Opinión
Ficción biográfica, aplicable a algunos personajes de nuestra miserable farándula politiquera
Por: Julio César Carrión Castro
Hace más de doscientos cincuenta años, en la Francia pre-revolucionaria nació José Fouché, personaje que pasaría a la historia como el más grande representante del oportunismo y el transfuguismo político. En palabras de Stefan Zweig -su biógrafo- “un genio tenebroso”; maestro del engaño y de la simulación que, con su apariencia humilde y subalterna, con sus convenientes silencios, cálculos e intrigas, con su saber pasar desapercibido, casi que invisible, logró ganar posiciones en todos los partidos y defender simultáneamente tesis y opiniones antagónicas.
Cuando se inició el proceso revolucionario, Fouché se encontraba comprometido con la confesión católica, como clérigo oratoriano y compartía la vida monástica con las labores de oscuro profesor. En 1789 apoyó con entusiasmo la toma de La Bastilla. Fue elegido diputado de la Convención en 1792, militó inicialmente con los moderados Girondinos que constituían la mayoría, pero cuando éstos perdieron terreno frente al empuje radical de los Jacobinos, con Maximiliano Robespierre a la cabeza, Fouché, convenientemente, cambió de bando y se convirtió en uno de sus más fervientes seguidores, siendo promotor de la ejecución de Luis XVI.
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Como miembro activo del Comité de Salud Pública, fue responsable de los procesos de persecución a las diversas doctrinas religiosas, de la instauración del llamado Régimen del Terror y de la condena a muerte de miles de burgueses acomodados. Luego conspiraría contra Robespierre y participaría en el golpe de Thermidor en 1794, que envió a Robespierre a la guillotina. Tras una corta persecución hizo parte del Directorio y, nombrado ministro de la policía colaboró en el golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón, quien en gratitud lo nombra Duque de Otranto. Al apartarse de Napoleón, trabajó hasta lograr el retorno de los Borbones a Francia y restaurar el gobierno de la monarquía, del cual fue inicialmente jefe de policía y después diplomático.
Iglesia, Consulado, Directorio, Imperio, Reino… con todos militó y a todos les fue fiel.
“Fouché -dice Zweig- no conoce más que un partido al que le es leal y al que permanecerá fiel hasta el final: al más fuerte, al de la mayoría”. Este astuto camaleón representa completamente, el comportamiento cotidiano de los politiqueros colombianos, a izquierda y a derecha, a todos esos parásitos del presupuesto oficial en las diversas entidades de gobierno e incluso en las universidades.
Esos variopintos integrantes de las pequeñas empresas electorales que siempre apoyan el “actual” gobierno, el “actual” rector o la “actual” administración -sea cual sea-, que se niegan a hacer ejercicio de oposición y que, coherentemente con sus planteamientos de supuesta neutralidad y apoliticismo, aprueban el transfuguismo, el oportunismo, la simulación y el trepadorismo, como expresión corriente de sus actividades políticas y aparentemente “académicas”.
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Práctica amañada que evidenciamos hoy en muchos personajes de la farándula criolla, politiquera, que, en nuestro país, lamentablemente, tiene una muy larga historia, que se puede rastrear desde los “próceres”, “caudillos” y “prohombres” del pasado, quienes fluyeron constantemente de uno a otro partido político, sin que resultase afectado para nada su prestigio.
Fenómeno este que, coloquialmente en nuestro país denominamos “lentejismo” (en alusión a la bíblica venta de la primogenitura por un plato de lentejas por parte de Esaú a Jacob) y que quizá corresponda a una especie de inconsciente colectivo de nuestros “caciques intelectuales”, administradores de la cosa pública y demás politiqueros, originado en la impronta histórica establecida por el general Francisco de Paula Santander.
El transfuguismo en todo caso es tradicional en Colombia, nadie lo discute, no sólo en lo referido a las militancias políticas, también en los quehaceres académicos. Intelectuales, ayer comprometidos con causas revolucionarias y de izquierda, hoy marchitos e impotentes ensayan, desde el desencanto y la renunciación, opciones pragmáticas que les garanticen allanar el camino del “reconocimiento” por parte de los usufructuarios del poder -de cualquier poder- para alcanzar contratos, cargos, encargaturas o asesorías, ocultos tras el supuesto velo de la “neutralidad investigativa”, de la cátedra, o del “servicio a la patria”.
Deberíamos solicitar a las autoridades competentes que se tramite ante quien corresponda, la beatificación de José Fouché -“el tipo maquiavélico más perfecto de la época moderna”-, que su imagen presida las salas de los diversos organismos de gobierno, de las embajadas de Colombia, de varios movimientos y "partidos políticos", magistraturas, y Consejos Superiores de algunas universidades, se le declare el santo patrón de los políticos colombianos y de todos aquellos que tienen alma de secretario y que por años medran en su nombre en los más diversos organismos y entidades.
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