Opinión
“Alétheia”, develación de la verdad
Por Juan Bautista Pasten G.
Durante parte importante del siglo XX y principios del presente, hubo intentos reduccionistas que buscaron constreñir el pensamiento filosófico a ser un mero apéndice de la ciencia o bien a centrarlo en los medios o modos de acceder al conocimiento. Sin embargo, tales pensadores y/o propuestas olvidan - voluntaria o involuntariamente – que la filosofía es, primordialmente, la búsqueda incesante de la Verdad.
En efecto, entre quienes, de una u otra manera, han promovido esta suerte de capitulación de la filosofía ante la ciencia, están Bertrand Russell, Moritz Schlick, Otto Neurath, Ludwig Wittgenstein y Alfred Ayer, por nombrar los más conocidos.
Todos ellos formaron parte del denominado Círculo de Viena; aquí es donde surge el denominado Positivismo Lógico, cuyo objetivo primordial es que el pensamiento filosófico venga a esclarecer, orientar y aportar con instrumentos lógicos al fortalecimiento de la ciencia.
Las causales dadas por esos pensadores fueron y son entendibles en cierta medida. Por lo pronto, evitar la creciente ocupación de los filósofos de la época en asuntos “inmateriales”, alejados de la realidad contingente, que convierten a esta actividad reflexiva en irrelevante e inoperante. La crítica apunta al carácter metafísico de la filosofía, el cual – según estos pensadores – es un quehacer innecesario e inútil, pues tanto sus problemáticas como sus resoluciones son incomprobables, no pueden ser contrastadas de modo empírico (concreto, efectivo).
Estos teóricos proponen, por consiguiente, que lo empírico, la experiencia (llamado “positivismo”) constituye el elemento substancial de acreditación de las ideas y el pensamiento. Esto debe sustentarse con principios lógicos que validen el sistema en su conjunto. He aquí donde la filosofía puede realizar su aporte, es decir, que clarifique y potencie los intereses, derroteros y objetivos de la actividad científica.
Como dijimos anteriormente, todo lo expresado parece entendible y “lógico”, sin embargo, elude y obstaculiza la causalidad, motivación y finalidad esencial del pensamiento filosófico desde su origen, el cual no es otro que la búsqueda insaciable de la Verdad.
Por lo pronto, la teoría positivista desdeña el carácter universal de la Filosofía, o sea, la ocupación por la totalidad de lo real y no solo de aspectos específicos de la misma, aunque también puede aplicarse a situaciones determinadas, por ejemplo, la política, la ética, el arte, la religión y la naturaleza. De hecho, ya en Platón y Aristóteles encontramos la ocupación por lo cognitivo, por la forma de alcanzar crecientes niveles de conocimiento, sin pretender que la tarea filosófica se agota en tales labores especulativas (racionales).
Es más, dentro de la diversidad de disciplinas que son parte de la filosofía, hay espacios destacados para la lógica, la gnoseología (teoría del conocimiento) y la epistemología (estudio y reflexión acerca de la ciencia). Por cierto, ambas son constitutivas del filosofar y, por tanto, acompañan el anhelado apetito por conocer y saber.
Por otra parte, existe un elemento fundamental que no podemos soslayar ni olvidar jamás cuando se hable o polemice acerca de la filosofía, sus características y objetivos, el cual hace tambalear las corrientes reduccionistas que, cada cierto tiempo, suelen asomar en la historia y devenir de este imprescindible modo de pensamiento.
Ahora bien, para dilucidar el tema que nos ocupa, es menester ir al origen del pensar filosófico. La historia, en efecto, señala al pensador Pitágoras (siglo VI a.C.) como creador del concepto “filosofía”, cuya definición etimológica es de “amor a la sabiduría”.
No obstante, no fue “filosofía” el nombre originario de esta peculiar forma de pensamiento, sino el de “alétheia”, cuya autoridad pertenece a Parménides, filósofo griego del siglo antes señalado. Los historiadores de la filosofía no lograron encontrar la etimología de la noción “alétheia”, pero casi todos coinciden en la siguiente definición de la misma: “des-ocultar, des-cubrir, de-velar”, que ha sido traducido como “ir desocultando el velo que cubre a la Verdad”.
En consecuencia, desde la germinación de este pensamiento, la Verdad y esclarecer los caminos hacia la misma, constituyen una labor substancial, la cual incluye derribar ideas y sistemas parciales, insuficientes, dogmáticos y obtusos y avanzar serena pero decididamente hacia la anhelada Verdad.
Entonces, no podemos circunscribir o limitar el quehacer filosófico a aspectos específicos de la realidad, como tampoco reducirlo a ser simple colaborador de otras instancias humanas, llámese ciencia o religión. Ambas pueden, incluso, ser objeto de análisis y reflexión.
Filosofar es una actividad que todos podemos y debemos desarrollar, ya que nos posibilita crecer mental, emocional y valóricamente.
“Filosofar es llevar el pensamiento hacia su máxima expresión”. Jorge Millas, filósofo chileno, siglo XX:
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