Opinión
La equidistancia, la inclusión y la plusvalía: nueva sede de la Alcaldia
Por: Luis Orlando Ávila
Ibagué es una ciudad rural, con más de 140 veredas. Ellas dependen de cuan cercano les queden sus centros de poder (gobernación, alcaldía o gremios, todos dilapidadores del dinero público) desde donde ávidamente esperan llevarse para sus comunidades (cuando les cumplen) la mínima porción de los dineros públicos para el pozo séptico, la placa huella, el mejoramiento de vivienda, el polideportivo o sencillamente para la maquinaria pesada que les arregle el camino o trocha hacia la ciudad urbana, donde deben venir a votar y posteriormente a cobrar dicho voto, nuevamente, si les cumplen.
El señor Jaramillo acompañado de sus amigos políticos de todos los matices (incluido el partido comunista, la diáspora de la izquierda y sindical de puestos burocráticos, hasta las facciones de la derecha, como el Centro Democrático y el Cambio Radical) que le acolitan su gobierno municipal, ha sentenciado que cambiará la actual y hermosa sede de la alcaldía, contra viento y marea, sentenciando además que ésta era para los siglos XIX y XX, según lo dijo en la Voz del Tolima, lo que lleva al fundado temor de lo que le pueda pasar a esa hermosa edificación, con lo que la élite social y política ibaguereña ha hecho y sigue haciendo con las casas y monumentos históricos de la ciudad: derribarlos, para feriar sus lotes a manos llenas a la parentela constructora del gobernante en turno, con el silencio cómplice del Consejo de Planeación y de las sociedades de arquitectos e ingenieros locales, incluidas las universidades con facultades en el ramo.
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Que se genere valida sospecha respecto que la nueva ubicación para construir la nueva alcaldía, de la calle 103 con avenida a Perales (sin confirmarse, se supone en predios de la hacienda Santa Cruz o del predio Peralito), generaría más plusvalía a la riqueza de su entorno familiar o social de crianza, atañe al juicio que la historia (y la justicia penal) le hará a su gobierno, así como lo tendrá que hacer con sus predecesores: el señor Ramírez, la señora Cruz, los señores Rubén y Tulio Rodríguez, el señor Botero y efectivamente con el señor Luis H.
La cuestión está en que, para conseguir su impronta inmortal, el señor Jaramillo va a vender dos predios que hacen parte de la historia urbana de Ibagué: las canchas de la Pola (como le conocemos quienes llegamos a los 50 años) y la sede administrativa de la calle 60 con carrera 5ª.
En ambas, el ingenio de nuestros arquitectos e ingenieros ibaguereños y las técnicas modernas de construcción permitiría la edificación sismo resistente y llenas de huellas (el descreste), con las que el señor Jaramillo justifica su animus vendedor y constructor, de lo público.
(Puede leer: El raponazo a la paz, la repetida historia en el Tolima)
Cita en su perorata radial, que su gesta vendedora constructora, nace de su admiración por otras municipalidades, las que dicho sea de paso, están en serio cuestionamiento arquitectónico mundial, pues en los últimos años se les caen sus edificios de estrato 10 o se les desvencijan sus mega bibliotecas o sus estaciones de transporte masivo además de la pobre y peligrosa calidad del aire, por si no lo habrá leído el señor Jaramillo.
Que el señor Jaramillo no se sienta satisfactoriamente tolimense y menos ibaguereño, no es el problema. El real problema con su animus vendedor constructor es el que les dará a las decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas pobres y campesinas que le votaron en 2015.
Y problema real se presentará para un o una presidente de junta comunal, pues no le será lo mismo llegar a tiempo a la antesala de la piñata de dineros públicos, si la nueva alcaldía quedara donde unilateralmente dispone el señor Jaramillo y sus compañeros acólitos, en la calle 103 con vía a Perales, que, por ejemplo, se decidiera por el lote de la calle 60 con carrera 5ª.
Usando la simple herramienta del motor de internet Google Street, entre una u otra existirá una diferencia promedio de más de 5 kilómetros, en lo que ahora llaman rimbombantemente la movilidad, frente a lo que antaño era montar en bus (¡Como hace falta un Chomsky ibaguereño!).
Si el comunero o la comunera vienen desde una de las veredas que confluyen en el paradero de busetas del alto de Boquerón, el trayecto promedio desde este paradero a la determinada sede de Perales será aproximadamente 16 kilómetros, mientras que a la eventual de la calle 60, seria de tan solo unos 9.
Ahora si vienen de las veredas que confluyen en el paradero del barrio Chapetón, llegar a la eventual sede de la 60 será de un poco más de 9 kilómetros, mientras a la decidida sede de Perales, les alejará 15,3 kilómetros del paradero de sus busetas.
Por último, si los comuneros llegasen de las veredas que confluyen en el paradero de la parte alta del barrio Ambala, les implicaría cerca de 4 kilómetros llegar a la eventual sede de la 60, en contraste con los aproximados 9,5 kilómetros de la sede del señor Jaramillo en Perales.
(Puede leer: El partido de los medios y un alcalde diletante)
Como se ve, la nueva sede de la alcaldía, sismo resistente y llena de huellas, es una decisión que debe partir de la equidistancia y de la inclusión, más no de la plusvalía hacia terceros particulares, pues el estado no es rentista para beneficio de unos pocos: es y debe ser el gran distribuidor de la riqueza pública para todos, lo dijo el cumpleañero Marx hace 150 años.
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