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La vanidad del poder

La vanidad del poder

Por: Edgardo Ramírez Polanía
Doctor en Derecho.


En el terreno de las pasiones y sus expresiones decía Mouchet en su tratado, que apenas hemos avanzado de una descripción de rasgos en que las diferencias de conducta son atribuidas a diversas circunstancias excitantes como estar asustado, turbado, orgulloso, o arrogante, que corresponden a cambios debido al modo de ser de la persona en un momento dado y según el ambiente en que se encuentre.

Ha sido una característica inconfundible, que aquellas personas que adquieren poder, con el dinero, la belleza, o los empleos privados o públicos, donde se puede disponer de aquello que es admirado por quienes desean llenar un espacio de la necesidad o satisfacción, se sienten orgullosos y superiores que todos los demás.

Esa actitud, se observa en escritores que creen que los demás son ignorantes, lo que conlleva a la cursilería literaria por la falta de calidad en las formas y en el estilo, no referido a los grandes literatos.

Lo mismo ocurre con los pintores que se consideran las almas selectas de la creatividad, los médicos que hacen de dioses con sus batas blancas, los abogados que amenazan con la ley, los Fiscales y jueces a quienes les queda holgada la toga cuando atentan contra la libertad y el derecho, y hasta los porteros que ejercen su autoridad limitando la discrecionalidad ajena, están inmersos en la vanidad.

Los políticos no han sido ajenos a esta mortificante actitud de la vanidad, en la cual detestan atender a quienes los eligieron. Los presidentes y Ministros y demás altos funcionarios del Estado en su mayoría, cambian de temperamento. Adquieren una actitud distante y su porte generalmente no alcanza el refinamiento requerido. Se olvidan de sus amigos y parientes. Les apasiona tener un círculo de aduladores.

Esa costumbre viene de los imperios griegos y romanos y de las Cortes de los reyes medievales con los cortesanos y cortesanas como Aspasia de Mileto, de quien se dice le escribía los discursos a Pericles.

Esa arrogante creencia de superioridad es un engreimiento y manifestación de la soberbia, de sentirse más, cuando lo que internamente tiene esa persona son complejos subconscientes que se manifiestan en conductas de menosprecio hacia los demás y la necesidad que se le estén reconociendo sus actos, así linden con el mal gusto.

No se puede culpar a la sociedad porque un gran número de sus manifestaciones sean cursi, es tan absurdo como inculparla porque en el desarrollo de su producción conserve ciertas formas feudales a tiempo que otras sociedades han superado satisfactoriamente esa etapa.

La vanidad es un signo social deforme y no un capricho de las gentes. Puede haber muchos escritores vanidosos, pero perecen con el tiempo en medio del desprecio colectivo porque el nivel cultural de la sociedad ha sobrepasado ya el grado de la cursilería.

Resulta, pues, que la vanidad es apariencia que tiene su natural imperio cuando una burguesía en ascenso económico no ha conseguido o no dispone por herencia histórica, de una auténtica y sólida tradición cultural.

Es la vanidad del nuevo rico que anhela demostrar su nueva condición por medio de un refinamiento postizo y es también la del pobre que anhela disimular su verdadera condición por medio de expedientes en que lo trágico y lo cómico se entremezclan denunciadoramente.

Es la dignidad teatral del desafiante exhibicionismo del nuevo rico que se llena de joyas o vehículos de alto precio y el nuevo alto funcionario a quien se le debe abrir la puerta de su carro. Por eso la vanidad puede estar inmersa en la conversación, en el traje, en los ademanes, en el concepto de la vida en lo que uno es y no es. Existe en el amor, en la amistad y mucho más en la política como lo expresa Robert Green en las “Leyes del Poder”.

El paso imperioso del tiempo nos enseña a través de la experiencia que somos mortales y mutables en un mundo infinito y realista. Se puede ser vanidoso por solemnidad o actuando conforme a la creencia de que el amaneramiento es el colmo de la estilización.

Existe una vanidad del buen gusto como la hay del mal gusto, porque el ambiente social así lo exige como en el cine histórico y las telenovelas de boxeadores y lustrabotas. Colombia se halla en la segunda etapa. La vanidad en la vida, como expresión, como actitud obedecen a las mismas leyes del desarrollo social.

Por eso, es necesario que seamos buenos, humildes y solidarios con los demás, porque la vida cambia y debemos deponer los resentimientos bien o mal fundamentados y entender que nuestra recuperación nacional se encuentra en un entendimiento global de paz o mutuas concesiones para que podamos marchar en un mismo propósito de bienestar común.

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