finalmente están los seguidores de “las terceras vías”, que representan una claudicación de los viejos ideales revolucionarios, en favor del liberalismo.
 
Todos ellos, según Zizek, son revolucionarios que no desean la revolución, sino el conformismo y el acomodamiento y con esas tesis y programas se acercan a los mediatizados electores, presentándose como “alternativa”.
 
Los desencantados revolucionarios de ayer, que con su criticismo amortiguado y “decente” de hoy pretenden universalizar el liberalismo y su noción de democracia, con sus gestos residuales de izquierda, conforman lo que el maestro Antonio García Nossa llamó con lucidez las “disidencias tácticas”, esos movimientos distractivos encargados, en última instancia, de fortalecer el poder de las oligarquías que los alientan y toleran, para que logren cooptar la inconformidad de los sectores populares, volviéndola adaptación sumisa y resignación participativa en las contiendas electoreras.Todo cuanto la democracia prometía (el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la participación ciudadana, la soberanía, la transparencia de la gestión pública, las libertades políticas, la defensa y promoción de los derechos humanos, etc.) se ha venido abajo y, sin embargo, esta fórmula continúa gozando del consentimiento apático de unas multitudes inmersas en el unanimismo gregario, auspiciado por los usurpadores del poder y mediante el continuo oficio de los intelectuales serviles que la defienden y avalan. Se trata de una democracia de papel, almibarada y anodina, hecha al gusto de sus decadentes apologistas, pero que busca despolitizar la sociedad y ahuyentar a los ciudadanos de la política, reduciendola al espectáculo del electorerismo, dejado en manos de los medios de comunicación y de reducidos círculos de mediocres, ambiciosos y corruptos, comprometidos exclusivamente con el pragmatismo cínico de sus intereses personales, cuando no con los intereses imperiales, disfrazados de “interés general” y voluntad popular. 

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