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Los diarios rosados con candadito: una herramienta de vigilancia
Por: Germán Eduardo Gómez Carvajal
Cuando yo era niño los diarios eran cosas de niñas, con candaditos de pasta las chicas protegían sus más íntimos secretos. Esa opción de intimidad débil era una cascarita, un cebo, una carnada, una falsa seguridad que podía ser violentada con un alambre, arrebatada de un tirón. Un regalo de doble intención que le sirvió a padres obsesivos para custodiar sin importar la forma a sus mujeres.
Se les entregaba a las niñas el libro de uso personal cuando empezaban a hacerse mujeres, solapadamente se internaban los padres en los pensamientos y deseos más profundos de sus hijas.
El diario era entonces una herramienta de vigilancia disfrazada que aumentaba el control con énfasis en la sexualidad manifiesta en las letras de las adolescentes.
Escribir era el escape perfecto para las señoritas a las que pretendían infantilizar a perpetuidad, pero el tiro les salió por la culata. Del poder de expresarse sin filtro empezó a menguar el recate y la morronguería, escribir era un acto inocente que de a poco nutría cierta rebeldía y una modelación de quien se quería ser.
Las chicas construían textos tan entrañables que el candadito de pasta se volvió en un sistema de seguridad decorativo, porque el desafío de los intrusos era llegar al cuaderno. Lo escondían entre los cajones donde guardaban sus bragas, en los paquetes de los adornos navideños, en el deposito familiar, algunas más astutas diseñaban escondites estratégicos, como pegarlo con cinta a los tanques de los inodoros o les cambiaban las caratulas con textos que desde siempre sabían despreciados.
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Entre los años de 1970 a 2000 los diarios se convirtieron en el regalo solicitado por las quinceañeras, porque entre ellas, crearon la complicidad de recetarse el poder de la escritura. Se tornó adictivo viajar hacia adentro, autoconfesarse, reconocerse, excitarse, emputarse, organizarse, priorizar, fantasear y describir con cabeza fría situaciones, amores, y personajes.
Todo a la vez, todo en orden, en sincronía perfecta con sus emociones y pensamientos: La niñez, la adultez que se avecinaba, la fuerza, la fragilidad, el reconocimiento de un mundo oscuro que las esperaba ávido por sus cuerpos, al que afrontarían ellas con la claridad de sus ideas.
Al escribir que les gustaría tener novio, empezaban a buscarlo. Al enlistar sus talentos se antojaron de estudiar y lo hicieron. Cuando describían las malas actitudes de sus familiares empezaron a marcar la diferencia. Se interesaron por las hojas de las matas y se hicieron botánicas. Curiosearon las estructuras de sus casas y se hicieron ingenieras, y así, el poderoso del diario rosa las invitaba a escavar sobre sus emociones y pensamientos y a tomar acciones.
Queriendo los padres fiscalizar a sus hijas le entregaron mediante las letras a sus niñas: alas, espejo, sueño y autonomía. Un coctel extraordinario para labrarse su propio camino y romper con la sumisión impuesta por un sistema que las quería no pensantes, no atrevidas.
Les aburría no tener que escribir, porque la escritura demanda experiencias, por lo menos de a oídas. Entonces han sido los diarios desde siempre un promotor emancipador de grandes mujeres que arman su vida a puño y letra, sin comerse los prejuicios de otros.
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Hoy los diarios no se ven, están mandados al olvido. Es toda una expedición salir en busca de uno de ellos. Ni rosados, ni con muñequitos, ni lisos. El candadito, símbolo de restricción desapareció porque no hay nada más atractivo que lo impedido y el asunto tuvo efecto adverso para el que fue creado.
Por eso a la fecha, en contraprestación este sistema le dio la vuelta a su estrategia e invita a que todo sea explícito, para que ni mujeres ni hombres sientan la necesidad de hacer un alto en el camino para pensar y con las nuevas tecnologías nos implantan a manera de dictado las líneas que escribiremos y creeremos.
No quieren consumidores de lo que nos recita la cultura del entretenimiento y de la producción. Nos han inducido a los afanes en los que vivimos, corremos como los primates que fuimos: la consigna es el impedimento, la negación a el pensamiento mediante la distracción y el facilismo.
Hoy el tránsito de la niñez a la adolescencia es prematuro, orquestado por una sociedad del entretenimiento que con mayor capacidad de influencia determina los tiempos de los niños, sus gustos y conductas.
A la fecha, el encuentro con nosotros mismos incluso de adultos es cada vez más difícil, porque la hipercomunicación nos tiene sujetos a las redes sociales, el mundo laboral nos empuja a carreras con proyección que nos absorben. La cultura de la posmodernidad nos invita a la ligereza de no intimar con nadie porque a un clic hay otra opción de encuentro, nos ponen de frente y en la cara, una sexualización exacerbada y ligera, que hace de los cuerpos paisaje y que tiene a hombres y mujeres, tirando sin ganas.
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Miramos mucho hacia afuera pero poco hacia adentro. La introspección, necesidad propia del ser humano, ha sido delegada y el diario puede curarnos. Lo mismo sucede con las nociones de éxito: están tan irrealmente cercanos los casos de triunfos profesionales, que los trabajadores del mundo, se sienten frustrados en sus oficinas y fábricas por no vivir la vida de aquel que está en la pantalla, con jet, vino, familia, mascotas y fama, desconociendo sus avances propios.
Tal vez la idea de retomar la costumbre del diario permita sacudirnos, nos lleve a ser espectadores de nuestra propia película, y reconocer alertas o notificaciones de una vida plena, con desafíos reales que superen en aventura la ficción que nos venden. Tal vez el diario nos permita tomar el control de la existencia de manera autónoma y no por algoritmos que nos llevan a unas comparaciones de exabrupto desconociendo contextos e historia universal.
Yo seré un pregonero de la revolución del diario. La psicología ha incluido dentro de su actuar la escritura terapéutica para afrontar la depresión, el estrés postraumático, la baja autoestima, asuntos de dependencias a drogas y trastornos alimenticios, porque solo a la luz de nosotros mismos nos hacemos libres.
El diario es una revolución en estos tiempos donde los minutos y las horas se pasan sin mayor emoción, sin búsqueda, ni intereses reales, porque la humanidad parece estar dirigida a la no singularidad y a un embotamiento a gran escala.
Saben los que saben, que no hay nada más placentero, productivo, alucinante, sano, sexy y vitalizante que la búsqueda de la autenticidad.
Por ello, larga vida a los diarios, espejo e imán de nuestros adentros. Si usted quiere regalarle un ticket de independencia a un ser querido, ya sabe cuál sería el utensilio, está de más escribirlo, pero la escritura estimula el vuelo y nos permite cachetearnos para salir del letargo por mano propia.
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