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Política y moral

Política y moral

Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho*


En la política como en la moral, la mejor manera de atacar los vicios es hablando de las virtudes y la balanza de lo bueno es mejor que la estigmatización que hacen algunos políticos de oposición y voceros de las multinacionales, que los actos del gobierno son inconvenientes porque atentan contra los intereses y privilegios del sector financiero, las EPS y los dueños de la tierra.

Los pensadores humanistas trataron de averiguar el talante moral de la gente. En Francia se les llamó moralistas a Erasmo, Pascal, Locke y otros, quienes no dieron lecciones de moral a nadie, inclusive algunos reaccionaron contra la moral que se fundaba en la religión. Entre nosotros se habla de moralidad y hace pocos años ocupamos el primer puesto de corrupción en el mundo.

La Reforma determinó el adelanto y el atraso de las sociedades. España nos conquistó por eso “estamos como estamos”, dice el adagio popular, para magnificar el extravío y por ello, la clase de gente que rechifla en las plazas de toros y estadios a las damas y los niños, porque son hijos de un político o porque no saben que los derechos de los niños están por encima de todos los demás derechos.

Donde el salvajismo de la política depende de la influencia de los medios de comunicación que aúpan a ese sector abonado por la ausencia de cultura, como modo de afinar las costumbres de las personas, surge una desmesura como se juzga a los gobiernos y se pasa de la negación a la intransigencia y de la repulsa a la violencia no importa que sean menores de edad expuestos al linchamiento que nos ubica en el peor de los escenarios de convivencia y respeto de los derechos humanos.

Perder el poder cuando está al servicio de personas o de los grandes capitales y no se hacen obras en bien de las comunidades respetando la legalidad, y llega un nuevo gobierno a cambiar el sistema político que se había convertido en un negocio, crea una oposición generalmente fundada en el odio y la persecución que hacen imposible el entendimiento y la gobernabilidad.

Cuando en una sociedad los medios de comunicación de propiedad de los grandes grupos económicos que defienden intereses comunes, para doblegar al gobierno, hablan sólo del supuesto mal estado del país, de la guerra, el alto de los precios, la inseguridad, se difunde en el ciudadano común una sensación de abatimiento y repudio hacia el gobierno. Y ello tiene una explicación: cuando a la gente se le dice que el gobierno incumple, así no sea cierto, se desanima y deja de acatar sus reglas y ello conlleva a la protesta que conduce al odio y la violencia.

La exaltación política de las muchedumbres enardecidas no acaba con las ideas, como la indignación moral no crea virtudes ni acaba con los vicios, sino que crean costumbres deformadas de mala imitación, como armar peleas en las reuniones, vociferar en los actos públicos, aparentar, creerse mejor, más hermoso, más ricos como si el dinero fuera una medición cultural, más moderno o en busca de una falsa notoriedad.

La indignación moralista sirve poco. El individuo reza para seguir pecando. La sociedad sigue a la protesta por algo que a veces desconoce y cree lo que escucha en la televisión, sin confirmarlo, porque son amplios los sectores de opinión que no tienen otra información. Así transcurre nuestra Colombia, en los políticos que se acomodan y los maniqueos que nunca transigen y dicen: “Vamos a echar a las personas de los puestos para tumbar al gobierno”, como si hoy fueran dueños de todo, a como estaban acostumbrados.

Ese contagio mental de oponerse sin justa causa, estar con la moda, la música y hasta con el modo de ser ajeno, lleva a la inautenticidad, los buenos o malos hábitos que cada día la sociedad confunde.  Algunos siguiendo con rectitud las buenas costumbres y otros rompiendo vidrios o tomándose los Congresos o rechiflando a los niños.

Por eso, las campañas más exitosas son las que construyen confianza, o de manera deformada, los gobiernos que tienen propaganda a través de los medios de comunicación que reciben paga por las llamadas pautas, que cuando no existen, todo lo que hace el gobierno está en oposición con la realidad.

Algo no muy distinto podría decirse, de los judíos, que pasaron de víctimas del nazismo a victimarios del pueblo palestino y algunas gentes marchan solidarias con Israel porque creen que Jesucristo era de Israel y no de Palestina donde nació.

Una cierta condescendencia intelectual con los gobiernos progresistas o socialdemócratas, calificados de inconvenientes por los poderosos del dinero y de los medios de comunicación, no es incompatible con los gobiernos del mundo que defienden la democracia, la equidad y la desigualdad, así los moralistas hagan lo contrario: se desatienden de los argumentos del opositor y la emprenden contra la persona sin aceptar explicación distinta a la de su propia argumentación.

Cuando la oposición es intransigente y les allanan el camino el Congreso, algunas altas Cortes con excepción de la Suprema, encontrar una solución gubernamental es difícil y requiere de constancia, tenacidad y apoyo social para los cambios que requiere el país, porque la tradición política siempre busca mantener todo como está en el orden de las excluyentes costumbres.

El hecho de que se ponga empeño en desacreditar al gobierno a través de la televisión y que lo colectivo se ponga contra el gobierno, no es oposición con buen propósito, no es un paso adelante, sino una trampa a la eficacia simbólica generalmente de los medios de comunicación que sirven de manopla de los poderosos, sin darse cuenta que con su indignación están contribuyendo a estancamiento del desarrollo social.

Pasaron las elecciones regionales y surtió efecto la campaña de difamación contra el gobierno y su partido El Pacto Histórico, y además, que el país sufriría merma en la producción, las exportaciones, el turismo, el consumo y que aumentaría la inflación, el desempleo, que subiría el dólar y que se avecinaba una catástrofe económica.

Sin embargo, sucedió lo contrario, en aquello que no influye la prensa, se vieron progresos económicos nacionales e internacionales del gobierno y se descubrió por la Contraloría General las cifras oficiales de los desfalcos, las coimas y los contratos de anteriores gobiernos con cláusulas abusivas contra el gobierno. Lo que indica que una cosa es lo que dicen los medios de comunicación y otra la realidad.

Las cadenas de radio y la televisión han sido las portadoras de las malas noticias de inseguridad, que le hizo un gran daño al turismo internacional hacia Colombia, porque según los medios informativos supuestamente en Colombia matan diariamente en la calle y es un país peligroso, inseguro y pobre, lleno de guerrilleros y mal gobernado.

Con esa conducta se hace un mal adicional al existente relacionado con los novelones de narcotraficantes y sicarios y mujeres prepagos hechos por Caracol y RCN, que le dan la vuelta al mundo, desacreditando la honra y el bien de la mujer y el hombre colombiano.

Sería provechoso para el país que los políticos de la oposición, los moralistas y los medios informativos no desacrediten más al país sin elementos de juicio valederos y se llegue a un armónico acuerdo de gobernabilidad que parece imposible por la intransigencia, el odio y la torpeza.

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