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Lugares para el recuerdo

Lugares para el recuerdo

La identidad nace en nuestra memoria, pero la percepción de lo que fuimos y lo que somos no reside exclusivamente en nuestro espíritu sino también en los lugares. Los lugares son la “espacialización” del recuerdo, como dijera Bauer y es allí donde también construimos nuestra identidad.

Hoy, el parque Murillo Toro es esencialmente un sentadero, un lugar de paso, el espacio de uno que otro evento institucional y el lugar de las “fiestas” de los políticos que en tiempos de elecciones se le miden a llenarla. Poco queda de la memoria de ese lugar. En los siglos XVI al XIX, se le llamó Plaza Santo Domingo por el antiguo convento que cedió sus instalaciones al colegio San Simón, inicialmente, y luego al Banco de la República. Cuando era la flamante Plaza de Santo Domingo, albergó plaza de mercado, eventos religiosos, movimientos sociales como la reunión de los Comuneros el 25 de mayo de 1781, mítines políticos y conciertos. Allí, las élites ibaguereñas juraron lealtad al rey Fernando VII cuando en el resto del país sonaban los gritos de independencia.

Entre 1888 y 1910, las retretas (conciertos de la Banda del Batallón Bárbula, luego Banda Departamental) se efectuaban en la plazoleta. Las obras de los grandes compositores del mundo y, más adelante, de los compositores locales, iluminaban las tardes de los jueves cuando los transeúntes cumplían la cita con la música. La plazoleta fue un lugar de la memoria que construyó nuestra identidad. Ya no hay retretas. A la banda departamental la desaparecieron supuestamente por inútil.

Imagínense la ciudad hacia 1922. Estaba el Teatro Torres, construido en 1915 con capacidad para 125 personas, transformado en Teatro Tolima, en 1926; el Salón Apolo, fundado por los hermanos Montalvo para exhibiciones cinematográficas, varias salas de teatro, siete periódicos, un conservatorio, tres fábricas de gaseosas, seis hoteles, y en la calle, óperas y sinfonías. Sólo había 50 mil personas viviendo en el municipio pero éramos más ciudad que ahora.

En 1934, inauguran la Sala Beethoven en el Conservatorio (luego de la muerte de Alberto Castilla, se llamaría Sala Castilla). Chopin, Mendelssohn, Quevedo, Verdi, Schubert, Mozart, Saint Saens, Bach, Meyerbeer, Rossine, Weber, Bretón y Wagner iluminaron ese 11 y 12 de octubre. Exposiciones plásticas, ciclos de conferencias del Centro Tolimense de Historia y la revista Arte, daban a la ciudad otro espíritu.

Poco a poco, nos fuimos convirtiendo en una ciudad semicomercial, sin industria y sin memoria. Y quedarse sin memoria es quedarse sin identidad… y sin identidad, somos un pueblo más perdido en las montañas del país. Ahora dizque somos del eje cafetero. Aunque tenemos parte de esa cultura y el Líbano, por ejemplo, fue el tercer productor de café del país, no creo que hagamos parte de ellos. Entrar en ese circuito, cuando ya Pereira, Armenia y Manizales nos llevan tanta ventaja, no representa una buena apuesta. Seríamos los patitos feos. Ibagué no hace parte de la cultura cafetera, aunque haya algunos atisbos (pocos)

Existir no es intentar parecerse a otros. Existir es parecerse a uno mismo. Tenemos el tiempo, aunque queda poco, para revolver en nuestra memoria lo que en realidad somos, y a partir de ellos, plantar una bandera frente al mundo. Se necesita de una real apuesta institucional y social. Aún tengo la esperanza de que en la música y en la cultura esté nuestra polo de desarrollo económico y social, un polo que atrae turismo y, por ende, inversión. Pero ya saben… a veces aramos en tierra desierta.

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