Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima

Opinión

¿El colegio, como un lugar de contención y resistencia cultural?

¿El colegio, como un lugar de contención y resistencia cultural?

Por Oscar Javier Pulido M


Las cosas han cambiado. Hace unos años afirmaba que la escuela era un lugar de normalización, asistíamos al colegio para volvernos normales, hoy, empiezo a pensar que ahora la escuela debe funcionar como un dispositivo de desnormalización. ¿Por qué?.

La discusión sobre la función de un colegio en la sociedad siempre ha estado presente, aunque, las prácticas escolares tecnocráticos y las obligaciones educativas no permitan la reflexión sobre el sentido del colegio en esta nueva era, no significa que los maestros, de vez en cuando, no nos lo preguntemos.

Hay personas que consideran al profesor como alguien que solo cumple la tarea, solo le interesa dar cumplimiento a sus obligaciones, evitar problemas y recibir puntualmente el pago merecido. No puedo oponerme a esa percepción, para ser sincero, eso es lo que dejan dilucidar algunos de mis coterráneos en su cotidianidad, ante la mirada expectante de una sociedad, que demanda acciones más contundentes por parte del sector docente.

Quisiera deslegitimar un poco esa postura social, aunque debo aceptar que no puedo desmentir totalmente esa idea de percibir la función docente de manera tan mecánica. Los “profes”, bueno, algunos “profes”, aún disfrutamos del hecho de cuestionar cosas, pero, lo que sucede, es que esa misma sociedad que ahora nos critica, también le ha restado valor a la reflexión y la honestidad, a veces, esos profes que nos atrevemos a decir o hacer cosas diferentes, terminamos en los pasillos del juicio social, por ser irónicamente, “diferentes”.  

Hoy, en valiéndome de esa intención deslegitimadora, quisiera liberar ante las multitudes expectantes, una de esas reflexiones, de las tantas que pasan por mi mente, en esta versión de profesor, que la vida me ha presentado. 

Durante los últimos años he tenido que presenciar de manera rutinaria, incluso, organizar, la realización de múltiples actos “culturales”, celebraciones, conmemoraciones, en el marco de la legalidad que gobierna a las instituciones educativas, eventos, que por obligación se tienen que hacer.

Son las 10:30 de la mañana, y por casualidad, ese día tuve que presenciar uno más de esos actos culturales en el marco de dichas obligaciones, en este caso, en una sede de educación preescolar. Veo jugar a los niños y niñas, correr por doquier, estoy atravesando el patio, cuando de pronto, suena un parlante que con su potencia impone el sonido ante todos los presentes, ha llegado el momento de la rumba, todos los niños y niñas se abalanzan eufóricamente hacia el lugar desde donde se despliega la música, no recuerdo en este momento cual era la canción, pero lo que quedó en mi mente, fue la imagen de las voces a todo pulmón que al unisonó se sincronizaban con la canción, que desde el parlante sonaba, la pasión con que los chiquitos de 4 y 5 años cantaban era asombrosa, incluso, contagiosa para los adultos y profes que también se unían al rito que ante mis ojos se presentaba. Mi mirada se cruzaba con las miradas de otros adultos, que aplaudían y sonreían ante tal acto de euforia colectiva, convirtiéndose en cómplices de la felicidad que se fdesplegaba desde los más pequeños.

Los niños y niñas se sabían la canción de memoria, que, acompañada por los movimientos corporales del grupo, demostraba que estaban ante una situación normal, una repetición de algo, algo, que en otras ocasiones ya habían hecho o habían visto hacer. Nadie veía lo que yo veía, niños y niñas asumiendo conductas de adultos, de erotismo, repitiendo letras que estoy seguro no entienden, por un momento, esto hizo, que a mi mente arribara un pensamiento con cara de pregunta ¿Qué estamos haciendo? ¿esto es lo que se supone que debemos hacer? Luego criticamos, descargamos toda nuestra frustración social contra los jóvenes, los criticamos, los corregimos, los castigamos, de “grandes” ahora queremos que hagan lo que de pequeños nunca les enseñamos, allí recuerdo las palabras de mi madre, “déjelo hacer lo que quiera, que de grande lo corregimos”.

Hemos olvidado que la enseñanza es un proceso de construcción social, de asimilación, aprendemos lo que vemos, lo que se nos muestra, lo que se aprueba, enseñamos aquello con lo que estamos de acuerdo. No entendemos que la risa y la actitud cómplice del adulto, es el mensaje fulminante para el niño y la niña: ¡esto está permitido! Esto está aprobado, lo puedes hacer, es lo correcto. No entendemos que, el ejemplo no es una forma de enseñar, es la única.

Están tan sumergidos en un entorno de normalización que no pueden ver lo que pasa, los colegios no formamos nada, las escuelas no cambian nada, hemos perdido la batalla, estamos ante una violencia que no podemos percibir, una violencia cultural y simbólica, que se impone sin ninguna oposición. Una violencia de la cual somos cómplices y que luego, nos hace víctimas: “la culpa es del profesor” o victimarios “los jóvenes de hoy en día, no sirven para nada”. Y ante todo esto, ¿Qué nos queda? La resistencia.

Aquí los colegios deben convertirse en lugares de contención, no podemos seguir normalizando prácticas sin ningún tipo de oposición, no podemos seguir siendo tan ingenuos frente al poder de los lenguajes simbólicos, tenemos que prestarle más atención a las prácticas artísticas, si de verdad nos interesa cambiar las cosas, no podemos permitirnos seguir jugando solo, el juego del entretenimiento, tenemos que convertir las escuelas y colegios en escenarios de contención cultural contra esa violencia simbólica que se  impone bajo la complicidad de la sociedad, hay que dar la pelea, y con la misma arma, como en algún momento lo menciono Estanislao Zuleta, el arte como un escudo para enfrentar nuestra realidad.

Un arte debe convertirse en un verdadero dispositivo de liberación y transformación del sujeto, un arte pensado, un arte con intención, un arte que forme público, los lenguajes artísticos, la danza, la música, el teatro, la narración, el cine, la literatura, deben convertirse en los instrumentos de transformación social, de contención, en escudos de la batalla contrahegemónica del entretenimiento e industria cultural comercial.

Debemos hacer de la escuela una experiencia donde se nos presente el abanico completo, la diversidad, no solo lo que un sistema nos quiere imponer. Y como dijo, un Mandaloriano y un Jedi, el camino así es y que la fuerza nos acompañe.

 

 

Siguenos en WhatsApp

Artículos Relacionados