Historias
El tas tas tas por las vías terciarias del Tolima
Imagen de cortesía por Sentipensante TV
Por Oscar Viña Pardo
Son las 10 de la mañana y la línea hacia la vereda Gaitán en Rioblanco ya va a salir, el campero 4 x 4 tiene a disposición solo 5 sillas, pero al final pueden ir acomodadas más de 10 personas. en la parrilla montan de todo, tubos, alimentos no perecederos, acero; pareciera que esa bodega externa no tuviera llene.
La carretera esta vuelta nada, podríamos decir que este camino de trocha en ciertos puntos es imposible de transitar, y es ahí donde los conductores sacan toda su pericia, meten el cambio, primera; toman la palanca de la doble transmisión y si el carro de hunde mucho, el bajo. Su mano derecha está por segundos en las palancas, luego en la cabrilla, no pierden la calma.
Puede que patine el campero, se va de lado, o bambuquea. Se suma el movimiento de estar en una calle llena de huecos, usted siente estar como en una licuadora donde al final termina molido porque el tas tas es permanente.
En Google dan la información del recorrido en términos líneales, y así mismo uno se prepara para el trayecto, pero se peca de exceso, porque una cosa son las carreteras de la ciudad y otra diferente la realidad que se vive en el campo colombiano.
El conductor no esta pendiente del celular, menos en “wasapear” desde que se sale del terminalito empieza a recoger gente, y a la mayoría les dicen por su nombre, parecieran familia, su cercanía y calidez le inyectan al viaje esa seguridad que solo la da a quien le tienen confianza.
Es como si fueran en un paseo permanente en esos lodazales que al final siempre pasan. La lluvia es el enemigo a vencer en cada trayecto. Lo curioso es que la mayoría de pasajeros prefiere ir de píe en los laterales del carro. Les gusta sentir esa brisa, o quizás contemplar el paisaje cafetero en esas montañas del Tolima.
En uno de esos tramos me bajo y le digo a un señor, las sillas están dispuestas para usted. El solo sonríe y me dice “si acá ya estoy mareado imagínese adentro señor”. Tampoco les importa la lluvia, o que las botas panteras combine con la chompa. Sus necesidades y deseos son otros y viven el aquí y el ahora diferente a como la vivimos en la ciudad.
Don Roque tiene 73 años, el invierno lo hizo bajar hasta el pueblo por un bulto de maíz y otras cositas. Junto con el conductor levantan el maíz y lo acomodan en la parte trasera. Traté de colaborar pero creo eran como unas 4 arrobas.
- Vea señor periodista, yo tuve cinco hijos, dos varones y tres hembras, todos viven en Bogotá, están bien acomodados, dos de ellos son empresarios. Ellos quieren que nos vayamos a vivir con ellos, que nos dan de todo, dicen. Suelta una carcajada. El conductor interrumpe la conversación, ¿siguen con esa idea loca?. - sí, como le parece.
- Nos fuimos con mi esposa a pasar unas vacaciones, mis hijos y nietos todos muy pendientes, pero estábamos encerrados en un jaula señor. Acá nos sacan es directo pal cementerio.
- No es que yo tenga mucho, pero si lo necesario, cultivamos café, frijol, maíz, tenemos nuestras gallinitas, y lo más importante, respiramos aire puro en las más de 3 hectáreas que tenemos con mi vieja. Somos libres.
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- Ellos vienen sagradamente los fines de año a ver cómo estamos, nosotros somos felices. Usted se entretiene a todo momento, que las chuchas, los monos aulladores, los guatines, los armadillos, los tigrillos, se ve de todo.
Unos y otros hablan de cómo esta el país, de la esperanza que tienen en este nuevo cuatrienio, de esa fe que es infinita, porque esa a pesar de las adversidades la mantienen intacta. El tas tas del del carro se intensifica, las huellas de la maquinaria amarilla harían prever que desde la alcaldía están trabajando por mejorar esos trayectos, pero otro pasajero se queja. - que va, ayer pasó y dijo que iba a recoger unas piedras y nada más.
Hay indignación entre los campesinos con el maquinista, no se conduele de ellos dicen, y el peso del automotor hace que se profundicen las huellas en el terreno. Pero la 4 x 4 puede con todo, el conductor se multiplica, maneja, comparte con todos, ayuda a subir los plátanos, a bajar el maíz. Mete el cambio, la doble, acelera un poco y sigue hablando.
El tas tas para mí es mortal, me duele todo el cuerpo, ese movimiento de licuadora para ellos ya es normal, para mi es una odisea.
Llegamos a nuestro destino y me informan que la línea o mejor, el trayecto de regreso es a las cinco de la tarde y nuevamente la aventura aparece, pero esta vez acompañada de la luz de la noche, haciendo que el recorrido sea más complejo. El conductor de turno parece conocer de memoria los tramos intransitables, el carro se bambuquea, no es una atracción, pero la adrenalina está al mil por ciento.
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El comadreo de la noche es más tranquilo, quizás por el silencio del lugar que se interrumpe en algunos momentos por el de las pequeñas cascadas. Son tres horas de tas, tas, tas. De mirar hacia los lados y ver qué pendemos de un hilo, un mal movimiento y estaríamos en problemas porque los abismos usted los ve de manera permanente.
Son las ocho de la noche, llegamos nuevamente a Rioblanco, el conductor aunque luce algo cansado se despide por el nombre de cada pasajero, salvo el mío que soy el extraño en la zona. Ahora sí toma su celular y habla con su casa, su jornada ha terminado.
Mañana el tas tas será en otro camino en donde también es reconocido, junto a los más de 80 compañeros que van a todas las veredas de uno de los municipios mas grandes del centro del país. No importa si la maquinaria raspa el terreno y lo nivela, ellos tienen un compromiso con la comunidad. Son héroes anónimos que hacen su trabajo con la mayor honestidad y amor.
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