Columnistas
Un siglo de social-cinismo
Por: Julio César Carrión Castro
Los simuladores, logreros, oportunistas, falsos conspiradores, profetas del desengaño y tránsfugas que acceden, a nombre de la “izquierda”, al manejo de algunoscargos y puestos del Estado, nuncahan logrado, como lo publicitan y divulgan, reformar o modificar en algo las estructuras del poder, ni alcanzar el fantasioso objetivo de transformar el “capitalismo salvaje” en un “capitalismo de rostro amable”, por el contrario, como lo señalara Walter Benjamin, ellos se convierten en simples “instrumentos de la clase dominante”.
Se puede rastrear en detalle la génesis de dicho acomodamiento desde los orígenes mismos de “la izquierda” y la “derecha” durante el períodode lucha y consolidación de la Revolución francesa, con figuras tan representativas y emblemáticas del transfuguismo intelectual y moral como la de Joseph Fouché, “El genio tenebroso”, que supo deslizarse de uno a otro extremo del mapa político durante todo el proceso revolucionario, pasando, “sin romperse ni mancharse”, por todo el escenario político, siendo inicialmente realista; después de giroldino, jacobino y sumiso seguidor de Robespierre y del régimen del Terror, para luego hacerse bonapartista y finalmente monárquico, pero siempre defendiendo el sistema político establecido. Como lo analizara Honorato de Balzac en su obra “Ilusiones perdidas”, que escribió entre 1835 y 1843, en la época de consolidación de las sociedades burguesas, el proceso de la pérdida de las convicciones políticas, de los valores éticos y de la conciencia, se da precisamente, bajo el influjo del modo de producción capitalista, debido a la perniciosa supremacía del dinero, a la conversión del intelecto humano en otra mercancía y a las ansias de poder.
El transfuguismo es una práctica política y un comportamiento humano muy corriente y hasta celebrado en las sociedades contemporáneas. Personajes que, prevalidos de una inteligencia situacional y de dotes especiales para la simulación y la actuación -como Fouché- asumen posturas acomodaticias, trepadoras y logreras que consiguen encubrir bajo el velo de discursos imbuidos de cinismo. Estos personajes, hábiles en las maniobras políticas, pasan de defender posiciones críticas, democráticas y de izquierda, a ocupar cargos directivos en el gobierno, en la banca, en los sectores financieros, gremiales e industriales, y en los grupos políticos de la derecha.
Si bien es cierto “Marxismo” es hoy un término polisémico que designa una serie de propuestas y corrientes políticas de diversa orientación-incluso hasta contradictorias y antagónicas-, todas ellas, de una u otra manera, buscan reivindicar los planteamientos y las tesis establecidas en la monumental obra de Karl Marx, quien desde mediados del siglo XIX, luego de la publicación del “Manifiesto del Partido Comunista”,que establecía una nueva concepción de la sociedad, de la historia y de la lucha política de clases, logrando que se fueran estructurando en Europa sindicatos y partidos obreros alrededorde dichas tesis, lo quellevó,por supuesto,a que desde esas variadas perspectivas tácticas y estratégicas para el logro de los objetivos propuestos, se llegara ala fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (creada en 1864) dándole una dirección unificada al Movimiento Socialista Internacional, que incluía una gran multiplicidad de sectores, siendo las principales tendencias, la Anarquista (que liderara Mijaíl Bakunin) y la Marxista. Las divergencias y confrontaciones de estas tendencias llevarían a la disolución de esta Primera Internacional Socialista, hacia el año de 1876. Muerto Karl Marx en 1883, el papel teórico, político y estratégico, así como la dirección del Movimiento, es continuado y mantenido por Federico Engels. En 1889 se crea la Segunda Internacional, ya de corte socialdemócrata, esto es, “moderada” y reformista. Hacia el final de su vida, Engels consideraba factible la conquista del poder mediante procesos parlamentarios y electorales. Luego de su muerte, acaecida en 1895, comienza en toda Europa un tenaz enfrentamientoteórico y práctico, acerca de las propuestas de Marx. En Alemania Eduard Berstein (1850-1932), apreciado discípulo de Engels, impone al movimiento Socialista, sus tesis reformistas y parlamentarias acerca de la evolución del capitalismo y plantea la posibilidad del ascenso gradual al socialismo, sin necesidad de los procesos revolucionarios. Esta corriente política reformista de la Socialdemocracia alemana, aunque confrontada y condenada por muchos otros grupos y partidos por “revisionista”, dominará mayoritariamente entre los partidos de la llamada Segunda Internacional.
