Opinión
El fin de año
Por: Edgardo Ramírez Polanía
Une en torno suyo varias naciones del mundo con sus villancicos y costumbres navideñas. La razón, es como decía Aristóteles; que las virtudes morales e intelectuales nos impulsan hacia la excelencia y se adoptan por imitación porque nos comportamos como vemos que se comportan la mayoría de las agrupaciones sociales.
En la navidad y la semana santa, las costumbres y la moral dependen de la religión, donde suele haber cierta desmesura en la manera como se juzga la desobediencia, porque la alabanza de lo bueno se considera mejor que la estigmatización de lo malo. Las virtudes antes de la celebración de la navidad, eran rasgos del alma inescindible del cuerpo, pero con el Cristianismo el cuerpo humano quedó entre una parte pura y otra contaminada. La razón de un lado y las pasiones del otro. Entre esas divisiones nació la fe. Se necesitó del Renacimiento para recuperar el cuerpo. En Colombia hasta hace poco la obediencia dependía más de la religión que de la ley.
Por ello, diciembre da para muchos análisis. No es como debiera ser para todos los niños del mundo. Alegre para quienes tienen qué comer y vestir y tener luz en sus casas, y triste para quienes no tienen zapatos, o los tienen rotos con una desesperanza de su incierto destino, donde mueren todas la ilusiones.
Las gentes brindan y bailan en medio de la música navideña vestida de luces, árboles de navidad y pesebres y cantan sus villancicos, en una comunión de identidades que serenan los ánimos de la barbarie, la injusticia y la desigualdad en campos y ciudades.
En navidad la vida se siente alegre, tranquila, llena de recuerdos y sueños que reposan en el silencio sagrado de las almas. Para otros la soledad es un tormento, con la posibilidad de entrar y salir de sus épocas de alegría y sufrimiento como quien sale de un jardín de flores marchitadas por el sol, con sus fuerzas para continuar en sus luchas poniendo su cuerpo como escudo entre la necesidad y la injusticia, sin que el despreciable orgullo toque levemente sus figuras, sus sentimientos su ternura y carácter porque sus almas están hechas corazón de caracolíes desde la noche de los tiempos del tambor.
Cuando agoniza cada año, la luminosidad de los cielos se ve triste como si bajo la bóveda del cielo hubiera muerto el sol y otras veces, con los cielos iluminados e incendiados como una águila de fuego agonizante en la serena quietud del mundo inmutable e infinito.
En diciembre en el pentagrama de los inolvidables villancicos y los niños asombrados, se ve el cielo colmado de nubes errantes con sus orlas de plata y sus celajes anaranjados y otras inmóviles como una manada de gaviotasque van piando hacia la playa donde mueren a cada instante las olas.
En Año Nuevo, todo es música y colorido como una extraña floración de lilas encendidas, en que se despide el año viejo al son de comparsas, cascabeles, y entonaciones repetidas desde siempre, porque contienen todo el recuerdo de nuestra infancia y juventud.
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Todo es alegría e ilusión de mejores días, como si la vida se estuviera perdiendo en los valles de la concepción ondeante y misteriosa de la vida. ¿Por qué tantos seres que esperan cada año para buscar la felicidad en los años venideros? Pareciera que desde niños por falta de oportunidades dolorosos y tristes, cualquier flor quiso desde niños abrirse a sus ojos y murió virgen del sol en el anhelo de su vidas.
Cada fin de año es alegre y triste a la vez. Porque son sentimientos encontrados que hacen sufrir como en una noche llena de interrogantes sombríos, poblados de visiones, bajo la incertidumbre que se recoge en el misterio.
Llega el nuevo año y suenan en el cielo los fuegos artificiales y la sombra prolonga su imperio sobre el cielo de pólvora y estrellas, mientras se va envolviendo entre música y sollozos que se empeñan en usurpar el cándido esplendor de la mañana, en una melancolía que envuelve los espíritus en el torbellino del amor en brazos de la perniciosa noche.
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