Como objeción a ese “marxismo” socialdemócrata, reformista, parlamentario y liberal liderado por Berstein, Rosa Luxemburg (1871 – 1919) publica en 1899 su libro “Reforma social o revolución” reivindicando el marxismo revolucionario. Afirma la autora que Berstein rompe el vínculo indisoluble entre reforma y revolución, y confunde los medios con el fin, ya que “toda su teoría se reduce, en la práctica, al consejo de abandonar la revolución social, el fin último de la socialdemocracia, y convertir las reformas sociales, de medio de la lucha de clases en fin de la misma” y agrega: “El propio Bernstein ha formulado del modo más exacto e incisivo sus opiniones al escribir: “El objetivo último, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo”.Pero el fin último socialista es el único aspecto decisivo que diferencia al movimiento socialdemócrata de la democracia burguesa y del radicalismo burgués, es lo único que transforma el movimiento obrero, de chapuza inútil para salvar el orden capitalista en lucha de clases contra ese orden y para conseguir su abolición…”(Luxemburg Rosa, Reforma o Revolución. Editado por FundaciónFederico Engels. Madrid. 2006. Página 23).
Pues bien, esta situación de amalgamamiento y mezcla entre los planteamientos socialistas revolucionarios y los de la “chapuza” reformista-liberal, se ha mantenido, ha tenido continuidad e incluso se ha fortalecido en el seno de una “izquierda” que busca, desde un supuesto realismo pragmático, apoyar y defender los consagrados“valores” de la democracia y el “orden” establecidos por los sectores dominantes.
Peter Sloterdijk en su obra “Crítica de la razón cínica” nos recuerda cómo operó esta situación en Alemania hace exactamente cien años, cuando el gobierno del Kaiser Guillermo II se propuso “ahogar la revolución” y para ello astutamente hicieron entrega de amplios sectores del gobierno a los socialdemócratas a fin de que fueran ellos quienes restablecieran la calma frente a las masas levantadas del movimiento revolucionario de los espartaquistas. EscribeSloterdijk:
“Los días decisivos para la revolución alemana fueron del 9 al 12 de enero de 1919. Por orden de Ebert1 en estos días y noches se liquidó a tiros la revolución de Berlín que debía marcar la orientación del proceso alemán (...)Sobre quienes debían disparar las unidades de la derecha en nombre de la Cancillería socialdemócrata de Reich no eran grupos de conspiradores ultraizquierdistas. Eran en su mayor parte masas de obreros socialdemócratas a las que les resultaba obvio que, tras la bancarrota de la burguesía feudal del Estado de los Hohenzollern, debía surgir un nuevo orden social democrático que sirviera a los intereses del pueblo (…) Algunos días más tarde los asesinos, protegidos socialdemocráticamente… mataban a las mejores cabezas de la revolución: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht…” (Sloterdijk Peter,“Crítica de la Razón cínica”. Ediciones Siruela Madrid, 2003. Pág. 611 s.s.)
En ese comportamiento de la sanguinaria contrarrevolución socialdemócrata, estaba ya inscrito el espíritu fascista, que pronto afloraría en el horizonte político mundial, no sólo representado por los tradicionales movimientos y partidos de la derecha, sino por las propias expresiones políticas de la “izquierda” que, por más de cien años, a nombre de la sensatez y la cordura, han continuado su deriva hacia la defensa del llamado orden establecido, manteniendo, sin embargo, cínicamente un discurso teorético de oposición y rebeldía.
Nota
1Friedrich Ebert dirigente del partido socialdemócrata alemán, que apoyó la participación de Alemania en la primera guerra mundial y después de la derrota llegó a ser el primer presidente de la República de Weimar.
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